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Guy Sorman: La amargura y el resentimiento del Sur

«Para el sur, negarse a apoyar a los ucranianos es hacer que los europeos paguen por sus abusos del pasado: colonización, explotación y esclavitud»

 

CARBAJO & ROJO

El Gobierno de Indonesia, la única república musulmana democrática del mundo, acaba de presentar un plan de paz para Ucrania. Los rusos se adhieren plenamente a él, ya que este plan les concede todo y a los ucranianos nada. ¿No debería una democracia apoyar a otra democracia? La pregunta se plantea también para países como Brasil, Sudáfrica o India. Todos se inclinan por Rusia o se declaran neutrales en lo que consideran un conflicto entre occidentales. De hecho, es todo el sur, lo que ahora se denomina el «Sur Global», el que se niega a involucrarse en este asunto, en absoluta contradicción con sus principios de independencia nacional e intangibilidad de las fronteras.

¿Cómo explicar esta disidencia global, ya que, para cualquier observador leal, es evidente que la guerra en Ucrania es ante todo una lucha histórica entre la democracia y el despotismo? Es porque un sentimiento más fuerte anima al Sur Global: la amargura y el resentimiento de países que fueron colonizados, en algún momento de su historia, por el Norte Global.

La descolonización no eliminó como por arte de magia un deseo de venganza inconfesado. Para el Sur, negarse a apoyar a los ucranianos es hacer que los europeos paguen por sus abusos del pasado: colonización, explotación y esclavitud. Es cierto que todos los países que apoyan activamente a Ucrania alguna vez fueron naciones colonizadoras; Rusia, por su parte, solo colonizó Asia Central, su interior, pero nunca se aventuró al sur.

Entre todos estos antiguos colonizadores, Estados Unidos ocupa un lugar singular, la cumbre: en el siglo XIX, a la clásica manera occidental, colonizó Cuba y Filipinas, pero una vez devueltos estos territorios, ‘mejoró’ el colonialismo, reemplazándolo con el imperialismo o al menos con lo que, en el sur, se percibe como tal. Desde el punto de vista de Estados Unidos, la llamada «Pax americana», desde 1945, garantiza al mundo una paz relativa y exporta democracia, economía de mercado y costumbres liberales. Lo que, desde el punto de vista occidental, es el mejor de los mundos posibles, se percibe en el sur como una sumisión insoportable a los valores extranjeros, un desprecio inconsciente y biempensante por los valores locales.

¿Se han disculpado alguna vez los portugueses por haber colonizado (e inventado) Brasil o Angola? ¿Han pedido perdón los españoles por haber creado un imperio latinoamericano sobre los escombros de las civilizaciones azteca, maya o inca? ¿Ha pagado Estados Unidos por la esclavitud? ¿Ha devuelto Gran Bretaña el arte africano del Museo Británico? ¿Acaso no hicieron fortuna los holandeses explotando, sin reembolso y sin intereses, las especias de Insulindia? Los franceses siguen pidiendo disculpas por haber colonizado Argelia, en vano. Y en la región africana del Sahel, los gobiernos de Malí y la República Centroafricana confían ahora su seguridad a mercenarios rusos mientras expulsan a los soldados franceses y a sus sustitutos estadounidenses.

En cuanto al imperialismo estadounidense, con sus valores, su libre comercio y su democracia, ¿ha enriquecido al Sur Global? No, sigue siendo pobre, una brecha con el norte que se ensancha. ¿Y la ayuda del Norte al Sur? Beneficia, sobre todo, a las empresas del Norte y a sus acólitos corruptos del Sur. Los pueblos no se fijan en el color.

Describo aquí, no la realidad, que es mucho más compleja, sino las sensaciones y el resentimiento de los líderes del Sur y especialmente de la juventud más culta, la más hostil al norte. Que en el Norte se estén desgarrando unos a otros no es problema del Sur.

Por tanto, la guerra de Ucrania revela de manera excepcional unos sentimientos profundos y pocas veces expresados: esto es, me parece, todo lo que no se dice y que se esconde en los recovecos del proyecto de paz indonesio, que bien podría ser indio o argentino. En cuanto a los rusos, en el Sur saben que su poder se ha vuelto insignificante y que su antiguo modelo de desarrollo ha fracasado por completo. Así que no hay riesgo, no hay penalización, por apoyar a los rusos.

En Europa y en Estados Unidos, todos estamos ocupados en contener la locura rusa y en prepararnos para un conflicto (que sería inútil y absurdo) con China. Mientras miramos al lugar equivocado, todo el Sur Global se nos escapa. En el norte no hemos sido capaces de gestionar la descolonización y todavía no sabemos cómo poner fin a esta larga historia. Al menos deberíamos plantearnos la pregunta. Probablemente deberíamos hacer algo más y mejor que devolver a los pueblos originales las pocas obras saqueadas que están en nuestros museos. ¿Terapia de grupo, tal vez?

 

 

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