Democracia y PolíticaHistoria

Guy Sorman: Utilidad de los reyes en la democracia

«La principal virtud de la democracia -lo hemos dicho a menudo- no es seleccionar a los mejores líderes, sino poder deshacerse de ellos en una fecha fija, conocida de antemano y sin demasiada violencia»

Qué paradoja! En casi todo el mundo, las democracias se han constituido en oposición, a menudo violenta, a las monarquías. Pero las democracias que, por azares de la historia, han conservado un monarca, han resultado ser las más estables.

España es la demostración más convincente de ello. Evidentemente, fue la restauración de la monarquía lo que permitió una transición sin violencia de la dictadura franquista a la democracia actual. El milagro se explica porque el Rey es el Rey. A diferencia de los políticos tradicionales, no tiene ninguna ambición, ningún plan de carrera y ninguna inclinación partidista. Es lo que es; es la nación y eso basta. Por el contrario, toda democracia implica una lucha por el poder que no siempre es civil y pacífica. La principal virtud de la democracia -lo hemos dicho a menudo- no es seleccionar a los mejores líderes, sino poder deshacerse de ellos en una fecha fija, conocida de antemano y sin demasiada violencia. El rey, por el contrario, o la reina, solo se suceden a sí mismos y, salvo raras disputas dinásticas, sin derramamiento de sangre. La mayor virtud del rey es también no hacer nada excepto ser rey, lo que le impide involucrarse en querellas subalternas, o dar su opinión sobre temas mediocres o que dividen.

Sin embargo, como atestigua la historia contemporánea de España, la inacción del rey puede resultar fundamental para salvar a toda la nación de la división y salvar a la democracia de la tentación caudillista. Recordamos a Don Juan Carlos desmarcándose, en 1981, del intento de golpe militar de Antonio Tejero por el simple hecho de ser Rey. También recordamos a Juan Carlos mandando callar al dictador venezolano Hugo Chávez en 2007, porque Juan Carlos era Rey y encarnaba la civilización española, y Chávez un aventurero.

Nadie entonces, en estas circunstancias, habría tenido la autoridad del monarca español. Recordemos también que Don Juan Carlos, al igual que Don Felipe, porque son la nación, y la Constitución española es el espíritu y la letra de la nación, silencian los impulsos independentistas de Cataluña. Estos, bajo una pantalla cultural, no eran más que una búsqueda de poder personal en detrimento de la civilización nacional que sí encarna el soberano.

La utilidad de la monarquía en una democracia quedará confirmada -y ya lo está- con la subida al trono del Rey Carlos III. Su madre, Isabel II, retuvo la Commonwealth porque se sabía que no buscaba ningún poder para sí misma, sino que sólo le importaba el interés colectivo y el deseo de pacificar este conjunto mundial heterogéneo, pero británico.

Corresponderá a Carlos III preservar la unidad de Gran Bretaña, porque sabemos que ya no lo anima ninguna ambición personal. Sin un monarca, Gran Bretaña se dividiría rápidamente en Inglaterra, Gales, Ulster y Escocia. Después del proceso del Brexit, ¿qué quedaría de Gran Bretaña a quien el mundo debe tanto en lo que a paz y civilización se refiere? Carlos III debe mantener la Unión, porque él la encarna. Desde que es soberano, observamos que ya no expresa su opinión sobre nada, excepto sobre la unidad del Reino. Está claro que su razón de ser es perpetuar el país y su dinastía, porque los dos se confunden.

Del mismo modo, los países escandinavos, Países Bajos y también Bélgica siguen siendo las democracias más tranquilas del mundo, porque han conservado un monarca. Sin Rey, Bélgica ya no existiría, sin duda. Países Bajos y Noruega curaron casi todas sus heridas internas después de la invasión nazi porque un soberano restauró allí la unidad y la civilización.

Qué tragedia que la extinta Unión Soviética, la URSS, después de su disolución en 1991, no restaurara un zar. Un Romanov, en lugar de un Putin, les habría ahorrado a los rusos y a Europa las masacres actuales. Del mismo modo, un Rey de Serbia, Albania, Montenegro o incluso Grecia habría evitado a los Balcanes la guerra civil silenciosa que actualmente amenaza al sur de Europa. Un sultán otomano sería más civilizado que Erdogan y el sha de Irán era menos peligroso que los ayatolás que lo expulsaron.

Lamentablemente, las revoluciones son irreversibles. Por consiguiente, cuando en una democracia se tiene el privilegio de tener un rey o una reina, se debe tener la inteligencia y la presciencia para conservarlos a toda costa.

 

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