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Guy Sorman: Buenos Aires, capital de todos los excesos

Argentina, la historia de una nación que sucumbe ante la pobreza - Enlace

 

«Hay tres tipos de economía: capitalismo, socialismo y Argentina», afirmó el sociólogo Raymond Aron cuando visitó Buenos Aires en 1960. Argentina resulta difícil de entender para los argentinos, y con mayor razón para los extranjeros. Pensemos en su sistema político. Los candidatos a las elecciones presidenciales, que tendrán lugar el 22 de octubre, han sido seleccionados mediante unas primarias nacionales. Para sorpresa de todos, el 13 de agosto se impuso un recién llegado, Javier Milei, un economista que se proclama ultraliberal.

Milei hace suyas las propuestas más radicales de mentores como Milton Friedman y Friedrich von Hayek, ambos populares en determinados círculos intelectuales y académicos argentinos. Propone el recurso sistemático al libre mercado, incluso para la venta de órganos; una desconfianza absoluta hacia todo lo que dependa del Estado; y la supresión del Banco Central, al que acusa de ser responsable de una inflación anual que ronda el cien por cien. El candidato plantea sustituir la moneda local por el dólar estadounidense. En realidad, la dolarización de Argentina ya es una realidad para las clases prósperas, que realizan todas las transacciones en dólares; la inflación les afecta poco. No puede decirse lo mismo de la humilde mayoría de los argentinos; tienen que conformarse con el peso, que se deprecia día a día.

«Buenos Aires, copiada de los bellos barrios de París, es un espejismo; una reliquia, rondada de noche por niños que clasifican basura»

¿Es el electorado sensible a la retórica económica, aunque sea liberal? Lo que buscan los argentinos es un salvador, un caudillo cuyo referente es el general Perón, que tomó el poder en 1946. Pero, ¿qué es el peronismo? ¿Es de derechas? ¿De izquierdas? ¿Liberal? ¿Socialista? El peronismo se adapta a los tiempos y a la personalidad de su líder. Carlos Menem, presidente peronista entre 1990 y 2000, resumió su programa en una fórmula sencilla: «Síganme». Menem era un liberal clásico, admirador de Reagan. Pero el matrimonio Kirchner (veinte años en el poder) también se proclamó peronista, aunque antiamericanos y antiliberales. El peronismo no es una ideología, sino una forma de patriotismo. La mayoría de los argentinos consideran que Argentina es un lugar, pero no necesariamente su patria. A Borges le gustaba afirmar que no era argentino, sino británico, porque se expresaba mejor en inglés que en español, una coquetería común entre la élite. Como entendieron Perón y Evita, declararse peronista es decir que uno es argentino ante todo. El peronismo es un nacionalismo compatible con todos los programas, siempre que sean nacionales. Un peronista debe apoyar al Papa simplemente porque es argentino.

En la derecha, los partidos que son a la vez moralmente conservadores y favorables a la economía de mercado cambian de nombre cuando cambian de líder. ¿Y el socialismo? Los peronistas son prudentes y se refieren a su partido como «justicialista». Las próximas elecciones enfrentarán a tres candidatos: Patricia Bullrich, una derechista autoritaria, la peronista de rigor; Sergio Massa, vagamente socialdemócrata; y Milei. Pero los electores votarán menos por los programas que por sus esperanzas de que uno u otro sea el caudillo adecuado.

Si el pasado sirve de algo, cabe esperar que el pueblo argentino sufrirá una decepción y seguirá empobreciéndose. Este empobrecimiento se debe a las instituciones. Los estados federados gozan de una considerable independencia financiera respecto al Gobierno central. Esto permite a sus gobernantes despilfarrar a diestro y siniestro, puesto que el Banco Central compensa sus déficits. En este sentido, la propuesta de Javier Milei de suprimir el Banco Central y dolarizar la moneda tiene sentido.

¿Por qué alrededor del 60% de la población vive por debajo de la línea de pobreza? Paradójicamente, es la consecuencia del éxito de los agricultores argentinos. La soja y el trigo, los dos productos de exportación que sostienen al país, se cultivan según los métodos capitalistas más sofisticados. Los grandes productores son empresarios; arriendan los terrenos por una temporada y alquilan la maquinaria más eficiente en lugar de contratar. Los pobres son las víctimas del rendimiento de la agricultura científica, porque su mano de obra se ha vuelto superflua. Cabría esperar que los superávits se reinvirtieran en nuevas actividades. Pero no es así, porque los empresarios temen al Estado, que confisca de forma reiterada sus beneficios e incluso embarga sus cuentas. También les interesa declarar lo menos posible, porque el Estado grava las exportaciones, un impuesto que fomenta la ocultación. Se dice que un empresario agrícola que gana 100 dólares en Argentina logra depositar 200 en su cuenta de Miami. ¿Tendrá el próximo caudillo la posibilidad de provocar una movilización nacional de los empresarios? Milei sería capaz si se modera.

Mi análisis contradirá las impresiones del viajero, para el que Argentina es un destino agradable. Buenos Aires, copiada de los bellos barrios de París en la época en que Argentina era uno de los países más ricos del mundo, es un espejismo; pero también es una reliquia, rondada de noche por niños que clasifican basura.

¿Por qué Argentina no se inspira en sus vecinos más prósperos, Chile y Brasil? Porque Chile ha sido siempre una nación de pequeños propietarios y nunca ha tenido una aristocracia terrateniente comparable a la de Argentina. Estos propietarios se han transformado en empresarios a la conquista de los mercados mundiales. En Brasil, el sentimiento de pertenencia es fuerte. Se dice que cuando un empresario brasileño gana 100 dólares, solo invierte 110 en Miami, y el resto en su país. Los economistas han acuñado el término ‘economía emergente’ para los países en desarrollo; para Argentina, propongo el neologismo ‘economía inmergente’. Espero equivocarme.

 

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