Reina Elisabeth I (Ana Caterina Antonacci) en la opera Gloriana. ©JAVIER DEL REAL
Buena parte del populismo analfabeto sigue creyendo que la ópera es cosa de pijos
La ópera fue, como la revolución, la fiesta favorita de la burguesía europea. Lo seguiría siendo durante décadas hasta que la destrucción de la cultura popular la empujó al rincón de la élite, es decir, se la devolvió a la aristocracia. Buena parte del populismo analfabeto sigue creyendo que la ópera es cosa de pijos. En lugar de impulsar su difusión, la revientan.
Así, por ejemplo, la gran Gloriana, ópera de Britten que se está produciendo en el Real de Madrid. Creada para la coronación de la joven reina Isabel en 1953, sufrió el ataque de lo peor del establishment británico. A su estreno acudieron embajadores romos, arrogantes jefes del régimen, ministros tontainas, parásitos de la corte, en fin, esa tropa que en la actualidad ha promovido el Brexit: puro populismo. Britten los calificó con sencillez clásica de “cerdos”. Su libretista se refirió a “un público viscoso”. El caso es que se cargaron la ópera y no volvió a la escena hasta medio siglo más tarde. ¡Y esto es lo que los actuales cabecillas del pueblo consideran “elitista”!
El boicot es fácil de explicar. Britten eligió para su ópera una historia regiamente escrita por Lytton Strachey, Elizabeth and Essex, que narra la caduca atadura amorosa de Isabel I, una anciana de más de sesenta años, con el joven conde de Essex, militar altanero y cabeza loca. Cuando Essex fracasó en su intento de dominación irlandesa, incapaz de admitir la derrota conspiró contra la reina. Isabel no dudó ni un momento en condenarle a muerte. La ópera de Britten es una defensa de la nación contra los intereses egoístas de los políticos. Un Lucio Junio Bruto femenino.
La admirable creación del Real debería ser vista por todo ese populismo que desprecia cuanto ignora. Y por los demás, claro.