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Grete Stern: cómo fue posible fotografiar los sueños

La serie onírica de la gran fotógrafa vuelve a exhibirse, con imágenes inéditas y trabajos gráficos, en la Galería Jorge Mara.

Una mujer solísima haciendo equilibrio en la cornisa de una chimenea, rogándole piedad a un tren víbora que se asoma desde el mar, arrastrando montaña arriba una piedra atada, levitando entre planetas flotantes, asomándose por el hueco de un caracol, paseando con una jirafa en un auto descapotado, navegando en un barquito de papel de diario, quitándose un clavo de la planta del pie en una playa, escalando una tabla de lavar, enfrascada en una jaula, enjaulada en un frasco.

 

«Dream nº 1», 1948

 

El álbum de sueños fotografiados por Grete Stern es un noviciado de Alicias que huyen de –o buscan– algún riesgo, armadas únicamente con peinados y vestuario de los años 50. Son pesadillas ligeras, nada parece del todo grave. Y la de las modelos es una inocencia posada, irónica. Es una distancia que acaso Stern adquirió tras su huida de un peligro demasiado tangible –el nazismo– y su desembarco en Argentina, junto a Horacio Coppola, otro modesto gigante de la fotografía.

“Los sueños de incomunicaciones”. Revista Idilio, mayo de 1949. / Jorge Mara - La Ruche y Archivo Grete Stern

“Los sueños de incomunicaciones”. Revista Idilio, mayo de 1949. / Jorge Mara – La Ruche y Archivo Grete Stern

 

Como en Lewis Carroll, la magia que opera Stern es posible por la delicada calibración de las escalas, las proporciones distorsionadas con un surrealismo mesurado, la miniaturización y magnificación de las figuras el punto justo, como para dar acceso a otra dimensión, a lo que Stern misma llamaba “el efecto de lo inseguro”. No es casual que entre los libros por los que maniobra una mujer empequeñecida esté Memorias de una enana, de Walter de la Mare, obra maestra de la mutación de magnitudes que Stern debe haber más que hojeado.

 

Retrato de Grete Stern por Ellen Auerbach, 1929

 

Son imágenes pensadas –las bocetaba de antemano a lápiz– y creadas –por medio de tomas y collages sucesivos–, y en este sentido se colocan más cerca de la pintura. Como si mucho antes de la explosión iconográfica en el mundo (en el que miles de fotos se parecen y cualquier dueño de celular es fotógrafo), Stern se hubiera decidido a hacer imágenes que nadie más pudiera capturar.

 


«Dream nº31», 1949

 

La historia es conocida: de 1949 a 1951 Grete Stern colaboró en la popular revista Idilio, de público exclusivamente femenino, ilustrando con sus fotos la sección “El psicoanálisis la ayudará”. Las lectoras contaban sus sueños y los sociólogos Gino Germani y Enrique Butelman los interpretaban. Se publicaron 140 fotomontajes, de los que quedaron sólo 46 negativos.

 


«Dream nº 5», 1950

 

La editorial Abril, que publicaba Idilio, ya había destruido los restantes cuando Stern se los reclamó años después. Como en un mal sueño, la propia fotógrafa llegó a darse cuenta tarde del valor de esas piezas. No sería el primer caso de obras de arte surgidas gracias al azar de un emprendimiento comercial, un encargo que el o la artista hacen jugar a su favor. Trabajos que con el tiempo, paradójicamente, son lo que más se conoce y perdura de su obra.

 

Publicidad. De una aspirina; diseño de Stern y su socia Ellen Auerbach, Berlín, 1926. / Jorge Mara - La Ruche y Archivo Grete Stern

Publicidad. De una aspirina; diseño de Stern y su socia Ellen Auerbach, Berlín, 1926. / Jorge Mara – La Ruche y Archivo Grete Stern

 

La Biblioteca Nacional guarda una colección casi completa –sólo faltan cuatro números– de la revista Idilio. La exposición en la Galería Jorge Mara, curada por Lucía Mara, presenta todos los negativos de la serie que ella conservó, ahora custodiados por el Archivo Grete Stern.

Se ha dicho que la fotógrafa expresaba una actitud crítica hacia el tratamiento de la mujer en la época y hacia las mujeres que adoptaban una reacción sumisa o complaciente. También pueden leerse sus trabajos de otro modo: si de manera consciente o inconsciente Germani y Butelman se mofaban de las lectoras, Stern se estaba mofando de ellos dos.

Sabiendo de la ilegibilidad final de todo sueño, Stern alejaba las imágenes del contexto en que eran presentadas (“sueños de fracaso”, “de cansancio”, etc.) y solapaba imágenes que resuenan solas. Sólo montan la apariencia de algo significante. Son insinuaciones, inducciones, no traducciones o diagnósticos. Aquí Stern va en contra de la fotografía como documento –para muchos, su única razón de ser–, noción que sí aplicó para su registro de patios de Buenos Aires y de aborígenes del Chaco. (Tal vez en los patios intuía un elemento lo suficientemente onírico y sugerente como para desear retocarlos).

 

Aviso. Para una marca de cigarrillos. / Jorge Mara - La Ruche y Archivo Grete Stern

Aviso. Para una marca de cigarrillos. / Jorge Mara – La Ruche y Archivo Grete Stern

 

Las heroínas de estos sueños se sitúan en un limbo. Por fuera, incluso, de la fotografía, así como los sueños se ubican por afuera de nuestros días para jugar con ellos como niños dejados a solas en una habitación llena de juguetes ajenos. Es elocuente, en este sentido, la otra serie de imágenes que incluye la muestra, que pertenecen a la época en que Stern tenía en Alemanía –junto a Ellen Auerbach– un estudio de diseño.

Ellas parecen anticipar el trabajo sobre los sueños, a los que les contagiaron la estética publicitaria, de afiches (como de películas perdidas, nunca estrenadas). Una iconografía sumamente sintética, de una imagen que se captura rápido y que a la vez instala una impresión de extraordinaria lentitud (los tiempos en un sueño son inmanejables).

Lo curioso es que trabajando a pedido, con sueños ajenos de lo más diversos, Stern consiguiera una consistencia que hace pensar en un mundo propio, como si efectivamente hubiera sido Grete la única y misma soñadora. Es un universo que se hace eco del de Julio Verne y Georges Meliès, cuya cohesión quizá también se debe a su confección enteramente casera y artesanal: las modelos principales eran su hija Silvina y su empleada Etelvina, su banco de imágenes era su propio archivo y añadía sombras a lápiz.

 

Stella Steyn

 

Se nota que Stern poseía de sobra eso tan raro de ver: amaba lo que hacía. Un gusto que se desdoblaba en un ojo infalible, justo en una zona de creación en la que es fácil caer por un precipicio. La historia de esta serie es conocida, pero medio siglo más tarde las fotos –si pueden llamarse así– permanecen inasibles, con el mazo abierto.

Grete Stern fue un secreto que viajó desde 1904 (cuando nació en en Wuppertal, Alemania), hasta 1999, año en que murió en Buenos Aires. Estudió piano en su ciudad natal y dibujo y tipografía en Stuttgart. Cautivada por una muestra de Edward Weston decidió estudiar fotografía con Walter Peterhans en la Bauhaus, donde conoció a Horacio Coppola. Dirigió el departamento de fotografía del Museo de Bellas Artes y a principios de los 80 debió abandonar la fotografía por problemas en su vista.

En Sueños… no hay nostalgia instantánea por cosas a punto de desaparecer –clásico tópico de este arte–, quizá porque no han ocurrido todavía, están a punto de suceder. Esta misma noche, en el sueño de una espectadora impresionable.

Ficha

Sueños y obras tempranas de Grete Stern

Galería Jorge Mara La Ruche. Paraná 1133. Hasta el 15 de mayo. Lunes a viernes, de 14 a 19. Entrada gratuita.

 

 

 

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