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Guy Sorman: ¿Es el liberalismo universal?

«El liberalismo es el derecho a la crítica, pero preferentemente, una crítica basada en el conocimiento más que en el prejuicio o en la autoflagelación woke de moda en EE.UU.»

En Europa, la libertad de pensar, de expresarse, de ir y venir o de emprender está anclada en nuestra alma. Es nuestra segunda naturaleza, como el aire que respiramos. Desde luego, no resume nuestra civilización, puesto que algunos prefieren las ideologías totalitarias o las utopías de pacotilla al liberalismo. Pero para hacer la revolución, todavía es necesario ser libre para manifestarse o gritar «¡ninguna libertad para los enemigos de la libertad!». La semana pasada señalaba en esta columna hasta qué punto el liberalismo estaba anclado en nuestra civilización occidental, a la vez que admitía, con la mayor modestia posible, que este liberalismo representaba solo una fracción de esta civilización, en competencia permanente con otras visiones del mundo como las que privilegian la identidad nacional frente a la libertad individual o el culto al estado del bienestar. Y dejaba de lado la espinosa cuestión del universalismo o no del pensamiento liberal. «En todas partes, el hombre nació libre», escribía Rousseau en ‘El contrato social’, la obra fundacional del liberalismo de la Ilustración. Pero, ¿estamos tan seguros? En términos más académicos, ¿depende la libertad de nuestra naturaleza o de nuestra cultura?

La cuestión no es sólo teórica, pues determina, desde el nacimiento de Occidente (una civilización surgida hace unos veinticinco siglos entre Jerusalén, Atenas y Roma), nuestro comportamiento hacia nosotros mismos y hacia el resto del mundo. Desde el momento en que se impuso el monoteísmo a los hebreos, que San Pablo lo predicó para todo el mundo conocido y que Roma concedió, por el Edicto de Caracalla en 212, la ciudadanía romana a todos, cualquiera que fuera su etnia, es bueno que los occidentales se adhieran a la unidad de una naturaleza humana. Aun después de los grandes descubrimientos del siglo XV, los europeos, en nombre de esta unidad del género humano, emprendieron la conquista del mundo para difundir el cristianismo y lo que consideraban su civilización superior. Para colonizar mentes y cuerpos, primero hay que admitir que toda la humanidad es una. Paradójicamente, la evangelización y la colonización aspiran a ‘liberar’ a todos los hombres de creencias paganas y regímenes salvajes. La violencia de esta liberación puede contradecir su espíritu, pero no puede negarlo. La misma Iglesia, sensible a este riesgo de contradicción, con ocasión de la controversia de Valladolid en 1550, reconoció la naturaleza humana de los indios americanos y su derecho a la libertad; este reconocimiento se hizo a expensas de los esclavos del África, víctimas de las contradicciones internas en Occidente y del afán de lucro.

Por el contrario, y para comprender bien esta aspiración occidental al universalismo, señalaremos, por ejemplo, que los chinos, en 2.000 años, nunca se han planteado imponer el confucianismo al resto del mundo, ni los indios el hinduismo. Cuando en el siglo VII los árabes, a su vez, se lanzaron a la conquista del mundo, lo hicieron para afirmar su superioridad militar más que su religión. En el Corán se dice que el islam no debería imponerse por la espada. Este repaso histórico solo pretende subrayar la singular creencia de los occidentales en la unidad de la raza humana y la universalidad de la libertad.

Un requisito previo que sigue estando hoy cargado de consecuencias y arroja luz sobre la diplomacia occidental. En Ucrania nuestro deber de intervenir se basa en nuestra convicción de que los ucranianos son «como nosotros» y aspiran a la misma libertad que nosotros. Putin presenta el argumento opuesto, ya que afirma que el liberalismo es solo una creación de la propaganda occidental. La controversia es tan antigua como la historia rusa; los déspotas locales, desde los zares hasta Putin pasando por Stalin, siempre han basado su autoridad en una supuesta singularidad del alma rusa. Dostoievski fue el campeón de esta eslavofilia. Pero, ¿no eran Tolstoi, Sájarov, Solzhenitsyn igual de rusos y convencidos de la unidad de la humanidad como de la universalidad del derecho a la libertad? Los reclutas que mueren hoy, en masa, a las puertas de Ucrania, no van al matadero por voluntad propia ni para defender la eslavofilia. La auténtica alma rusa está encarcelada, como Alexéi Navalni, que hoy la encarna.

¿Y saben los musulmanes qué es la libertad? Los rebeldes de la Primavera Árabe, en 2010, respondieron afirmativamente, de forma inequívoca. Además, plantearse la cuestión demuestra un singular desconocimiento del islam. Desde el momento en que el musulmán, según sus actos, verá abrirse o no las puertas del Paraíso, está claro que el musulmán es libre de elegir. El fundamento del liberalismo en el islam es religioso, como explica e ilustra el primer reformador liberal de Egipto, Rifa’a al-Tahtawi (1801-1873). En nuestro tiempo, los liberales de Oriente Próximo se refieren a sí mismos como ‘los hijos de Rifa’a’.

Lo que vale para el islam es válido para el pensamiento chino: en el taoísmo y el budismo chino, la vida en el más allá está determinada por nuestros actos aquí, no por haber nacido chino. El fallecido Nobel de la Paz Liu Xiaobo recordó que la I República de China, anterior a muchas democracias europeas, fue fundada en 1911 con elecciones por sufragio universal, partidos y libertad de prensa. No hace falta, me decía a menudo Liu, explicar a los chinos qué es el liberalismo. Lo saben desde 1911, de nuevo en 1989, en la plaza de Tiananmen y, hoy en Hong Kong y en Taiwán. Si la China de Pekín no es liberal es porque la policía y el Ejército lo prohíben. No se trata de una singularidad genética o cultural propia del pueblo chino.

Claro que todo lo anterior puede ser refutado. El liberalismo es el derecho a la crítica, pero preferentemente, una crítica basada en el conocimiento más que en el prejuicio o en la autoflagelación woke de moda en EE.UU. Reivindicar el liberalismo y proclamar su universalidad es respetar todas las demás civilizaciones, empezando por la nuestra.

 

 

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