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Greta Garbo, ambigua, enigmática… ¿incestuosa?

La Garbo rompió los cánones de belleza del Hollywood de su época: ella era plana, de tobillo grueso y caderas anchas. Y seductora, misteriosa, andrógina... arrebatadora. Su sexualidad ambigua y su obstinado retiro del cine a los 36 años acrecientan el halo de estrella de este bellezón que parecía de acero. Por algo “la esfinge” fue su apodo.

 

 

Tenía unos ojos grandes y almendrados, como de mosaico bizantino; una nariz recta y obstinada; una boca de labios prietos, con un leve mohín de hastío o pesadumbre, y un rostro de gélido mármol que escondía una sonrisa difícil y milagrosa como una dádiva. Pero antes de convertirse en aquella esfinge celosa de su misterio, rehén de sus rarezas y de sus pasiones indescifrables, Greta Lovisa Gustafsson fue una muchacha desgarbada y no excesivamente bella, con una cualidad levemente andrógina que con los años se convertiría en su signo distintivo.

Había nacido en Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, hija de un padre campesino que anestesiaba el desarraigo con alcohol y una madre de ascendencia lapona, adusta y algo áspera, que se empleaba como fregona en las casas de los ricos. En más de una ocasión, Greta presenció las palizas que su madre le propinaba a su padre, cuando volvía borracho a casa y apenas podía satisfacer el débito conyugal: quizá por ello siempre miró con recelo o desganada abominación las relaciones entre hombres y mujeres; quizá por ello encauzó su desapego sexual hacia territorios de reticente lesbianismo.

 

alternative textInfancia tormentosa. Su padre, un campesino alcohólico, daba palizas a su madre. Eso la marcó. Quizás de ahí viene su desapego sexual y su rechazo hacia los hombres. Aquí, Greta Garbo cuando ya era una gran estrella con su madre.

 

 

Greta tiene nueve años cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Conoce las penurias de los racionamientos, las dietas monótonas de mendrugos de pan y peladuras de patatas; esta convivencia con la necesidad más extrema la convertirá, a la postre, en un criatura egoísta, preocupada únicamente por su supervivencia. A los 12 años, siendo una muchacha desgarbada y larguirucha, participa por primera vez en una representación escolar: pronto, el teatro se convertirá en su refugio.

Su primera experiencia homosexual fue también incestuosa: con su hermana Alva se entregaba a juegos clandestinos que un vecinito descubrió accidentalmente. «Sé lo que haces con tu hermana, pero yo te enseñaré cómo se hace de verdad», le dijo, antes de desvirgarla. Greta le confesaría a su biógrafo Antoni Gronowicz que la experiencia fue desmañada y tediosa, tanto que incrementó su animadversión al coito.

 

Su primera experiencia homosexual fue también incestuosa: con su hermana Alva se entregaba a juegos clandestinos que un vecinito descubrió accidentalmente

 

Su padre muere en 1920, víctima de una afección renal, cuando ella aún no ha cumplido los 15 años. Greta, que acaba de abandonar la escuela, se emplea en una barbería y más tarde como dependienta en los almacenes Bergström, los más afamados de Estocolmo.

El director del establecimiento repara en su fotogenia y le propone aparecer como maniquí en varias películas publicitarias. Por estas mismas fechas, Greta comienza a asistir en calidad de oyente a la Real Academia de Arte Dramático, cuyo director, Frans Enwall, no tarda en fijarse en aquella jovencita de voz un tanto compungida y ademanes hastiados. Subyugado, se ofrece para impartirle clases particulares; para corresponder a su generosidad, Greta no vacilará en robar ropa de los almacenes en los que todavía trabaja como dependienta, que después regala a la mujer de su benefactor. En cierta ocasión, un vigilante la sorprende abandonando furtivamente la tienda con un vestido de seda rojo; avisada la Policía, el dueño de Bergström declarará, sugestionado por la belleza de su empleada, que Greta está autorizada para sacar las prendas de la tienda y mostrárselas a los clientes.

 

alternative textMauritz Stiller fue su pigmalión. La obligó a adelgazar diez kilos, a perfilar sus cejas y mejorar sus andares, demasiado toscos o varoniles. También él ideó  el nombre artístico de Greta Garbo, evocativo en sueco del garbon, un duende pagano de la estirpe del dios Pan.

El productor Petschler, incitado por Enwall, le ofrece un papel secundario en la película Pedro el tramposo, una comedia realizada al estilo del estadounidense Mack Sennett. El director Mauritz Stiller, máximo representante –junto con Victor Sjoström– del florecimiento del cine sueco, reparará en la debutante, a la que contrata como protagonista de La leyenda de Gösta Berling, adaptación de la novela homónima de Selma Lagerlöf. Stiller, un hombre de facciones ascéticas y sensibilidad tortuosa, se convertirá en el Pigmalión de la actriz, obligándola a adelgazar diez kilos, a perfilar sus cejas y mejorar sus andares, demasiado toscos o varoniles; también será Stiller quien idee el nombre artístico de Greta Garbo, evocativo en sueco del garbon, un duende pagano de la estirpe del dios Pan. «Era una verdadera bendición estar juntos –le confesará la actriz a Antoni Gronowicz, en uno de sus escasos accesos de efusividad–, tocarnos y no tener más secretos entre nosotros.» Quizá aquélla fue la única relación satisfactoria que Greta mantuvo con un hombre.

 

Un vigilante la sorprende abandonando la tienda con un vestido de seda rojo; avisada la Policía, el dueño, sugestionado por la belleza de Greta, declara que está autorizada para sacar las prendas

 

El éxito de La leyenda de Gösta Berling reclamará la atención de Georg Wilhelm Pabst, que contrata a Greta para protagonizar Bajo la máscara del placer. La periodista Diane McLellan sostiene, en una pirueta quizá un tanto inverosímil, que durante el rodaje berlinés de esta película Greta conoce a Marlene Dietrich, con quien presuntamente habría mantenido un idilio que luego ambas decidirían ocultar de común acuerdo; pero lo cierto es que, durante su etapa hollywoodense, ambas divas jugaron a rehuirse recíprocamente, por celos o temor a exhumar los fantasmas del pasado.

El magnate de Hollywood Louis B. Mayer ofrece por entonces a Stiller un contrato fastuoso, que el director acepta con la condición de poder llevar consigo a su protegida. «Dígale a miss Garbo –le espeta Mayer– que en América no gustan las mujeres de pecho plano, caderas anchas y tobillos gruesos.» Cuando Greta escucha la traducción de la grosería, se encoge de hombros con una mueca de desprecio; ella bien sabe que, en sus devociones idólatras, los hombres no reparan en tales nimiedades anatómicas. Al poco de instalarse en Nueva York, la revista Vanity Fair dedica su portada a la actriz sueca recién desembarcada; pronto, los americanos empezarán a amar fatalmente, abnegadamente, encarecidamente su pecho plano, sus caderas anchas, sus tobillos gruesos, quizá porque la belleza más irresistible se abastece de imperfecciones.

 

alternative textPlantado en el altar. Con John Gilbert vivió un romance enigmático. Ella lo plantó en el altar, pero luego impuso su protagonismo en La reina Cristina de Suecia. Aquí, los dos en una escena de Anna Karenina, película muda de 1927.

Tras debutar en Hollywood con una adaptación de Entre naranjos, la novela de Blasco Ibáñez, Greta Garbo se convierte en una estrella. Su ascenso discurre paralelo al progresivo ostracismo de Stiller, demasiado arisco o refractario a los expeditivos métodos hollywoodenses. Greta logra imponerlo como director en su siguiente película, En tierra de todos, otra adaptación del prolífico valenciano, pero durante el rodaje se suceden los problemas: al cuarto día, Greta recibe un telegrama de Estocolmo que le notifica la muerte de su hermana Alva, enferma de tuberculosis; al décimo, Thalberg, lugarteniente de Mayer, ordena a Stiller que abandone la dirección de la película y lo sustituye por Fred Niblo. Muchos insinuaron que Greta había abandonado a Stiller, pero lo cierto es que él, aquejado de una enfermedad degenerativa, eligió alejarse de la actriz, para ahorrarle el espectáculo de su decadencia. Stiller moriría en el otoño de 1928 en Estocolmo; mientras agonizaba, sostenía en sus manos un retrato de Greta.

 

Propensa a las depresiones, se interesa por la astrología y las religiones orientales; en esta búsqueda la acompañará Mercedes de Acosta, una lesbiana declarada y militante

 

El partenaire de Greta Garbo en su siguiente película, El demonio y la carne, sería John Gilbert, un crapuloso y apuesto actor en la cúspide de su éxito que se enamorará a su modo histriónico de la actriz. Nunca sabremos si ella lo correspondió sinceramente; o, si por el contrario, accedió a sus requiebros con hastiada displicencia, como en ella era costumbre. Sí sabemos, en cambio, que en cierta ocasión lo dejó plantado ante el altar. Quizá para compensar aquel desaire, Greta Garbo impondrá algunos años más tarde a su antiguo amante como protagonista masculino en La reina Cristina de Suecia, la película de Rouben Mamoulian que tanto contribuiría a consolidar el mito de la Garbo, cuando Gilbert era ya un actor desahuciado, víctima del cine sonoro, que desnudaría su irrisorio estilo interpretativo. Gilbert morirá pocos años después de un ataque al corazón, anegado en la bebida.

 

alternative text¡Garbo ríe! Fue el eslogan publicitario de Ninotchka, la película que consagró a Greta. Se había resistido a aceptar el papel porque le parecía burda sátira antisoviética. Lubitsch la convenció.  Y fue un éxito.

Greta se vuelve ahorradora hasta la exageración, rehúye los oropeles de la fama, se enclaustra en su mansión, aislada del mundo exterior. En su obsesión misantrópica, llegará a imponer mediante contrato que los estudios la exoneren de conceder entrevistas y firmar autógrafos. Jamás asiste a los estrenos de sus propias películas. Greta irrumpe en el cine sonoro con Ana Christie, una película más bien pedestre inspirada en la obra de Eugene O’Neill, que se publicita con el eslogan «¡Garbo habla!». La primera frase que pronuncia –«Dame un whisky con un poco de soda, ¡y no seas tacaña!»– revela una voz profunda, gutural, entenebrecida por un acento sueco un tanto varonil. Después vendrían varias películas desastrosas o anodinas –entre ellas Mata Hari, donde logra que su patosería como bailarina pase inadvertida–, hasta que Gran Hotel le brinda la oportunidad de demostrar su talento encarnando a una bailarina declinante.

 

Pronto los americanos amaron fatalmente, abnegadamente, encarecidamente su pecho plano, sus caderas anchas, sus tobillos gruesos, quizá porque la belleza más irresistible se abastece de imperfecciones

 

Propensa a las depresiones, Greta Garbo empieza a interesarse por la astrología y las religiones orientales; en esta búsqueda un tanto confusa de espiritualidad la acompañará Mercedes de Acosta, una lesbiana declarada y militante, fatigadora del atlas, sacerdotisa de la elegancia, poeta y dramaturga, que cuenta con un envidiable currículum amatorio en el que también se incluyen Marlene Dietrich e Isadora Duncan. Aunque, en general, las relaciones sáficas fueron más gratificantes para Greta, lo cierto es que La Esfinge nunca se mostró demasiado interesada por el sexo, que en el fondo consideró una pasión plebeya e inútil.

 

alternative textRetirada y escondida. Greta Garbo se retiró a los 36 años. Vivió en Nueva York huyendo de los focos. Hasta que murió a los 84 años. «Mi vida ha sido una travesía de escondites, puertas traseras, ascensores secretos, y todas las posibles maneras de pasar desapercibida para no ser molestada por nadie», dijo.

A partir de 1933, la carrera de Greta Garbo experimenta una recuperación. Además de La reina Cristina de Suecia, protagoniza Anna Karenina y Margarita Gautier. En 1937 conocerá al director de orquesta Leopold Stokowski, con quien mantendrá un enrarecido idilio, cercenado cuando la actriz descubre en el músico a un avaricioso redomado. Lubitsch le ofrece el guión de Ninotchka, que a Garbo al principio no le satisface, pues lo considera una burda sátira antisoviética. Lubitsch insiste hasta arrancar el beneplácito de la actriz, que así tendrá ocasión de mostrar sus dotes cómicas y completar una de sus actuaciones más memorables. La propaganda de la película exclamará estupefacta: «¡Garbo ríe!». Y es que, ciertamente, uno nunca sabe si las esfinges hablan y ríen o permanecerán mudas, desdeñosamente mudas para siempre, hastiadas de nuestra pobre condición mortal.

Ninotchka se estrena en noviembre de 1939, tres meses después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando reír empieza a convertirse en un lujo. La Metro queda tan satisfecha con el éxito de la película que Greta Garbo y Melvyn Douglas son nuevamente emparejados en otra comedia, La mujer de las dos caras, dirigida por George Cukor, que se estrena en las Navidades de 1941, poco después del ataque a Pearl Harbor, cuando reír empieza a convertirse en una obscenidad. La crítica denigra la frivolidad de la película y el público deserta de las plateas.

Deprimida, Greta Garbo se aísla del mundo y resuelve abandonar el cine, para salvaguardar su propio mito. Adquiere un apartamento en Nueva York, cerca de Central Park, donde se la ve a veces pasear, huidiza de las cámaras, emboscada de pañuelos y sombreros y gafas oscuras que velan el acecho de la decrepitud. Le aterra tanto ser reconocida que con frecuencia recurre a los disfraces, a los nombres falsos, a las escapadas con nocturnidad y alevosía. A medida que sus ahorros empiezan a escasear, se rodea de un cortejo de millonarios que pagan sus facturas y la invitan a veranear a sus mansiones alejadas del escrutinio público. Entre sus amigos más leales se cuentan la diseñadora Valentina y su marido, George Schlee, con quienes formará un complicado triángulo: Schlee, que nunca llegó a separarse de su esposa, solía sin embargo pasar el verano a solas con Greta en la Riviera francesa, donde el magnate Aristóteles Onassis, que entendía el amor como una sucursal del coleccionismo cinegético, trató en vano de seducirla.

Dicen que murió el 15 de abril de 1990, extraviada como el Minotauro en los laberintos de su soledad, altiva como un acantilado o un jeroglífico. Pero hasta los niños de teta saben que las esfinges son inmortales. Quizá Greta Garbo siga esperando, escondida en algún paraje de Central Park, al Edipo que descifre su secreto.

 

 

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