Glorias de Cuba
Félix Varela, “el primero que nos enseñó a pensar”, como dijo su discípulo José de la Luz y Caballero. (Wikicommons)
Durante muchos años he oído en el extranjero la cantinela de que en Cuba no había educación ni cultura antes de 1959. Lo dicen académicos, intelectuales y artistas desinformados, o cínicos, en Europa, en EE UU y en América Latina. Es el fruto –tan mendaz como eficaz– de la propaganda oficial que los tontos útiles en diversos rincones del mundo corean como un mantra hasta la náusea. Más de cinco décadas de bombardeo mediático y autobombo sistemático por fuerza dejan su huella.
Nada nuevo bajo el sol. Desde Goebbels, Stalin, Gorki y Gronski la publicidad totalitaria consiste en mezclar fragmentos de verdades con mentiras a granel y repetirlos machaconamente.
Sabemos de los escritores –-incluso clásicos– y los artistas «degenerados» proscritos por los nazis. Un proceso similar tuvo lugar en la Unión Soviética estalinista: autores borrados de libros de texto, excluidos de bibliotecas públicas. Pintores relegados al olvido. Retoques o montajes fotográficos de donde desaparecían destacados bolcheviques tras caer en desgracia. Geniales compositores prohibidos, etcétera.
Todos los utopistas radicales padecen esa vanidad patológica de reescribir el pasado, desacreditándolo como mínimo, borrando episodios o suprimiendo personalidades, para que la historia comience con ellos. Da lo mismo si se hace en nombre del proletariado o de la raza aria. El que más lejos llegó haciendo tabla rasa con el ayer, fue el camboyano Pol Pot.
Todos los utopistas radicales padecen esa vanidad patológica de reescribir el pasado, desacreditándolo como mínimo, borrando episodios o suprimiendo personalidades, para que la historia comience con ellos
Digan lo que digan, la cultura cubana ya atesoraba abundantes fulgores antes del 59. Por razones de espacio, estoy obligado a ser muy parco en la selección. En el siglo XIX: Félix Varela, «el primero que nos enseñó a pensar», como dijo su discípulo José de la Luz y Caballero. Otros pensadores criollos: Arango y Parreño, José Antonio Saco, Domingo del Monte, Bachiller y Morales, José Martí, Enrique José Varona. En poesía los talentos se multiplican: Zequeira con su Oda a la Piña, Rubalcava con Silva cubana, José María Heredia con su Himno del desterrado ¡tan vigente!, José Jacinto Milanés, el poeta esclavo Juan Francisco Manzano, el mulato humilde Plácido, Juan Clemente Zenea, Julián del Casal, Juana Borrero, el brillante José Martí… No podemos dejar de mencionar a dos geniales violinistas: Brindis de Salas y José White.
Más escritores importantes en el siglo XX: Mariano Brull con La casa del silencio (1916), José Zacarías Tallet con La rumba (1928), Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Eugenio Florit, José Lezama Lima, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Fina García Marruz, el crítico Cintio Vitier, el poeta, narrador y dramaturgo Virgilio Piñera…
En ciencias ya tuvimos entre el XVIII y el XIX al médico Tomás Romay, al que siguieron el sabio y naturalista Tranquilino Sandalio de Noda, el investigador Felipe Poey, el doctor Carlos J. Finlay y el malacólogo Carlos de la Torre.
Las altas calidades se incrementan: el ensayista Jorge Mañach con su Indagación del Choteo (1928), el antropólogo Fernando Ortiz ( Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, 1940), su discípula Lydia Cabrera con su obra maestra El Monte (1954).
¿Cómo es posible que una república «mediatizada», con una burguesía tan detestable y vendida al imperialismo, pudiera generar tantas lumbreras?
¿Cómo es posible que una república «mediatizada», con una burguesía tan detestable y vendida al imperialismo, pudiera generar tantas lumbreras? Y la lista continúa con el novelista Carlos Loveira ( Generales y doctores, de 1920, y Juan Criollo, de 1927); Enrique Serpa con Contrabando (1938); Carlos Montenegro con Hombre sin mujer(1938); Lino Novás Calvo con Pedro Blanco, el negrero (1933), precursora de lo que se ha dado en llamar «realismo mágico» o «lo real maravilloso». Las mejores prosas de Alejo Carpentier ya se habían publicado antes de 1959: Viaje a la semilla (1944), El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953). En el costumbrismo humorístico tenemos a Eladio Secades con sus Estampas (1940). Aunque El Ingenio se publicó en 1964, Moreno Fraginals ya ganaba premios como historiador desde 1942. Tomás Gutiérrez Alea ya había estudiado cine en Roma hacia 1951 y su documental El Méganoes de 1955.
En las artes plásticas desfilan Fidelio Ponce, Víctor Manuel, Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Mariano Rodríguez, Gina Pellón, Wifredo Lam, Guido Llinás, Agustín Cárdenas, René Portocarrero, Amelia Peláez, Acosta León, Antonia Eiríz, Raúl Martínez… Y no olvidemos al campeón mundial de ajedrez José Raúl Capablanca.
¿Puede la Isla, en los últimos 56 años, mostrar una pléyade como la del período republicano? Y todo eso sin Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), ni Ministerio de Cultura, sino más bien gracias al misterio de la cultura.