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Gilles Lipovetsky: «No podemos parar el avance de la inteligencia artificial, no se puede detener la técnica»

El pensador francés charla con ABC a su paso por Madrid, donde dio una conferencia sobre el culto al patrimonio en la hipermodernidad

Gilles Lipovetsky EFE

 

Con Gilles Lipovetsky (Millau, Francia, 1944) da la sensación de que la filosofía no nació del silencio sino de la verborrea, en una noche larga de vino compartido e ideas encendidas como pavesas. Habla tanto y tan rápido, el hombre, que de pronto tiene que agarrar una palabra con las manos para que no se escape. Su último libro, ‘La consagración de la autenticidad’ (Anagrama), nace de ahí: cuatrocientas páginas para encerrar un concepto. Lipovetsky, uno de los nombres propios del pensamiento francés, muy francés, ha venido a Madrid para dar una conferencia sobre ‘El culto al patrimonio en la era de la hipermodernidad’, un acto organizado por Patrimonio Nacional y la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno.

 

—En ‘La consagración de la autenticidad’, donde defiende que es el ideal de autenticidad lo que define nuestro tiempo. Tiene gracia, porque otros dirían que es lo contrario: que es lo ‘fake’, lo falso, la mentira lo que define nuestra época.

—Antiguamente teníamos ideologías heterogéneas, mientras que en la actualidad lo que tenemos es una proliferación de discursos falsos. Pero estos discursos falsos no destruyen el ideal de autenticidad. Destruyen el ideal de verdad, que no es lo mismo.

—¿Qué es la autenticidad, entonces?

—Es el ‘be yourself’ inglés, la evidencia de que cada uno es propietario de sí mismo. De que debemos vivir con la exigencia de estar conformes con nosotros mismos, en concordancia con nuestra voluntad. Es una idea que viene del siglo XVIII, y que se ha convertido en la más importante del mundo occidental. Es una invención de los espíritus ilustrados, porque durante milenios no fue un valor. Durante milenios prevalecía la obediencia a unas tradiciones, a unas normas. La obediencia a los ancianos, por ejemplo. Pero el ideal de autenticidad acabó con eso. Y este ideal es lo que ha permitido los avances en los derechos de los homosexuales. En la mayoría de los países se acepta el matrimonio homosexual. No hace tanto Oscar Wilde fue a la cárcel por ello. Ahora se casan, adoptan y todos lo vemos como normal. ¿Por qué? Porque lo que juzgamos como justo es la autenticidad, el derecho a vivir en concordancia con nuestra propia voluntad. Y esto lo creemos hasta el punto de que incluso las personas transgénero piden un cambio de identidad a nivel civil en el registro.

—Sostiene que ‘lo auténtico’ también es el valor que rige en los museos. Nos desplazamos cientos o miles de kilómetros para ver un Goya, un Da Vinci, pero no para ver una reproducción.

—El museo es un lugar de respeto por las cosas auténticas. Se comprueba la autenticidad de las obras, se controla, se verifica, se hacen peritajes. Y es interesante porque esto choca con otro fenómeno propio de nuestra época: lo ‘kitsch’. Te vas a una estación de tren en Japón y escuchas el canto de los pájaros. Pero no son pájaros: es un hilo musical. Es decir, es falso. Te vas a unos grandes almacenes de bricolaje y te venden un falso césped que está hecho de plástico. Te venden falsos árboles, falsas flores, falsos ladrillos, falsas chimeneas: ¡todo es ‘fake’, todo es falso! Hay una especie de tensión, de choque, entre una especie de sacralidad de lo auténtico y el universo de lo ‘kitsch’, de Disneyland. Porque en Disney todo es falso, todo es imaginación. Habitamos un mundo en el que el ideal de autenticidad no está reñido con la explosión de lo contrario.

—En el libro cita al Papa Francisco para hablar del cambio climático. Y lo rebate.

—No tengo nada en contra del Papa, es totalmente respetable, no hay ningún problema con él. El problema se sitúa en otra parte, en el debate de cómo luchas contra el cambio climático, que es el gran reto de nuestra época. El Papa Francisco está en su papel, está convencido de que la fe religiosa es necesaria para limitar la locura de los hombres a nivel de un consumo excesivo. Y consumir demasiado significa emisiones de CO2 y calentamiento global, con lo cual es un crimen, porque impides a las futuras generaciones tener la posibilidad de una existencia digna… Yo no comparto esto, no creo que vayas a solucionar el problema de un planeta con 9.000 millones con una cruzada moral. Lo que necesitamos son investigadores, laboratorios, Estados que inviertan en energías renovables. Vamos a necesitar empresas responsables que cambien sus procesos de fabricación y también, quizás, consumidores más responsables. Pero ese es el último eslabón. Antes hay que cambiar el sistema de producción. Los problemas que tenemos los resolveremos con la técnica, no con las cruzadas morales.

—¿Tiene fe en la tecnología?

—La tecnología nos amenaza, es verdad, es innegable. Ahora bien, tampoco tenemos otra solución creíble a nuestros problemas. La humanidad siempre ha progresado a través de la técnica. De hecho, creo que el genio humano es impensable sin la técnica [deja un silencio]. No hay otra solución que invertir más en una tecnología responsable y limpia. La tecnología es lo que nos va a permitir limitar el calentamiento global. ¿Cuál es la alternativa? ¿El decrecimiento? ¿Decirle a la gente que deje de coger aviones y de comer carne? Si el crecimiento económico se hunde, ¿cómo vamos a poder invertir en el futuro? ¿Qué tipo de trabajo vamos a poder ofrecer a la gente? ¿Cómo vamos a alimentar a esos millones de personas que pasan hambre? Vamos a necesitar construir escuelas, hospitales, carreteras, ferrocarriles. ¿Y con qué dinero se va a conseguir esto?

—¿Es pesimista respecto al futuro?

—No, yo sigo siendo un hombre optimista. El problema es que la técnica va a una velocidad exponencial. Lo vemos ahora con la inteligencia artificial. Las cosas que nos parecían humanas ahora un robot lo hace mejor que nosotros. Y es el nuevo reto. No podemos pretender parar el avance de la inteligencia artificial, porque eso nunca ha funcionado. En ningún momento se ha podido detener la potencia técnica. Deberíamos ser conscientes de ello e intentar controlarla sin demonizarla.

—Ahora la inteligencia artificial ha roto el monopolio humano de la creatividad, ¿qué es lo propiamente humano?

—La sensibilidad. Los robots, los chatbots… no tienen afectos. Además, los robots hacen cosas estupendas, pero no estoy del todo seguro de que su producción sea exactamente un sinónimo de lo que es capaz de hacer el hombre. Estoy esperando a ver si un robot hubiese sido capaz de crear, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y no estoy seguro. La pregunta es, ¿puede un robot romper con lo anterior, inventar algo realmente nuevo? Puede hacer cálculos a una velocidad astronómica, de eso no hay duda. Pero el genio humano fue decir: bien, pensábamos de esa manera, pero era falso. Creíamos que la Tierra era plana pero en realidad es redonda y gira alrededor del Sol. La imaginación es capaz de romper con lo que estaba antes. No estoy seguro de que las herramientas de inteligencia artificial sean capaces de hacerlo, porque tan solo están reformulando y combinando lo que ya tienen. Y el genio humano es inventar cosas que todavía no existen.

 

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