Gustavo Tarre: Comerse el elefante por pedacitos
Desde la llegada de Hugo Chávez al poder hasta hace algunos meses, con algunos altibajos, la unidad del frente opositor era una realidad y tenía un valor esencial. Tan importante era la unidad, que había llegado casi a convertirse en un dogma. Hoy en día la unidad posiblemente no existe, porque ella supone un acuerdo sobre los puntos esenciales de la acción política y una visión compartida con relación a la apreciación que se tiene sobre el adversario. La unidad no es sólo un entendimiento entre partidos, es también un acuerdo en el seno del pueblo opositor. En los tiempos que corren se constata un divorcio entre los representantes y los representados.
Sin embargo, son muchas las voces que claman por la resurrección de la unidad.
Creo que el momento es bueno para detenerse a pensar y discutir si fuerzas con propósitos disimiles y contrapuestos pueden o deben permanecer unidas. Es bueno reflexionar acerca de cómo pueden los partidos recuperar la confianza de la sociedad.
Hay dos maneras de abordar el problema: La primera, que resulta la más usual, es establecer una agenda, elaborar una lista de aquellos temas en los cuales existen coincidencias y otra de los puntos de divergencia y encerrarse a discutir. Yo propongo una segunda metodología que puede ser más eficiente: Comerse el elefante por pedacitos.
Se trata de parcelar el problema, de desglosar el temario a puntos muy concretos y a partir de allí, ver si es posible ir reconstruyendo una creciente unidad.
Empecemos por un tema: El diálogo, que es preferible llamar negociación. Dejemos de lado por ahora la muy importante discusión en torno a la conveniencia y la oportunidad de las negociaciones con el gobierno. Supongamos que todos estuviésemos de acuerdo en negociar y empecemos con un primer mordisco al elefante:
¿Dónde negociamos?
Está programado para los primeros días de diciembre, un encuentro entre gobierno y oposición, de nuevo, en la República Dominicana.
No creen ustedes, amables lectores, que sería bueno que los diputados Borges y Florido, que parecen estar a cargo de la negociación, explicaran a todas las fuerzas opositoras, a la sociedad civil y a los venezolanos de a pie, ¿por qué en la República Dominicana? ¿Qué razón puede haber para descartar la búsqueda de un terreno neutral?
Me parece que nadie ignora que el gobierno dominicano nunca ha votado en contra del gobierno de Venezuela en ningún foro internacional y especialmente en la OEA. No disimulan quienes dirigen a ese querido país caribeño, su abierta simpatía por el gobierno de Nicolás Maduro. ¿Entonces? Presumo que hay alguna razón. ¿Por qué no hacerla pública? ¿Por qué seguir generando desconfianza aceptando reunirse en el terreno del adversario?
Siendo como soy, un tipo curioso, he preguntado a actores y conocedores de la alta y no tan alta política venezolana, ¿por qué en República Dominicana? Algunos me dicen que “es muy difícil cambiar de lugar” y les vuelvo a preguntar ¿por qué? Otros, poniendo voz de circunstancia, me aseguran que es una petición del Gobierno de Estados Unidos.
Vivo en Washington y no puedo decir que Donald Trump me hace confidencias ni que el Secretario Tillerson me atiende el teléfono, pero algún contacto tengo y nadie nunca me ha confirmado la existencia de esa petición. Pero voy más lejos: En el caso de que los americanos lo hubiesen pedido, ¿no valdría la pena dejar de lado esa exigencia? De buena manera y sin perder la cortesía que se merece un gobierno que nos está ayudando, se le puede explicar la inconveniencia de negociar en territorio enemigo.
Se podría hacer la próxima reunión en Caracas, como lo ha propuesto Asdrúbal Aguiar. Pero también se podría buscar un terreno verdaderamente neutral y no muy lejano: las Antillas Holandesas por ejemplo, o, si queremos poner distancia, en Dinamarca que no tiene vela en este entierro o cualquier otro sitio que ambas partes acepten.
Invito a Borges y a Florido, con toda la cordialidad del caso, a que nos den una explicación convincente.
Vamos a darle un primer mordisco al elefante.
No puedo cerrar estas líneas sin enviar un fraterno abrazo a Antonio Ledezma y saludar con inmenso respeto a quien es un símbolo de dignidad y coraje para la Venezuela libre.