DictaduraHistoriaPolíticaRelaciones internacionales

Guy Sorman: El camino a Marrakech

«Tras las presiones y manipulaciones marroquíes sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, el jefe del Gobierno español se apresuró a ir a Marrakech y concedió al Gobierno marroquí todas sus demandas. La historia enseña que, si se cede ante los déspotas, se les incita siempre a aumentar su tiranía interna y sus ambiciones externas»

 

Ocurrió hace cuarenta años. La Armada argentina, a las órdenes del dictador Jorge Videla, se apoderó de las Islas Malvinas, una posesión británica, un rosario de islotes donde las ovejas eran más numerosas que la población local. La Junta argentina jamás imaginó que Gran Bretaña reaccionaría ante esta piratería. En la mente de esta Junta, cualquier democracia era blanda por naturaleza en el momento en que se enfrentaba a una fuerza armada decidida. En 1938, Neville Chamberlain, entonces primer ministro, ¿no había cedido Checoslovaquia a Hitler, ante una simple amenaza verbal? Pero Margaret Thatcher no era Chamberlain. Estaba convencida de la superioridad moral de la democracia y el Estado de derecho. Y decidida a demostrarlo. Sabemos que, en dos meses, las Malvinas fueron reconquistadas por la Marina británica y, como beneficio adicional, la dictadura argentina se derrumbó y fue reemplazada por una democracia.

Ocurrió hace 21 años. El Ejército marroquí pensó que podía apoderarse de un peñón desierto frente a Gibraltar, la isla de Perejil, repitiendo el mismo error de cálculo que los caudillos de Buenos Aires. Pero José María Aznar y su ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, también estaban convencidos de la superioridad del Estado de derecho. El Ejército español desalojó a los marroquíes hasta que, por mediación de Estados Unidos, se restauró la soberanía española. La monarquía autoritaria marroquí se inclinó ante la democracia.

Volvamos al presente. Tras las presiones y manipulaciones marroquíes sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, el jefe del Gobierno español se apresuró a ir a Marrakech y concedió al Gobierno marroquí todas sus demandas: ayuda económica y reconocimiento de hecho de la autoridad marroquí sobre el antiguo Sáhara Occidental, cuyo estatuto internacional está pendiente desde 1991. El acuerdo fue concedido por Pedro Sánchez la misma semana en que el Parlamento Europeo condenaba el aumento de los atentados contra los derechos humanos perpetrados por la monarquía marroquí.

Parece ser que España no tenía elección y que su Gobierno, gracias a su blandura, defendía de la mejor manera los intereses de España. Puede ser. Pero la historia enseña que, si se cede ante los déspotas, se les incita siempre a aumentar su tiranía interna y sus ambiciones externas. Evidentemente, este será el caso de Marruecos, cuya población se empobrece a medida que su Corte se enriquece.

«Pedro Sánchez también pasará a la historia por las razones equivocadas. ¿Era realmente necesario ir a Marrakech?»

Ucrania también es prueba de la ineficacia de la blandura democrática. Si las democracias occidentales se hubieran opuesto a la anexión de Crimea en 2014, el mismo año que la del Donbás, y en 2008 a la anexión de dos provincias de Georgia, ¿se habría aventurado Vladímir Putin a una guerra total contra toda Ucrania? Probablemente no. Habría aprendido de la resistencia de las democracias, que estas son más duras que blandas. Como fueron blandas, concluyó erróneamente que seguirían siéndolo. Error de Putin, pero error también de los gobiernos democráticos, empezando por el de Barack Obama, que apartó entonces cobardemente la mirada de la Crimea anexionada. Cada vez que Estados Unidos vacila, como en 1914, 1940 y 2014, todo Occidente lo padece y todos los tiranos se regocijan.

Es cierto que Mohammed VI no es Hitler y el Sáhara no es Ucrania, pero las reglas del juego son comparables. Desafortunadamente, las democracias aprenden lentamente; como cedieron en Crimea ahora deben redoblar sus esfuerzos en Ucrania.

Y lo mismo ocurre en Asia. Al no haber reaccionado ante el aplastamiento de Hong Kong por parte del Ejército chino en 2020, ¿no le indicamos al emperador Xi Jinping que el camino a Taiwán estaba libre? Por lo tanto, hoy, a toda prisa y fuera de sintonía, los estadounidenses y los europeos están tejiendo una red de alianzas militares desde Japón hasta Filipinas, para disuadir por fin una conquista china que amenaza a todos los pueblos del Pacífico.

Por principio, nunca escribo sobre la política interior española; no es mi campo, ni mi competencia. La humillación del jefe del Gobierno español solo me interesa en comparación con otros viajes desastrosos de la historia. ¿Era realmente necesario ir a Marrakech, como el emperador Enrique IV, que, en 1077, se inclinó ante el Papa en Canossa? ¿No era mejor recordar las Malvinas y Perejil? Del mismo modo, ¿no deberíamos preguntarnos si, al ceder ante Putin, en Crimea y luego en Siria, fue Obama uno de los peores presidentes de Estados Unidos, un demócrata blando, cuando había que ser duro?

Joe Biden, en cambio, pasará a la historia por su intransigencia ante Moscú y Pekín, como un demócrata duro del temple de Margaret Thatcher, Winston Churchill o José María Aznar. Su apoyo decisivo a la democracia ucraniana, porque es una democracia, ya ha ridiculizado la tiranía de Putin y socava el imperialismo chino. La gran historia la escriben aquellos de quienes no se esperaba nada: un actor de televisión ucraniano y un político que se creía agotado. Pedro Sánchez también pasará a la historia por las razones equivocadas. ¿Diremos algún día «ir a Marrakech» como todavía decimos «ir a Canossa»?

 

 

Botón volver arriba