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Godard, el hombre que era cine

Hizo cine, vídeo, post-cine y ensayo durante 75 años sin que un solo título suyo fuera un taquillazo. Pero todo el cine del último medio siglo es post-godardiano

Una imagen de 'Vivir su vida'

Una imagen de ‘Vivir su vida’

 

Cuando visitó los cines Alphaville de Madrid hace poco más de 40 años, Jean-Luc Godard dijo que se había acabado convirtiendo en «la tradición de la vanguardia», cuando le preguntaron en cuál de los dos polos se situaba. A la altura de 1981 Godard llevaba una década siendo un muerto (hoy diríamos «cancelado») que gozaba de excelente salud; más aún, en ese momento iniciaba una de esas múltiples resurrecciones suyas que tanto han puesto de los nervios a sus muchos canceladores.

Uno de los libros de referencia de la incesante literatura godardiana (no fue popular pero generó todo un ecosistema editorial) es el que le dedicó ‘Cahiers du Cinéma’, la revista desde la que él mismo y sus compinches nuevaoleros contribuyeron a cambiar toda nuestra percepción del cine.

Allí se desglosaba de manera luminosa su increíble trayectoria en fases como ‘los años Cahiers’, ‘los años Karina’ (por su musa Anna, en vez de decir nouvelle vague como todo el mundo), ‘los años Mao’ (por el lustro que dedicó a un cine político en donde renunciaba, nada menos, a la marca registrada de su nombre propio), ‘los años vídeo’ (fue uno de los primeros en alternar salomónicamente en aquella feroz guerra de formatos entre filme y vídeo que pronto perdería el celuloide)… Y aún les faltaba añadir la siguiente fase, ‘los años ensayo’, que se reveló gradualmente según fue desvelando los diversos capítulos de su última ‘consagración de la primavera’, su monumental ‘Histoire(s) du cinéma’, comenzada en 1989.

Así que la pregunta que habría que hacer a sus detractores es a cuál Godard dirigen su particular discurso de odio. Al que ayudó a establecer esa revolución copernicana llamada política de los autores, vigente desde hace décadas en el pensamiento sobre el cine. O al mascarón de proa de esa nueva ola francesa que estableció la idea y la vigencia (incluso comercial, ‘ma non troppo’) de un cine de autor del que se sigue alimentando todo festival de cine. En ese territorio virgen de un cine narrativo que aspiraba a replicar los grandes logros e innovaciones de la ficción escrita del siglo XX, nadie llegó más lejos que el ínclito Godard; y esa avanzadilla es la pura definición de vanguardia. Por un precio, claro está: si el cine es prosa, narrativa por supuesto, el que se aleje del prosaísmo para filmar como se escribe poesía, se compone música, se pinta un cuadro o se ensambla un collage, merece quedarse sin público.

Esas metáforas tomadas de otras artes se plasman plenamente en la citada etapa última del cineasta, la ensayística, en donde se recalca la noción de que el cine no nació (añadamos, solamente) para contar historias sino para discutir ideas y generar conocimiento, por medio de ese instrumento científico y poético a la vez (aquí Godard enlazaba con toda una tradición alternativa que va de Epstein y Vertov a la corriente experimental del cine de apropiación o de metraje encontrado) que es el montaje cinematográfico. La ‘forma que piensa’ es la admirable formulación que proponía Godard para este modo de cine-ensayo que, al contrario que el ‘autorismo’, no ha pasado a formar parte todavía de la cultura general del cine. Esta sí que fue su revolución perdida.

Godard hizo cine, vídeo, poscine y ensayo durante 75 años sin que un solo título suyo fuera un taquillazo. Pero todo el cine del último medio siglo es posgodardiano. Sigue valiendo la pena citar el juicio ambiguo de Félix de Azúa, cuando dice que fue quien más hizo por el cine en la época de su destrucción. Pero mejor aún este de uno de sus exégetas, Jacques Aumont: «¿Cómo debemos definir a Godard? No veo más que una forma: es el hombre que era cine».

 

 

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