Gobierno de Sánchez: Objetivo, durar
Hace unas semanas, en un homenaje a Jorge Semprún, Fernando Claudín y Javier Pradera, en la madrileña Residencia de Estudiantes, Felipe González contó la siguiente anécdota: a los pocos días de instalarse en La Moncloa, en 1982, tras ganar las elecciones por mayoría absoluta (202 diputados, 48% de los votos), pidieron verle sus amigos el magistrado Clemente Auger y el editor Javier Pradera. Ambos trataban de transmitirle un mensaje temeroso (era la primera vez en la historia de España que había un Gobierno socialista químicamente puro): no hagas nada; tu principal objetivo es durar. «No les hice caso, y duré», remató. ¿Durar será la prioridad absoluta de Pedro Sánchez y su nuevo Gobierno?, ¿su política se compondrá de medidas de muy esforzada consecución en el Congreso, dada la precariedad de sus apoyos, o su principal línea de acción estará compuesta de símbolos, que por cierto también están esperando los ciudadanos que los votaron? En una entrevista a este periódico, la vicepresidenta Carmen Calvo declaraba sus ganas de «hacer cosas», por lo que descartaba convocar elecciones de inmediato.
Para aplicar la política anunciada en la moción de censura que le dio el poder, Sánchez tiene cuatro grandes limitaciones objetivas: solo 84 diputados, unos Presupuestos Generales para lo que resta de año que son los del Partido Popular, su compromiso de que se cumplirán los compromisos de estabilidad adquiridos con Bruselas (lo que seguramente significará aumento de ingresos y recortes en el gasto), y la vigilancia de los mercados. Esta última es especialmente inquietante en una democracia, a la luz de las declaraciones del comisario europeo de Presupuestos, el alemán Günther Oettinger, hace apenas 10 días, con motivo de las recientes elecciones italianas: espero que los mercados sean una señal para los electores italianos, dijo. O más exactamente: «Espero que los mercados y la evolución de la economía italiana sea una señal para que los electores no den su apoyo a populistas de izquierdas ni de derechas». Tan graves palabras fueron corregidas por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker («unas palabras de gravedad inaudita»), pero todos las habíamos escuchado ya.
En el periodo en que gobierne, el actual líder socialista intentará sobre todo no tener que repetir el sentido de aquellas angustiosas palabras de su antecesor, Mariano Rajoy, en el pleno del Congreso de los Diputados en julio de 2012: «Los españoles hemos llegado a un punto en que no podemos elegir entre quedarnos como estamos o hacer sacrificios. No tenemos esa libertad. Las circunstancias no son tan generosas. La opción que la realidad nos permite es aceptar los sacrificios y renunciar a algo, o rechazar los sacrificios y renunciar a todo». En aquellos momentos las circunstancias eran mucho más dramáticas que ahora, al menos en cuestión de grado: apenas unos días antes Europa había concedido una póliza de crédito de 100.000 millones a España para salvar a su sistema financiero, y los hombres de negro de la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea) empezaban a frecuentar nuestras calles y plazas.
Durar será sin duda su prioridad. Pero habrá de acompañar ese verbo de algo más.