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Guelbenzu o la crítica cierta

La literatura se hace preguntas, pero no debe dar respuestas" - hoyesarte.com

 

Desde ayer, la crítica literaria es más pobre. Por encima de modas, corrientes, compromisos, gustos, intereses y presiones, José María Guelbenzu (Madrid, 14 de abril de 1944 – 18 de julio de 2025), también escritor creativo, poseedor de una voz narrativa de marcada personalidad, ha ondeado a lo largo de décadas la honesta bandera de la crítica cierta, entendiendo como tal aquella que calibra y evalúa libremente, orientando sin corsés al lector hacia la senda de la buena literatura.

 

Ha muerto escribiendo. Deja cosas en el tintero, pues, como comentaba al entrevistador hace solo unos meses, con motivo de la publicación de Una gota de afecto (Siruela): «Tras esta novela espero publicar un par de libros con mis críticas escogidas y una miscelánea que contiene, sobre todo, textos ensayísticos, pero también piezas cortas, bocetos de cuentos irresueltos, arte, música y otros».

Tenía 81 años. Vinculado desde siempre al mundo de la cultura, y director en distintas épocas de las editoriales Taurus y Alfaguara, fue dejando un reguero de libros de corte diferente, unidos por el denominador común de la calidad. Cada palabra en su lugar, cada idea sólidamente argumentada, cada historia y cada opinión directas al corazón y al intelecto para alimentar a quien las escucha: un lujo.

En su mochila se fueron acumulando libros como El MercurioLa noche en casaEl río de la lunaEl esperadoEl sentimientoUn peso en el mundoEsta pared de hieloLos poderosos lo quieren todo o el canto final de Una gota de afecto. Y premios tantos: ya el de la Crítica, el Internacional de Novela Plaza & Janés o el de la Fundación Sánchez Ruipérez de periodismo.

Escribía desde el hoy, con un ojo riguroso siempre enfocado hacia la realidad que le —nos— circunda. Como cuando, al publicar hace ya una década Los poderosos lo quieren todo, afirmaba: «El poder se maneja con un descaro repugnante. El camino hacia el poder, y el poder mismo, siempre han estado asentados en la corrupción. O al menos en la mentira y en la falsedad. También ha podido estarlo y, de hecho, lo ha estado, rodeado de ideales. Pero una cosa es que los ideales empujen y otra, cuando esos ideales tienen que plasmarse en forma práctica, y ahí es cuando comienza otro tipo de corrupción, que es la moral».

«Hasta un momento determinado el ser humano se regía por la norma que establecía que pisaba un suelo firme. Por el contrario, el hombre moderno, con la conciencia completamente atomizada, pisa la inseguridad. Vive, vivimos, sobre un suelo de inseguridad. En el fondo, eso es lo que recoge la frase en la que Marx afirma que todo lo sólido se disuelve en el aire».

Frente a esa realidad, que calificaba de «evidencia irrefutable», quien transmitía la idea de haberlo leído todo —o casi todo— apostaba por la lectura «como ese bien que nos hace más sensatos y mejores». Y, desde la humildad de los grandes, aconsejaba sobre los autores que consideraba imprescindibles: «Hay que leer a Shakespeare, que es un mundo en sí mismo; a Joseph Conrad; a Antonio Machado; a Kafka, por supuesto; y a Dickens, Stendhal, Flaubert, Gógol, Chesterton, Laurence Sterne… La tradición al completo, desde Homero hasta Jane Austen. Y, entre otros muchos, y considerando que cada cual tiene derecho a su gusto y subjetividad, señalaría a Cortázar, Joyce, Henry James, Virginia Woolf, William Faulkner, Louis-Ferdinand Céline o Juan Rulfo».

Crítico, sí, pero esperanzado cuando observaba que «cada vez se lee más. En España se ha instalado, como novedad, la lectura del best seller, una literatura más fácil y acomodaticia que ha hecho leer a quien no lo hacía. Por ahí han aumentado muchos lectores, y eso es bueno, porque por sensibilidad e inteligencia todo ser humano, a medida que avanza y conoce, va siendo selectivo, y eso me instala en la confianza de que cada vez habrá más lectores exigentes».

Crítico, sí, y mucho, pero satisfecho, «porque hay muchas cosas que ayudan a vivir, pues en este mundo de mierda se puede sobrevivir con dignidad». Así lo ha hecho hasta ayer. Ese día triste en el que la literatura, súbitamente, se ha ensombrecido.

 

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