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Granés: El declive de la ciudadanía

La vida es, en eso han querido convertirla ciertos políticos, una guerra por imponer una verdad que nos favorezca

Trump y los derechos humanos: claves para entender su impacto

 

Las sociedades se hacen temerosas, pasto de la paranoia y del recelo, cuando la confianza en las instituciones y su capacidad regulatoria se desgasta. El ejercicio de la ciudadanía depende de ese suelo común y neutral, regido por principios universales e invariables. Sin él, sin la posibilidad de apelar a un tercero que esté por encima de los intereses particulares, ciego a las filias y fobias que arden en la sociedad, sólo queda el nosotros: las tribus, las trincheras, las identidades y los pactos mafiosos de respaldo mutuo.

La política, vital para dar una orientación a las naciones y recoger las demandas sociales y las sensibilidades y opciones morales, se convierte en un tóxico cuando desborda sus competencias y anega ese territorio neutral, esas instituciones que deben tratar a las personas como individuos y no como partisanos. Y quizá no haya una muestra más flagrante de este fenómeno, de la naturalidad con la que se está permitiendo la intromisión de la política en ámbitos donde no debería infiltrarse, que las palabras del abogado de la Casa Blanca, Ed Martin, con las que justificó el reciente indulto a Rudy Giuliani y a otros 77 implicados en los desvaríos golpistas de enero de 2021: «No dejaremos a ningún MAGA atrás».

Con ello estaba evidenciando, haciendo explícito, el premio que merecían los fieles a Trump, esos mismos que estuvieron dispuestos a imponer la ficción sobre los hechos, a violar la ley e incluso a recurrir a la violencia para satisfacer las necesidades de su líder. En esa frase se concentraba toda una cosmovisión del mundo y de la política, una manera de decir sin decirlo que quien está con Trump está por encima de la ley. Y no sólo eso. También que la fidelidad tiene recompensas, y que la neutralidad ideológica de las instituciones es una mentira y que no hay manera de sobrevivir sin un bando y una trinchera. La vida es, en eso han querido convertirla ciertos políticos, una guerra por imponer una verdad que nos favorezca y por demostrar que no hay agentes neutrales capaces de contradecirla.

En otra declaración reciente, Trump confesaba el odio que siente por sus opositores y lo mucho que desea su ruina. No es el único, pero sí el presidente que con más desfachatez reconoce que no gobierna para el país entero sino para los suyos. Su declaración supone un golpe más a la idea de ciudadanía y un triunfo del tribalismo político. De individuos pasamos a ser parte de la clientela de un poderosofanáticos forzados de MAGA o de cosas aún peores, porque esa es la manera más segura de obtener beneficios, el indulto entre ellos. Ese mundo lo conocemos bien los latinoamericanos. Es uno en el que resulta más útil tener cerca a un congresista o a un pez gordo de un partido que a un buen abogado. La frágil ciudadanía depende de las instituciones. Sin ellas sólo queda el pueblo y el líder, las trincheras culturales y las promesas interesadas de auxilio y redención.

 

 

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