Giovanni Sartori, el islam y la invasión de los ladrones de cuerpos
Lo advirtió en 2002, mucho antes de que musulmanes nacidos en Europa -como el asesino del Parlamento- actuaran como quintacolumnistas de esta guerra que el Continente lleva todas las de perder.
El politólogo italiano Giovanni Sartori, fallecido hace unos días a los 92, acertó a trazar dos rasgos de este Occidente que empieza a parecerse a un dinosaurio en peligro de extinción.
El primero es la aparición del “homo videns” -como describe en su libro homónimo-, una especie ágrafa y por lo tanto manipulable dominada por la televisión, formidable arma de dos filos, que puede servir para educar pero también para anestesiar.
Y el segundo rasgo es el multiculturalismo, una forma como otra cualquiera de suicidarse ante las nuevas invasiones. Es exactamente lo que está haciendo la Europa en la que los emigrantes musulmanes no se integran y han creado ya pequeños “califatos” a escala en Estocolmo, Colonia, Bruselas o Londres, donde la policía no se atreve a entrar y donde no rigen las constituciones democráticas sino la sharia o ley islámica.
Todo esto lo supo ver Sartori en 2002, en su libro profético La sociedad multiétnica, cuando el polvorín no había estallado aún en Europa aunque ya tenía el terreno sembrado de minas en los barrios islamistas, mezquitas y escuelas coránicas, gracias al buenismo de Francia, Bélgica, Reino Unido o los países escandinavos.
Cada vez más musulmanes de segunda y tercera generación nacidos en suelo europeo, se han dedicado a hacer la guerra contra Occidente como una quinta columna
Pero envalentonados por el ataque a las Torres Gemelas, que demostraba que el Imperio no era invulnerable, cada vez más musulmanes de segunda y tercera generación nacidos en suelo europeo, se han dedicado a hacer la guerra contra Occidente desde dentro, como una quinta columna: desde los atentados del metro de Londres (2005) hasta el “camionicido” junto al Parlamento británico, pasando por la matanza de la discoteca Bataclán de París (2015).
Lo que Sartori explicaba en su ensayo es que una cosa es la acogida y el mestizaje de culturas diversas, y otra muy diferente el puzzle de culturas en compartimentos estancos y excluyentes, en la que los recién llegados no se integran ni aceptan las leyes y costumbres de los anfitriones.
El mayor error ante el multiculturalismo es creer que vas a homogeneizarlos otorgándoles la ciudadanía, dándoles derechos y -lo que es peor- regándoles a subvenciones. Sobre a todo a quienes no tienen ningún interés en integrarse: los musulmanes.
Y eso es lo que ha hecho la Europa de las últimas décadas: como necesito brazos, porque yo no tengo hijos, y quiero pellizcar uvas sin moverme del triclinio, llamo a la plebe de desiertos lejanos, para que haga el trabajo sucio y le subvenciono a fin de que está contenta y siga partiéndose el espinazo. Y sus hijos ya serán británicos o franceses y a base de ver tele-basura ya verás como se vuelven tolerantes.
Pero 30 o 40 años después, los hechos demuestran que ni se han “germanizado”, ni se han “afrancesado”, ni se “britanizado”, ni los reality shows les ha vuelto tolerantes. “Conceder la ciudadanía -dice Sartori- no equivale a integrar” sino más bien a otorgar peso y fuerza a “contraciudadanos”.
Así, “conceder (a los islámicos) el derecho al voto servirá para hacerlos intocables en las aceras e incluso imponer el chador a la mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris”.
La democracia se convierte de esta forma en el medio para imponer la barbarie, igual que los Boeing de la United Airlines se convirtieron en misiles contra las Torres Gemelas, o un todoterreno 4×4 en un tanque para arrollar a sus víctimas en el atentado del Parlamento británico. Nuestras mismas armas son el caballo de Troya con las que el enemigo hace la guerra desde la retaguardia.
La novedad es que quienes golpean y otra vez a sangre y fuego a Europa son… europeos. Los contraciudadanos de los que habla Sartori.
El drama del Viejo Continente es el de un mundo que se derriba desde dentro. Y quienes la van a destruir van a ser los europeos. Quienes flambean coches en París son franceses; quienes ponen bombas en el metro de Londres son británicos; quien atentó con el 4×4 junto Westminster no había nacido en desiertos lejanos sino en Kent.
Ya ocurrió hace casi dos milenios: los que acabaron con el Imperio eran soldados romanos; “la llamada invasión -escribe Indro Montanelli- no fue más que un cambio de guardia entre bárbaros”.
Han adoptado nuestra apariencia, portan nuestra carcasa corporal, pero culturalmente son otros, son alienígenas
Los contraciudadanos han adoptado nuestra apariencia, nuestra identidad externa, pero culturalmente son otros, son alienígenas. Los autores del 11-M eran vecinos nuestros, se cruzaban contigo en el metro, pero llevaban a un asesino dentro de su carcasa corporal. Los terroristas del 7-J eran británicos por fuera y fanáticos islamistas por dentro; los pirómanos de Saint-Denis son franceses por fuera, y nihilistas por dentro.
Desconozco si Giovanni Sartori vio un clásico del cine de ciencia-ficción, La invasión de los ladrones de cuerpos, en la que unos extraterrestres -alojados en una gigantescas vainas- adoptaban forma humana, para infiltrarse y dominar la tierra.
Pero su descripción del ‘contraciudadano’, que no está dispuesto a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se propone permanecer como extraño en la comunidad que le acoge y que termina siendo una amenaza es lo más parecido a la parábola cinematográfica.