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Gerta Taro. La alondra de Brunete

Antaño, cuando querían perpetuar la memoria de una batalla destinada por ellos a los anales (palabra que, al menos en este caso, debiera provenir de anus y no de annus), los soberanos recurrieron a su pintor de cámara; no de otro modo nació esa obra maestra a contrapelo que es “La rendición de Bredá”, expuesta en el Museo del Prado y popularmente conocida como “Las lanzas”, del maestro de maestros, don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.

Hogaño, en estos tiempos de la medios de masificación comunicada, el pintor ¡¡de cámara!! del pueblo soberano es el reportero gráfico de guerra, una figura que nos es tan familiar por sus instantáneas como el fotógrafo ambulante por sus retratos típicos en plazas con palomas.

Con todo, este oficio es reciente y su fecha de nacimiento para la Historia con mayúscula se puede datar con exactitud: es un día de la guerra civil española, el día en que Robert Capa acertó a disparar su obturador justo cuando una bala franquista alcanzaba a un miliciano en pleno asalto. A Robert Capa se le atribuye la frase según la cual “Cuando una foto no es lo bastante buena, es que el fotógrafo no estaba lo bastante cerca”.

Robert Capa es, con seguridad, el patrón laico del oficio. De quien se sabe bastante menos es de su compañera de vida y de tareas, Gerta Taro, cuyas fotos son espléndidas porque siempre estuvo lo bastante cerca: tan cerca que murió aplastada por las cadenas de un tanque leal en la batalla de Brunete, a las puertas de Madrid, tal día como hoy, hace 80 años.

Sólo que a su entierro, en el cementerio parisién de Père Lachaise, un acontecimiento poco menos que de masas, le siguió un silencio de más de medio siglo. Eso sí, los nazis no la olvidaron: en 1942 sustituyeron con un basto bloque de cemento el delicado homenaje en piedra que Alberto Giacometti colocó en su sepultura y en el que se leía que había muerto a los 26 años “en el desempeño de su profesión”. Digno epitafio para esta mujer singular a la que José Bergamín bautizó como “cazadora de luz”, y para quien León Moussinac, el crítico cinematográfico francés, después de oírla cantar “La Internacional” con los soldados del frente, acuñó una imagen imperecedera: “La alondra de Brunete”.

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[Inciso heterodoxo a carta cabal: Desde siempre, y mucho más desde que supe cómo acaeció la muerte de Gerta Taro, he alimentado la convicción de que una de las principales causas por las cuales las fuerzas armadas de la República perdieron la guerra contra las armas franquistas fue la falta de profesionalidad de sus combatientes. Tanto los voluntarios como los brigadistas internacionales estaban animados por el fuego sagrado de la ilusión y la fe, insuperables en los asaltos a la bayoneta y en el combate cuerpo a cuerpo. Pero el manejo de la maquinaria bélica, en especial de armas tan sofisticadas en aquellos tiempos como los carros de combate, requería algo más importante que la ilusión y la fe: exigía destreza técnica. Los tanquistas de la República se improvisaron sobre el terreno. Y la improvisación se paga cara. Gerta Taro la pagó con la vida, por hallarse recostada al resguardo de un tanque que a la hora de movilizarse para entrar en combate, lo hizo marcha atrás. ¡Qué símbolo atroz de la España eterna!]

57 años habrían de transcurrir hasta que apareciese en Alemania, en 1994, una exhaustiva biografía de Gerta Taro, escrita por Irme Schaber y editada por el Jonas Verlag en Marburgo, la ciudad en cuya alma mater estudió un joven español llamado José Ortega y Gasset. Y esa biografía restituye a Gerta Taro en el puesto que se merece y que no es otro sino el que se ganó a pulso entre los pioneros de la crónica gráfica de guerra. Una crónica negra que, además de la vida de Gerta Taro, en 1937, se cobró también la de Robert Capa —Indochina, 1954— y la de David Shymin alias Seymour alias Chim —Suez, 1956—, ambos íntimos de ella, así como también cofundadores con Henri Cartier–Bresson de la legendaria Agencia Magnum.

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Gerta Taro, judía alemana de ascendencia polaca y cuyo verdadero apellido era Pohorylle, no sólo fue la descubridora y esforzada promotora del talento de Robert Capa, sino asimismo su compañera y una colega de altísimo valor, tanto profesional como personal. Siempre se la vio en primera línea de fuego y siempre con la sonrisa en los labios. Algunas de las mejores fotos de la guerra civil española llevan su firma, y varias de ellas pasan injustamente por ser de Robert Capa, sin culpa de este último, al menos que se sepa.

La apasionante y apasionada investigación de Irme Schaber resucitó a Gerta Taro en un libro de lectura igualmente apasionante y apasionada, al que sólo pueden reprochársele un par de deliciosos disparates, como por ejemplo el de que allá por el 1800 Goya fuese el pintor de cámara de Felipe II (1527–1598); o el de que las iniciales PC del hito kilométrico donde se apoya Gerta Taro en un retrato suyo debido a Robert Capa, sean las de Partido Comunista… cuando tan sólo siglan la existencia del humilde y bello oficio de los peones camineros.

A título personal puedo reseñar que en esta biografía me reencontré con Boris Goldenberg, quien durante largos años dirigió el servicio latinoamericano de ondas cortas de la Radio Deustche Welle (la BBC alemana), siendo él, pocos meses antes de su jubilación, uno de mis valedores para ingresar a la plantilla de la emisora. Boris, como también Willy Brandt, fue compañero de exilio de Gerta en el París de los años 30, y recién leyendo la biografía de ella me vine a enterar de cuánto de bueno hubiese podido platicar con él, acerca de una mujer que tanto me atrajo desde que supe de su existencia.

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Hasta donde he podido investigar, el libro de Irme Schaber aún no ha sido traducido a nuestro idioma, y es una verdadera pena porque en las conmemoraciones en modo efemérides de la guerra civil española, desde 1996 en adelante, se han editado muchos libros relativos a la contienda y de mucha menos enjundia que esta biografía. La de una mujer que amó a España y a su pueblo y lo demostró con su vida y su obra, pagando además por ello el precio más alto que pagarse puede.

En 1970, en tiempos de la RDA, Leipzig, ciudad donde Gerta Taro vivió desde los 19 años hasta su forzado exilio, le dedicó una calle. Stuttgart, su patria chica, esperó hasta el 2008 para incluir en el nomenclator urbano una Plaza Gerta Taro. Y sólo ahora, a 80 años de su muerte, la Villa y Corte de Madrid le ha rendido homenaje dando su nombre a una de sus calles, en El Plantío, a la izquierda de la carretera de La Coruña. Muy cerca de Brunete.

 

Ricardo Bada:
Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral en castellano de la obra de Heinrich Böll.

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