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Guy Sorman: La ecología contra los pobres

«La ecología se ha convertido, en su actual forma ideológica y pseudocientífica, en la enfermedad infantil de los países ricos y en la coartada de los déspotas. Es comparable al socialismo, lleno de buenas intenciones, sin resultados. Entendemos que la izquierda de repente se enamore de la ecología, una reconversión oportuna y bienvenida»

No puedo hacer nada mejor que reproducir una declaración reciente de John Clauser, premio Nobel de Física en 2022: «La narrativa dominante sobre el cambio climático refleja una peligrosa corrupción de la ciencia que amenaza la economía mundial y el bienestar de millones de personas. La ciencia del clima mal dirigida se ha transformado en pseudociencia periodística.

Después esta pseudociencia se ha convertido en el chivo expiatorio, la supuesta causa de todo tipo de males. Esta evolución ha sido generada y generalizada por comunicadores corporativos, políticos, periodistas y ambientalistasMi opinión es que no hay crisis climática. Sí existe, en cambio, el problema muy real de proporcionar un nivel de vida decente a una gran parte de la humanidad y una crisis energética relacionada. Este problema se ve exacerbado innecesariamente por lo que es una ciencia del clima incorrecta«.

Lo que dice John Clauser no son las palabras de un disidente o un negacionista. Los activistas ambientales fundamentalistas tildan de negacionistas o neonazis a cualquiera que intente entablar una discusión razonable con ellos. En realidad, casi todos los climatólogos auténticos, especialmente los miembros del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) comparten este análisis a pesar de que su función oficial en la ONU les prohíbe expresarse de manera tan directa. Si hay un consenso, cosa rara en la ciencia, donde el desacuerdo es la regla, se puede resumir así: el clima se calienta y el dióxido de carbono contribuye a ello en parte (probablemente en un 40 por ciento), pero no totalmente. Las otras causas del calentamiento son desconocidas, difíciles de detectar e imposibles de medir. Por lo tanto, es ilusorio creer que las turbinas eólicas revertirán la tendencia al calentamiento.

«Fingir que luchamos contra la crisis climática es una postura más cómoda que luchar contra la pobreza en África u otros lugares»

Recordemos de paso que los principales emisores de dióxido de carbono –India, China y Rusia– son indiferentes a la crisis climática, cuando no sospechan un complot occidental para bloquear su desarrollo económico. Al contrario: los rusos están encantados con el calentamiento, que ampliará su zona de cultivo de cereales y dará acceso a su flota al Océano Ártico. Y lo mismo ocurre con China: el deshielo del Ártico les dará una ventaja comercial y estratégica. Del mismo modo, está en contradicción con la ciencia auténtica el adoptar posturas periodísticas y políticas que vinculan tal o cual evento climático, como un incendio o un tornado, al calentamiento global; es imposible demostrar la causalidad y el único objetivo es influir en la opinión pública con imágenes espectaculares. En verdad, la mejor respuesta al calentamiento global, una tendencia lenta y a largo plazo, sería desarrollar técnicas que permitan a todos vivir dignamente con temperaturas más altas: por ejemplo, levantar diques allí donde amenaza la subida del nivel del mar, adoptar una arquitectura adaptada al clima y cultivar plantas acordes con el ecosistema.

Pero, ¿por qué el discurso apocalíptico y pseudocientífico sobre la crisis climática tiene tanta audiencia? Es evidente: fingir que luchamos contra la crisis climática es una postura más cómoda que luchar contra la pobreza en África o en otros lugares. Pretendemos «seguir la ciencia», lo que no quiere decir nada, en vez de una ideología. Para los dictadores de los países pobres, donde reinan la corrupción y la malversación de la ayuda internacional, la lucha contra el calentamiento hace olvidar los abusos locales y permite sumarse al concierto de las naciones preocupadas por «salvar el planeta». Además, los efectos del calentamiento global y la lucha contra el calentamiento serán tan lentos que ya no estaremos allí para juzgar sus méritos; podemos afirmar todo y su contrario sin riesgo inmediato. La lucha contra la pobreza masiva se juzga por sus resultados, mientras que la lucha contra el calentamiento global se juzga por sus intenciones. La ecología es comparable al socialismo, lleno de buenas intenciones, sin resultados. Entendemos que la izquierda de repente se enamore de la ecología, una reconversión oportuna y bienvenida.

La semana pasada, en París, una reunión de jefes de Estado del Sur Global, invitados por el presidente Emmanuel Macron (que sigue siempre la dirección del viento), cuestionaron la financiación de la lucha contra la crisis climática, una forma de perpetuar las transferencias de fondos de los contribuyentes del Norte a los jefes de Estado del Sur. Pero la pobreza masiva, que no disminuye en África desde hace diez años, no se abordó en esta cumbre. En mi opinión, lo más patético fue la apertura de este congreso: una joven ugandesa de unos 20 años instó a los jefes de Estado a hacer más para salvar el planeta. No para salvar a la humanidad. Greta Thunberg, ‘Santa Greta de la ecología’, supervisaba entre bambalinas el discurso de su discípula. Sólo en ese momento mencionó que las tribus de su país se estaban matando entre sí, como en el vecino Congo. Pero no se trataba de estropear la fiesta con estas consideraciones materiales y humanitarias.

Los árboles primero, la vida después. La ecología se ha convertido, en su actual forma ideológica y pseudocientífica, en la enfermedad infantil de los países ricos y en la coartada de los déspotas.

 

 

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