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Gran Bretaña tiene ahora un sistema de cuatro partidos

Laboristas y Conservadores están divididos. Conozca las nuevas fuerzas en la política británica: Corbynitas, socialdemócratas, liberales (Whigs) y Tories.

La elección del pasado junio vio el regreso del bipartidismo a la política. Laboristas y conservadores aumentaron su votación conjunta al 82%, del 65% obtenido en 2005. Sin embargo, observando un poco más de cerca a los dos grandes partidos que actualmente están celebrando sus conferencias anuales — los laboristas en Brighton y los conservadores en Manchester — entonces se ve una imagen más complicada. Bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, el laborismo se divide en dos subpartidos: un partido socialdemócrata moderado y un partido Corbynita socialista. Los conservadores son una incómoda coalición de liberales y Tories. 

El partido Corbynita tuvo el control en Brighton. La mayoría de los sindicalistas y activistas que llenaron la sala fueron Corbynitas, y Momentum, el núcleo central del Corbynismo, ayudó a realizar una conferencia paralela, «el mundo transformado». Tom Watson, oficialmente el líder adjunto del partido,  y oficiosamente uno de los comandantes del movimiento de resistencia anti-Corbynista, ofreció a la Conferencia una interpretación de «Oh, Jeremy Corbyn«, el canto favorito de los fieles, en una abyecta admisión de derrota. Sin embargo, los socialdemócratas estuvieron presentes. Parlamentarios seguidores de Tony Blair caminaron por el paseo marítimo con sonrisas crispadas. «Labour First«, un grupo moderado de presión, se quejó en voz alta de que la izquierda había controlado la Conferencia de tal forma que impedían los discursos de los centristas, en particular Sadiq Khan, el alcalde de Londres (los organizadores eventualmente cedieron en su caso). Un moderado se quejó de que se sentía como un extraño en su propio partido. El tipo de personas que solían estar fuera de la sala repartiendo panfletos estaban ahora dentro.

Los Corbynitas y los socialdemócratas discrepan fundamentalmente sobre el significado de la elección reciente, en la que el partido aumentó dramáticamente su voto, pero le faltaron 64 escaños para la mayoría. Len McCluskey, líder del sindicato «Unite», pro-Corbyn, dio rienda suelta a la interpretación de los Corbynitas cuando le dijo a la Conferencia que estaba cansado de «quejumbrosos y llorones» que señalan que el laborismo no ganó la elección. «Yo digo que sí ganamos.» «Ganamos los corazones y las mentes de millones de personas, especialmente de los jóvenes», insistió. El Sr. Corbyn dijo en una reunión no oficial que habrían ganado si la campaña hubiera durado otra semana. En este análisis, la tarea ahora es trabajar más duro en la venta del Corbynismo a la gente.

Los socialdemócratas, por su parte, creen que perdieron una elección ganable al respaldar a un candidato y a un conjunto de políticas que están lejos de la corriente dominante en la sociedad. La evidencia señala en ambas direcciones. El Sr. Corbyn logró una notable hazaña al obtener el 40% de los votos. Pero su partido está parejo con los conservadores en las encuestas, a pesar del hecho de que el gobierno está haciendo todo lo posible por destruirse. Un político más centrista podría estar ganando con dobles dígitos.

La Conferencia de los conservadores, en Manchester, no será menos confusa. Será compartida por los Whigs (una variante liberal), un sector partidista cosmopolita, que quiere que Gran Bretaña permanezca lo más cerca posible de Europa, y los Tories, un partido nacionalista que se preocupa por la inmigración y el cambio cultural. Los liberales son en su mayoría jóvenes y urbanos — los de Notting Hill, de David Cameron, mientras que los Tories son de más edad y rurales. Los liberales piensan que el partido conservador debe moverse con los tiempos para sobrevivir, mientras que los Tories piensan que cambiar significará entregar todo lo que ellos aprecian. Como los Corbynitas, los Tories son mayoritarios. El partido conservador goza de mayorías inexpugnables en lugares como Hampshire East, pero ha perdido recientemente cabezas de playa metropolitanas tales como Kensington y Battersea.

Los conservadores están tan divididos sobre el significado de la elección como los Laboristas. Los Tories piensan que la estrategia de Theresa May de avanzar hacia áreas de clase obrera culturalmente conservadoras en el norte fue una idea brillante mal ejecutada. El partido estuvo cerca de ganar un montón de escaños favorables al Brexit como Bishop Auckland, en el noreste de Inglaterra. Los liberales están de acuerdo en que fue mal ejecutada, pero creen que fue fundamentalmente una idea imprudente. Al adoptar el conservadurismo social y el nacionalismo de la pequeña Inglaterra, el partido alienó a la Gran Bretaña metropolitana sin romper la lealtad tribal de la clase obrera con el laborismo.

Las Conferencias y sus secuelas

Estas divisiones no son claras. Algunos conservadores defensores del Brexit, como Daniel Hannan, son liberales radicales que favorecen el libre comercio, y  que comparan la UE con las  proteccionistas Leyes del Maíz de la década de 1840. Algunos de los principales socialdemócratas del Partido Laborista, como el Sr. Khan, se han inclinado ante Corbyn. Las conferencias partidistas subrayan el hecho de que los partidos políticos son tanto organismos sociales como políticos: una excusa para emborracharse, pasar un buen rato y salir con amigos.

Sin embargo, el Brexit está poniendo a prueba hasta sus límites las habilidades de los gerentes de los partidos. En el gobierno, los conservadores no pueden evitar tomar decisiones divisivas sobre el Brexit. El partido también contiene un núcleo de fanáticos que no tienen intención de permitir que el triunfo de Brexit sea traicionado. El laborismo también está dividido. Corbyn no es muy entusiasta de Europa, en parte porque, como socialista, considera a la UE como un impedimento a políticas como la nacionalización y en parte porque, como jefe de partido, se da cuenta de que muchos votantes laboristas de clase trabajadora apoyaron al Brexit. Por el contrario, los socialdemócratas laboristas son apasionadamente pro-UE.

En Gran Bretaña, las lealtades tribales generalmente triunfan sobre las divisiones ideológicas. Pero ocasionalmente las divisiones ideológicas son demasiado amplias para manejarlas, particularmente cuando están aliadas con intereses económicos. Los conservadores se han dividido dos veces debido al comercio, primero sobre las Leyes del Maíz y después sobre la preferencia imperial a principios del siglo XX. Brexit podría llegar a ser una división. Los Whigs conservadores y los socialdemócratas del Partido Laborista tienen mucho más en común sobre Brexit (y mucho más) que con las alas radicales de sus partidos. Una de las grandes cuestiones del próximo año será si el tribalismo prevalecerá nuevamente -o si los whigs y los socialdemócratas pueden reunir el coraje para acercarse y comenzar a votar como un solo bloque sobre el agobiante tema de la relación de Gran Bretaña con Europa.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The Economist

Bagehot

Britain now has a four-party system

Labour and the Conservatives are both divided. Meet the new forces in British politics: Corbynites, Social Democrats, Whigs and Tories

THE election in June saw the return of two-party politics. Labour and the Conservatives increased their share of the vote to 82%, from 65% in 2005. Yet look a little more closely at the two great parties that are currently holding their annual conferences—Labour in Brighton this week and the Conservatives in Manchester next—and you see a more complicated picture. Under Jeremy Corbyn, Labour is divided into two sub-parties: a moderate Social Democratic Party and a socialist Corbynite Party. The Conservatives are an uneasy coalition of Whigs and Tories.

The Corbynite Party was in charge in Brighton. Most of the trade unionists and activists who filled the hall were Corbynites, and Momentum, the molten core of Corbynism, helped to put on a parallel conference, “The World Transformed”. Tom Watson, officially Labour’s deputy leader and unofficially one of the commanders of the anti-Corbyn resistance movement, even treated the conference to a rendition of “Oh, Jeremy Corbyn”, the favourite chant of the faithful, in an abject admission of defeat. But the Social Democrats were nevertheless in evidence. Blairite MPs walked the seafront with rictus smiles. Labour First, a moderate pressure group, complained loudly that the left had stitched up the conference by denying speaking roles to centrists, most notably Sadiq Khan, the mayor of London (the organisers eventually relented). One moderate complained that he felt like a stranger in his own party. The sort of people who used to stand outside the hall handing out leaflets were now inside.

The Corbynites and Social Democrats differ fundamentally on the meaning of the election, in which Labour dramatically increased its vote-share but fell 64 seats short of a majority. Len McCluskey, the leader of the pro-Corbyn Unite union, gave vent to the Corbynite interpretation when he told the conference that he was tired of “whingers and whiners” who point out that Labour didn’t win. “I say we did win. We won the hearts and minds of millions of people, especially the young,” he insisted. Mr Corbyn told a fringe meeting that Labour would have won outright if the campaign had lasted another week. On this analysis, the task now is to work harder at selling Corbynism to the people.

The Social Democrats, meanwhile, believe that Labour lost a winnable election by backing a candidate and a set of policies that stand far outside the mainstream. The psephological evidence points in both directions. Mr Corbyn pulled off a remarkable feat by getting 40% of the vote. But his party is running neck-and-neck with the Conservatives in the polls, despite the fact that the government is doing its best to tear itself apart. A more centrist politician could be leading by double figures.

The Conservatives’ Manchester conference will be no less confusing. It will be shared by the Whigs, a cosmopolitan party that wants Britain to remain as close as possible to Europe, and the Tories, a nationalist party that worries about immigration and cultural change. The Whigs are mostly young and urban—David Cameron’s Notting Hill set writ large—while the Tories are older and rural. The Whigs think the Conservative Party must move with the times in order to survive, whereas the Tories think that moving with the times will mean surrendering everything they hold dear. Like the Corbynites, the Tories have numbers on their side. The Conservative Party enjoys impregnable majorities in places like Hampshire East, but has recently lost metropolitan beachheads such as Kensington and Battersea.

The Conservatives are just as divided over the meaning of the election as Labour. The Tories think that Theresa May’s strategy of advancing into culturally conservative working-class areas in the north was a brilliant idea badly executed. The party came close to winning a slew of Brexit-voting seats such as Bishop Auckland in north-east England. The Whigs agree that it was badly executed but think it was a foolish idea in the first place. By embracing social conservatism and little-England nationalism, the party alienated metropolitan Britain without breaking the working class’s tribal loyalty to Labour.

Conferences and after-parties

These divisions are not clear-cut. Some Conservative Brexiteers, such as Daniel Hannan, are radical Whig free-traders who liken the EU to the protectionist Corn Laws of the 1840s. Some of Labour’s chief Social Democrats, such as Mr Khan, have made a show of bending the knee to Mr Corbyn. The party conferences underline the fact that political parties are as much social organisms as political ones: an excuse to get drunk, have a good time and hang out with friends.

Yet Brexit is testing party managers’ skills to the limit. In government, the Conservatives cannot avoid making divisive decisions over Brexit. The party also contains a core of fanatics who have no intention of allowing the triumph of Brexit to be betrayed. Labour is also split. Mr Corbyn is cool on Europe partly because, as a socialist, he regards the EU as a constraint on policies such as nationalisation and partly because, as a party boss, he realises that many working-class Labour voters supported Brexit. By contrast, Labour’s Social Democrats are passionately pro-EU.

In Britain tribal loyalties usually trump ideological divisions. But occasionally ideological divisions prove too wide to manage, particularly when allied with economic interests. The Conservatives have split twice because of trade, first over the Corn Laws and then over imperial preference in the early 20th century. Brexit might yet prove to be just such a division. The Conservatives’ Whigs and Labour’s Social Democrats have far more in common with each other over Brexit (and much else) than they do with their parties’ radical wings. One of the big questions of the next year will be whether tribalism will prevail again—or whether the Whigs and Social Democrats can summon the courage to reach across the aisle and start voting as a block on the all-consuming question of Britain’s relationship with Europe.

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