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Ha fallecido el papa Francisco: historia de un pontífice revolucionario (1936-2025)

El Papa Francisco lucha por su vida: este fue su último mensaje en X antes de ser hospitalizado

El sumo pontífice ha muerto en el Vaticano.

Con la muerte del papa Francisco finaliza el perfil de un líder religioso nada fácil de precisar y que se deleitaba desconcertando a sus interlocutores y comentaristas.

Desde sus inicios en la Compañía de Jesús en Argentina hasta su ascenso al trono de Pedro, pasando por las periferias geográficas y sociales que Francisco situó en el centro de su pontificado, Jean-Benoît Poulle repasa el estilo y la trayectoria de un papa extraordinario.

Un ensayo biográfico.

El papa Francisco falleció hoy, 21 de abril, en el Vaticano, a los 88 años. Con él, la Iglesia católica y sus más de mil millones de fieles pierden una figura decididamente original, innovadora y, en muchos aspectos, casi iconoclasta en relación con esta institución multisecular. Juzguen por todas las novedades que representó la elección de Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, al trono de Pedro, tras la renuncia voluntaria de su predecesor Benedicto XVI (1927-2022), que constituyó en sí misma una innovación: Francisco fue el primer papa argentino, el primero procedente del Nuevo Mundo y el primer pontífice no europeo desde Gregorio III (731-741), papa de origen sirio en el siglo VIII. También es el primero en acceder al pontificado soberano procedente de la orden de los jesuitas, cuya real o imaginaria influencia sobre la Santa Sede ha sido notable, lo que también lo convierte en uno de los muy pocos papas (20 de 266) que provienen de una congregación religiosa, el primero desde el muy conservador Gregorio XVI (papa de 1831 a 1846, proveniente de la orden de los camaldulenses). 1 Por último, fue el primer papa en adoptar el nombre de Francisco, 2 en referencia explícita a la figura profética de San Francisco de Asís (1181-1226), y así el primero en elegir un nombre inédito desde hace más de un milenio, después de Landon, uno de sus predecesores más oscuros (papa de 913 a 914). 3

El nombre de Francisco ya era todo un programa: al inscribir su figura en la estela del Poverello de Asís, desde hace mucho uno de los santos más populares a escala de la Iglesia universal, Jorge Mario Bergoglio quería mostrar que hacía suyo, al tiempo que lo reinterpretaba, su ideal de atención primordial a los excluidos, así como de reforma radical de la Iglesia mediante el retorno a la simplicidad evangélica. Del mismo modo, en la relación de asombro que el autor del Cántico de las criaturas mantenía con la Creación, Francisco quiso discernir los primeros indicios de preocupación ecológica por la «casa común», que él mismo puso en el centro de su pontificado. Francisco se ha concebido y ha querido mostrarse como un papa de ruptura. Si bien muchos jerarcas católicos, como él mismo en ocasiones, han destacado a veces las formas de continuidad inevitable con sus predecesores inmediatos, es la ruptura la que prevalece. Incluso se puede afirmar que el papa Francisco parece una figura muy diferente, no solo de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino incluso de todos los demás papas desde el fin de los Estados Pontificios en 1870, o incluso desde la Revolución Francesa: en su concepción del papado, ciertamente difiere más de ellos mismos de lo que ellos diferían entre sí. A las novedades formales que representó su elección —vistas como accesorias, pero en el fondo muy significativas de las reconfiguraciones de la Iglesia—, corresponden, por tanto, innovaciones voluntarias, que conviene explicar profundizando en la personalidad de Jorge Mario Bergoglio, el hombre y el sacerdote antes que el papa.

La vocación de un jesuita

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, en el popular barrio de Flores. Es el mayor de una familia de cinco hermanos (una hermana aún vive). Su padre, Mario José Bergoglio, es un inmigrante italiano de primera generación, originario del Piamonte, que llegó a Argentina unos diez años antes para trabajar como contable en el servicio ferroviario; y aunque su madre, Regina Maria Sivori, nació en Argentina, ella misma es hija de inmigrantes italianos procedentes de Liguria. Debido a esta doble ascendencia nórdico-italiana, común a muchos argentinos, 4 Jorge Mario Bergoglio hablará italiano con fluidez, aunque con un ligero acento, siendo el español su lengua materna, y estará inmerso en una cultura familiar ampliamente europeizada: estos dos hechos no son en absoluto anodinos para una Curia todavía dominada por italianos en el momento de su elección, y sin duda han influido en ella, ya que atenúan la impresión de ruptura producida por la elección de un no europeo.

 

Esta fotografía de principios de la década de 1950, publicada por el periodista Sergio Rubin, muestra a Jorge Mario Bergoglio, a la derecha, posando con compañeros de clase no identificados en una escuela preparatoria de Buenos Aires, Argentina. © AP Photo/Cortesía de Sergio Rubin

Su entorno familiar lo vincula, por tanto, a las clases medias bajas, en el límite entre la pequeña burguesía y los medios más populares, marcados por una fuerte devoción mariana, transmitida por su abuela materna. Realizó sus estudios secundarios en el colegio privado salesiano de Ramos Mejía, en los suburbios cercanos a Buenos Aires, pero fue en la iglesia de su barrio donde, a los diecisiete años, adquirió la convicción de su vocación religiosa, después de una confesión en la que, según sus propias palabras, tuvo una «revelación de la misericordia de Dios». No es de extrañar, por tanto, su insistencia en este concepto central, la capacidad de Dios para perdonar los errores humanos, a lo largo de su pontificado. 5 Estaba prometido con una joven, pero decidió romper ese compromiso para entrar en los órdenes. Sin embargo, pospuso inmediatamente su entrada en el seminario para comenzar estudios superiores en la Escuela Nacional de Enseñanza Técnica, donde obtuvo un diploma de técnico en química. Durante esos años de estudio, trabajó en varios pequeños oficios para mantenerse, entre ellos, el de cadenero en un sórdido club nocturno de Córdoba, sin duda inusual para un futuro papa. También durante ese mismo periodo tuvo graves problemas de salud, hasta el punto de que le extirparon la parte superior del pulmón derecho a causa de una neumonía. 6 Le quedó una gran fragilidad respiratoria.

Fue en la iglesia de su barrio donde, a los diecisiete años, adquirió la convicción de su vocación religiosa.

Jean-Benoît Poulle

En 1957, a los 21 años, ingresó en el seminario diocesano de Villa Devoto, en los suburbios residenciales de Buenos Aires. Cabe señalar que, para la época, se trataba casi de una vocación tardía: a diferencia del futuro Benedicto XVI, Bergoglio no pasó por un seminario menor, esas canteras de sacerdotes con vocación precoz que servían como enseñanza secundaria. Su título de educación superior, antes de ingresar al seminario, constituye otra rareza en esos años cincuenta: su perfil innovador, en el fondo, corresponde mucho más con lo que se espera hoy en día de los candidatos al sacerdocio, incluso en cuanto a la madurez de vida. Sin embargo, el seminario diocesano es solo una breve etapa de discernimiento, que le permite confirmar que tiene vocación no solo sacerdotal, sino también religiosa. Posteriormente, el papa Francisco declara a menudo que su primera vocación fue ser misionero en un país lejano, y especialmente en Japón, hacia el que se sentía misteriosamente atraído. 7 El 11 de marzo de 1958, ingresó como novicio en la Compañía de Jesús, la orden de los jesuitas.

Esta congregación, que en derecho canónico es una compañía de clérigos seculares (y, por lo tanto, permite una presencia en el mundo más activa que una orden monástica o de religiosos mendicantes), era entonces percibida por muchos como la élite del clero católico. Hoy en día es difícil hacerse una idea del poder y la influencia que adquirieron los jesuitas en la Iglesia antes del Concilio Vaticano II: en 1959, con más de 34 mil miembros en los cinco continentes, constituían, por mucho, la congregación religiosa más numerosa del mundo. 8 La amplia red de sus colegios y universidades impartía, en todos los países católicos y más allá, una formación intelectual muy exigente, y difundía una espiritualidad ascética en las élites laicas de las clases superiores. Su percepción como la élite de choque de la Iglesia católica también se debía a que, a los tres votos religiosos tradicionales (pobreza, castidad, obediencia al superior), los jesuitas añadían un cuarto, de obediencia especial al papa. Su superior general, al que simplemente se le llamaba el general (lo que reforzaba aún más su asimilación a un ejército), ¿no era llamado el papa negro, debido al inmenso crédito que se suponía que tenía ante el verdadero papa, el hombre de blanco? Sin duda, precisamente debido a este crédito, ver a un jesuita elegido para el trono de Pedro era entonces poco concebible: el gran poder de la Compañía también fue muy criticado, no solo en los círculos laicos y anticlericales que a veces se complacían en exagerarlo, sino también en el seno mismo del catolicismo, en el clero diocesano o entre las otras órdenes, sus rivales. Su reputación de congregación de élite se debía en última instancia a la duración de los estudios que se realizaban en su seno: en lugar del noviciado relativamente rápido que se realizaba en otras órdenes, el período de prueba de más de quince años en los jesuitas era tan extenso que tendía a convertirse en una especie de formación continua, lo que permitía producir verdaderos eruditos. Las amplias competencias de estos últimos eran reconocidas incluso en el mundo secular, en teología y exégesis, pero también en filosofía, historia, filología, etc., sin que ello anulara su vocación pastoral. Jorge Bergoglio se destinó a una formación tan exigente, y con pleno conocimiento de causa, cuando fue admitido como novicio.

Sus primeros años en la Compañía, marcados por la experiencia del desarraigo, muy importante en el pensamiento jesuita, transcurren en el extranjero: es enviado a Chile, mucho más cerca que el Japón soñado. En 1963 regresa a Buenos Aires para cursar filosofía, luego vienen los años de regencia, es decir, una experiencia docente, que lo llevan a ser profesor de literatura en el Colegio de Immaculada de Santa Fe y en el Colegio del Salvador de Buenos Aires (1964-1966), seguidos de sus tres años de estudio de teología (1967-1970) en el teologado San Miguel, anexo de la Universidad del Salvador, la gran universidad jesuita del país. Una etapa central de su trayectoria fue su ordenación como sacerdote el 13 de diciembre de 1969: la fecha es importante, porque el final de ese año 1969 marca precisamente la entrada en vigor de la reforma litúrgica promulgada por Pablo VI, tras el Concilio Vaticano II, reforma marcada por el paso a la lengua vernácula 9 y una gran simplificación de los ritos. Jorge Mario Bergoglio, de nuevo a diferencia de sus predecesores, nunca celebró la misa en latín según la forma tradicional (llamada misal de 1962): por un sorprendente efecto generacional, es plenamente un sacerdote de la reforma litúrgica.

Su formación jesuita se completa en 1971-1972 con la etapa conocida como del Tercer Año: una nueva estancia de retiro en el extranjero, en la Universidad de Alcalá de Henares en España, al término de la cual pronuncia su cuarto voto de obediencia particular al papa y a la Iglesia. De vuelta a Argentina, se convierte en maestro de novicios del colegio jesuita de San Miguel, también en las afueras de la capital. Su profesión solemne en la orden, coronación de su formación, tiene lugar el 22 de abril de 1973. Tres meses después, a la edad de 36 años, es nombrado provincial, es decir, superior de todos los jesuitas de Argentina.

Durante esos años de estudio, trabajó en varios pequeños oficios para mantenerse, entre ellos, el de cadenero en un sórdido club nocturno de Córdoba, sin duda inusual para un futuro papa.

Jean-Benoît Poulle

Un provincial bajo la dictadura

Estos años clásicos de formación, que también son los de un cierto alejamiento del mundo, han dejado voluntariamente de lado el contexto político, social y eclesiástico en el que se desarrolla Jorge Mario Bergoglio. En realidad, este período está marcado por una intensa efervescencia: en la Iglesia, las reformas fundamentales implementadas por el Concilio Vaticano II (1962-1965), y sus repercusiones de gran alcance, especialmente en la Compañía de Jesús; en Buenos Aires, los años no menos agitados del legado del peronismo, entre violentas protestas y el regreso al poder de Juan Domingo Perón (1973-1974). Ambas crisis multifacéticas pueden explicar tanto el nombramiento tan temprano de Bergoglio como provincial como su actitud durante la dictadura militar de funesto recuerdo (1976-1983).

Desde su juventud, Jorge Mario Bergoglio no ha sido indiferente a la política. Su herencia familiar en este sentido es diversa, desde el socialismo radical de uno de sus tíos hasta el conservadurismo. A través de sus lecturas y amistades, el joven Bergoglio entra temprano en diálogo con pensamientos de izquierda. Pero sus años de maduración están marcados sobre todo por la omnipresencia de Juan Domingo Perón (1895-1974) y del peronismo. Presidente de la Nación Argentina desde 1946, reelegido por sufragio universal en 1951 antes de ser derrocado en 1955, Perón pretende romper con las élites corruptas de la «Década infame» (1930-1943) apoyándose en su vínculo directo con las masas populares, en favor de las cuales lleva a cabo numerosas reformas sociales. El «populismo» en su sentido original, al que se refiere, es un pensamiento que por naturaleza se resiste a cualquier clasificación de izquierda o derecha, ya que se reivindica tanto de una como de la otra: pone de relieve la justicia social tanto como una concepción orgánica y autoritaria de la nación argentina, basada en su líder carismático. En el plano internacional, busca un tercer camino entre el bando occidental y el bloque del Este; en su labor de reforma interna, por último, Perón no teme oponerse a todos los cuerpos intermedios, incluida la Iglesia católica. Bergoglio, siendo estudiante, asiste a un encuentro de su escuela con Perón y mantiene un contacto regular con secciones justicialistas (nombre del partido oficial peronista). Es más, a finales de los años sesenta se unió a un grupo peronista, laOrganización Única del Trasvasiamento Generacional, incluso cuando Perón estaba en el exilio. A finales de 1974, confió el control de la Universidad del Salvador a antiguos miembros de laOrganización. No cabe duda de que el peronismo ejerció sobre él, como sobre millones de argentinos, una influencia profunda y duradera. De ahí probablemente el carácter a menudo inclasificable de las posiciones políticas de Francisco, así como el vínculo directo con el «pueblo de Dios» que reivindica el pontífice. Y a pesar del retiro impuesto por la Compañía, es razonable pensar que Bergoglio quedó profundamente marcado por la atmósfera de pasión, incluso de violencia política, de esos años 1950-1960, durante los cuales se debatió con aspereza el legado peronista.

 

Jorge Bergoglio celebra una misa en honor del papa Juan Pablo II en la Catedral de Buenos Aires, Argentina, lunes 4 de abril de 2005. © Photo AP/Natacha Pisarenko

Sin embargo, sería vano imaginar que las estructuras de la Iglesia católica se libraron de las turbulencias. Las consecuencias de las reformas posconciliares fueron especialmente notables en la Iglesia latinoamericana, con oposiciones entre conservadores y progresistas más marcadas que en otros lugares. En 1968, el Consejo Episcopal Latinoamericano, reunido en Medellín, denuncia la violencia institucionalizada de las dictaduras militares del continente y proclama la «opción preferencial» de la Iglesia por los pobres, que debe conducir a su apoyo en sus luchas contra la opresión. Es el acto de nacimiento de lo que se llamará «teología de la liberación», para la cual el mensaje evangélico de salvación es inseparable del esfuerzo de liberación de los excluidos y dominados contra las estructuras socioeconómicas opresivas. Si bien esta orientación provoca grandes debates dentro del episcopado, son muchas las órdenes religiosas que se comprometen resueltamente con ella, y los jesuitas están entre los primeros. El español Pedro Arrupe (1907-1995), superior general de la Compañía de Jesús desde 1965, dio los impulsos decisivos para este reposicionamiento, empujando a su orden a romper con su imagen elitista para comprometerse más a fondo con la justicia social, especialmente en América del Sur. Su línea es confirmada por una congregación general de la Compañía en 1974. Pero Arrupe no pudo evitar una crisis abierta entre los jesuitas: la orden se encuentra dividida entre sus miembros más progresistas, para quienes el compromiso al servicio de la liberación debe hacerse más visible, dando prioridad a las luchas sociales reales, y su franja conservadora que teme la infiltración del marxismo en la Iglesia. Así, en los años 1968-1976, miles de jesuitas abandonaron la vida religiosa, lo que provocó una verdadera crisis en los cuadros de la Compañía. En este contexto, Bergoglio se convierte en el hombre adecuado para evitar la ruptura de la provincia jesuita de Argentina, ya que encarna un camino intermedio: se sabe que está cerca de la «teología del pueblo», 10 la variante más moderada de la teología de la liberación, pero se niega a mezclar su voz con la de los contestatarios. Y de hecho, durante los siete años que ejerció su cargo de provincial (1973-1980), logró mantener la unidad de la provincia de Argentina.

Con la dictadura militar del general Videla (1976-1981) y sus epígonos (1981-1983), una sangrienta represión de una magnitud completamente diferente se abate sobre Argentina. La Iglesia misma se encuentra dividida entre la franca aprobación del «proceso nacional», expresada por algunos de sus jerarcas en nombre del anticomunismo, y el compromiso de los sacerdotes y las comunidades de base en la resistencia abierta. Como provincial, Bergoglio mantiene una actitud prudente que busca proteger a sus religiosos, al tiempo que brinda apoyo material discreto a los opositores al régimen. El influjo del peronismo lo mantiene ideológicamente al margen de la dictadura de extrema derecha, pero también de una buena parte de sus opositores más decididos. Es cierto que ha encubierto o escondido a sacerdotes en resistencia y que en ocasiones ha corrido riesgos personales para liberar a algunos detenidos, clérigos o laicos (como la abogada Alicia Oliveira). En 2005, la controversia sobre su papel exacto se reavivó con un libro del periodista Horacio Verbitsky, 11 que señala su pasividad durante la detención y tortura de dos jesuitas opositores, Orlando Yorio (1932-2000) y Franz Jalics (1927-2021), acusación de la que este último lo exculpará. En 2012, la Conferencia Episcopal de Argentina, que presidía entonces, presentó sus disculpas por su actitud dilatoria durante la dictadura. Su comportamiento personal no puede disociarse de la actitud de la Iglesia y de la sociedad argentina en su conjunto, que sufrieron la dictadura en lugar de levantarse contra ella. En cualquier caso, la acusación de complicidad con Videla que a veces se lanza parece excesiva. 12

Bergoglio se convierte en el hombre adecuado para evitar la ruptura de la provincia jesuita de Argentina, ya que encarna un camino intermedio: se sabe que está cerca de la «teología del pueblo», la variante más moderada de la teología de la liberación, pero se niega a mezclar su voz con la de los contestatarios.

Jean-Benoît Poulle

La travesía del desierto del padre Bergoglio

Después de su provincialato, el P. Bergoglio fue nombrado profesor de teología y rector de la facultad de filosofía de San Miguel en 1980, al tiempo que asumía el cargo de párroco en la misma ciudad.

Se trata de una salida totalmente normal para una orden dedicada a la enseñanza, y Bergoglio no teme denunciar los problemas sociales en sus homilías. Sus relaciones con la dirección de la Compañía se vuelven más difíciles en ese momento, sobre todo porque sufre una nueva crisis en agosto de 1981, cuando el P. Arrupe sufre una trombosis cerebral que lo deja paralizado. El papa Juan Pablo II aprovechó la oportunidad para retomar el control de una orden que, en su opinión, se estaba alejando de sus orientaciones restauradoras, y nombró por la fuerza a un delegado pontificio personal para dirigir la Compañía, el muy tradicional P. Paolo Dezza. Esta intromisión fue muy mal recibida por los jesuitas, cuyas constituciones especifican que solo la congregación general tiene autoridad para elegir a su superior. En 1983, una asamblea de este tipo pudo celebrarse finalmente con el permiso del papa, y eligió al holandés Hans-Peter Kolvenbach (1928-2016) para salir de la crisis, un hombre de consenso cuya línea «centrista» es básicamente la misma que la de Bergoglio en Argentina: se dedicó a restaurar la confianza. Sin embargo, Bergoglio mantiene relaciones difíciles con varios jesuitas argentinos, que le reprochan una cierta intransigencia en su gestión de la facultad, especialmente con su nuevo provincial elegido en 1986. Decide tomar distancia y se va a Alemania ese mismo año para realizar una tesis doctoral en teología en la Universidad de Fráncfort sobre el teólogo y liturgista Romano Guardini (1885-1968), uno de los grandes inspiradores del Concilio Vaticano II y de Benedicto XVI. Durante su formación, había aprendido alemán y algunos rudimentos de inglés y francés. 13 Por razones que siguen siendo en parte misteriosas, nunca completó este trabajo.

En general, según varios testimonios coincidentes, esta mitad de la década de 1980 parece corresponder a un período de travesía por el desierto en la carrera y la vida de Jorge Mario Bergoglio. Su trayectoria parece estancarse, y a su regreso a Argentina a finales de 1986, se encuentra sin destino. Más profundamente, él mismo evocará este período como un tiempo de grave crisis espiritual: después de un comienzo brillante, no tuvo las responsabilidades que sin duda merecía, y debió sentir una decepción inevitable, que debe disimular detrás del absoluto obediencia a la Compañía. En su espiritualidad ascética y voluntaria, los jesuitas advierten contra la acedia, ese sentimiento de vanidad y disgusto por las cosas espirituales, que puede surgir hacia la mitad de la vida; y cada domingo por la noche, en el oficio de completas, recitan el versículo 6 del salmo 90 que invoca la ayuda de los ángeles contra el daemonium meridianum, ese « demonio del mediodía» que la explicación popular ha reducido demasiado rápido a la sola tentación de la infidelidad sexual. Al llegar a los cincuenta años, después de haber tenido que asumir cargas muy pesadas, el padre Bergoglio pudo experimentar una forma de desaliento. El nuevo puesto al que fue enviado en 1990 es claramente un descenso: debe unirse a una pequeña parroquia de Córdoba, la segunda ciudad de Argentina en el centro-norte del país, para ejercer como confesor, pero tiene prohibido predicar. Su ministerio se desarrolla en la sombra. Muchos de los que lo conocen dirán que esos años lo cambiaron profundamente y sin duda lo endurecieron; al mismo tiempo, la experiencia diaria del confesionario, que es el único cargo que le queda, aumenta aún más en él la convicción de la importancia central de la Misericordia. Convertido en arzobispo de Buenos Aires, seguirá confesando regularmente a sus fieles en la catedral.

En su espiritualidad ascética y voluntaria, los jesuitas advierten contra la acedia, ese sentimiento de vanidad y disgusto por las cosas espirituales, que puede surgir hacia la mitad de la vida.

Jean-Benoît Poulle

El nuevo primado de Argentina

A principios de los años noventa, un encuentro dio una orientación completamente nueva a su carrera: la del prelado Antonio Quarracino (1923-1998), arzobispo de La Plata en 1985, luego nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1990, elegido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y creado cardenal al año siguiente. Hijo de inmigrantes italianos como Bergoglio, Quarracino (nacido en Salerno) tiene, sin embargo, un perfil bastante diferente al del futuro papa, ya que se le considera un claro representante del bando conservador. Ciertamente, se comprometió menos en el apoyo a la dictadura militar que sus predecesores Antonio Plaza en La Plata o el cardenal Aramburu en Buenos Aires, pero aboga por una política de reconciliación nacional y amnistía, a riesgo de que se olviden las atrocidades. En temas sociales (divorcio, aborto, homosexualidad…), es un ferviente partidario de las orientaciones restauradoras de Juan Pablo II. Al mismo tiempo, Quarracino se convierte en un convencido defensor del diálogo con el judaísmo y de la presencia mediática de la Iglesia. Estas dos personalidades bastante diferentes forjan lazos de confianza, hasta tal punto que en 1992, Quarracino propone a Roma que Bergoglio se convierta en uno de sus obispos auxiliares en Buenos Aires. Como los jesuitas no pueden aspirar a cargos episcopales, Bergoglio debe obtener una dispensa de su orden, lo que da lugar a la redacción de un informe bajo la supervisión del superior general Kolvenbach. Si bien este informe parece haber desaparecido de los archivos, varios indicios muestran que emitía un juicio bastante desfavorable sobre la personalidad del futuro papa: este es un argumento que sus adversarios no dejarán de esgrimir durante su pontificado, manteniendo deliberadamente una atmósfera sin duda exagerada de secreto, incluso de escándalo. Pero Quarracino decide hacer caso omiso y obtiene el resultado deseado tras una entrevista con Juan Pablo II: el 20 de marzo de 1992, el padre Bergoglio es nombrado obispo auxiliar y se toma un permiso de la Compañía de Jesús. En junio de 1997, se da un nuevo paso decisivo cuando se convierte en coadjutor del cardenal Quarracino, es decir, obtiene el derecho a su sucesión automática: al morir este último menos de un año después (28 de febrero de 1998), es por derecho el nuevo arzobispo de Buenos Aires, primado de Argentina.

En esta fotografía sin fecha publicada por el periodista Sergio Rubin, Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, a la derecha, besa la mano del papa Juan Pablo II durante una ceremonia en el Vaticano. © AP Photo cortesía de Sergio Rubin.

 

Fue como arzobispo de la capital, al que llegó a este puesto a los 62 años, que Jorge Mario destacó y que por primera vez tuvo la audacia de romper con lo establecido. Claramente, su estilo de gobierno diocesano anuncia en muchos aspectos el que adoptará como soberano pontífice. Se caracteriza en primer lugar por una gran austeridad de vida: se niega a alojarse en la lujosa residencia episcopal para residir en un pequeño apartamento cerca de la catedral. Desprecia el coche oficial con chofer y asume él mismo la mayoría de las tareas de su secretaría. Se levanta todos los días a las 4:30, pasa todo el día trabajando y nunca se toma un período de vacaciones para descansar, una costumbre que mantendrá en el Vaticano. La cercanía con su clero es otra de sus preocupaciones constantes: los 500 sacerdotes de su diócesis saben que pueden llamarlo directamente por teléfono, a través de una línea directa; muestra una gran preocupación por los párrocos de los suburbios desfavorecidos, sacerdotes de las favelas que visita con frecuencia y a los que a veces hospeda. Porque la atención a los pobres y marginados es el otro gran eje de su cargo de pastor. En el momento en que la bancarrota presupuestaria de Argentina (en 2001) exacerba la precariedad de los fieles, multiplica las visitas a las instituciones sociales y caritativas, a todos los marginados, y les muestra su atención con gestos emblemáticos destinados a impactar en la opinión pública: así, realiza el rito de lavar los pies de los enfermos de sida en un hospital el Jueves Santo. Para él, es urgente recuperar el sentido del pueblo, junto a la gente sencilla, y ponerse de alguna manera en la escuela de la piedad popular: por eso llama a la Iglesia a adoptar ante los pobres una actitud de humildad que pasa por el renunciamiento a las posiciones de poder.

Un compromiso de este tipo en un período de agudización de la crisis social tiene necesariamente resonancias políticas, de las que Mons. Bergoglio es plenamente consciente. Sus críticas a las reformas económicas neoliberales, así como su compromiso con los movimientos populares y sindicales, demuestran que no ha olvidado las concepciones peronistas, mezcladas con su propia «teología del pueblo». Pero posteriormente mantiene una relación muy ambivalente con los supuestos herederos del peronismo de izquierda agrupados en el partido justicialista de Néstor Kirchner (1950-2010), el ganador de las elecciones presidenciales de 2003, con quien las relaciones se deteriorarán progresivamente cuando Kirchner ponga en práctica su voluntad de secularizar la sociedad argentina. Las relaciones con su esposa, Cristina Fernández de Kirchner (nacida en 1953), que lo sucedió en la presidencia en 2007, se volverían notoriamente muy malas: la ley de 2010 que autoriza el matrimonio homosexual, apoyada por el partido presidencial, provocó una enérgica oposición del arzobispo de Buenos Aires, que movilizó los recursos de la Iglesia en su contra; incluso se analizó como un enfrentamiento personal entre Bergoglio y la presidenta.

Fue como arzobispo de la capital, al que llegó a este puesto a los 62 años, que Jorge Mario destacó y que por primera vez tuvo la audacia de romper con lo establecido.

Jean-Benoît Poulle

Los resortes de una elección sorpresa

Si Bergoglio tiene un cierto olfato político, también sabe rechazar posiciones de poder: en 2001, por ejemplo, se negó en un principio a ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. 14 Sin embargo, ese mismo año aceptó ser nombrado cardenal por Juan Pablo II, como primado de una de las comunidades católicas más importantes del mundo. Pero se opone a la idea de que el acontecimiento se celebre con festejos en Roma demasiado costosos para sus compatriotas: el producto de la colecta lanzada para financiar los billetes de avión se destina a los pobres. Como miembro del colegio de cardenales y de cinco dicasterios, los órganos de la Curia Romana, 15 debe acudir a ellos con regularidad, pero siempre limita sus estancias al mínimo imprescindible: es uno de los cardenales que menos conoce la Ciudad Eterna, donde, según él mismo reconoce, nunca se ha sentido a gusto. Sin embargo, su reputación de austeridad y humildad se abre camino en las altas esferas del Vaticano: durante el cónclave de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, impresionó a sus colegas con una forma de radicalidad evangélica; además, fue identificado como un progresista moderado, mucho menos llamativo y, por tanto, menos divisivo que otro exjesuita, el cardenal arzobispo de Milán Carlo Maria Martini (1927-2012), que había sido una alternativa intelectual progresista durante todo el pontificado anterior. Por eso, los votos de sus pares lo hacen aparecer como el principal rival del candidato del bando conservador, Joseph Ratzinger: al principio dispersos a favor de otros cardenales, los votos progresistas o moderados pronto se agrupan en torno a él, hasta el punto de formar una minoría de bloqueo que impide la elección de Ratzinger. Si creemos en un diario anónimo del cónclave, Bergoglio habría hecho saber entonces que se negaba a convertirse en papa, y habría pedido a sus partidarios que también transfirieran sus votos a Ratzinger, lo que habría permitido el acceso al pontificado del prelado bávaro. 16

En cualquier caso, es evidente que algo crucial ocurrió en el cónclave de 2005, lo que permite comprender en parte el de 2013, que efectivamente eligió al cardenal Bergoglio como papa tras la renuncia de Benedicto XVI, y que en este sentido tomó la forma de un partido de vuelta. Los actores eran en gran parte los mismos: 17 el cardenal Bergoglio había sido mantenido al frente de su diócesis año y medio después de cumplir 75 años (edad a la que todo obispo debe presentar su renuncia); pero la situación de la Iglesia, por su parte, había cambiado profundamente.

De hecho, las múltiples crisis que habían marcado el pontificado de Benedicto XVI habían hecho que la elección de la continuidad conservadora o «restauradora», que todavía parecía la más razonable en 2005, pareciera ahora un callejón sin salida. El colegio cardenalicio parecía convencido de la necesidad de cambios profundos en múltiples planos: primero, formales, en cuanto al perfil del futuro papa, para que la Iglesia dejara de ser percibida como el club de las viejas naciones europeas; pero también en cuanto a sus orientaciones religiosas, ya que los escándalos que habían salpicado a la curia bajo Benedicto XVI habían desacreditado todo el programa conservador. En estas condiciones, una minoría muy activa de cardenales progresistas ya estaba decidida a impulsar de nuevo la candidatura de Bergoglio, y había terminado por convencerlo a él mismo de que se dejara elegir papa esta vez. Este pequeño club de prelados progresistas, convencidos de la necesidad de reformas radicales en la Iglesia, se llamaba el grupo de San Galo, por el nombre de la ciudad suiza donde celebraba sus reuniones informales: además del cardenal Martini (fallecido un año antes del cónclave) 18 y del obispo del lugar, reunía principalmente a los alemanes Walter Kasper (nacido en 1933) y Karl Lehmann (1936-2018), al belga Godfried Danneels (1933-2019), al británico Cormac Murphy O’Connor (1932-2017), y el italiano Achille Silvestrini (1923-2019), miembro de la Curia, sin contar a algunos obispos franceses de rango no cardenalicio. Todos estos cardenales fueron los artífices del ascenso de Bergoglio al pontificado, y varios de ellos, de hecho, aparecieron de manera muy significativa los primeros a su lado en el balcón de San Pedro la noche de su elección.

San Pedro, Vaticano, viernes 29 de marzo de 2013 © AP Photo/Gregorio Borgia El papa Francisco se arrodilla en oración ante el icono de la Virgen María en el interior de la Basílica de Santa María la Mayor, Roma, jueves 14 de marzo de 2013. © AP Photo/L'Osservatore Romano

 

La sola congregación de San Galo no fue suficiente para la elección. Durante las congregaciones generales preparatorias, Bergoglio logró obtener el apoyo inesperado de dos clanes curiales que hasta entonces se habían estado enfrentando en una guerra feroz, y que llegaron a un acuerdo táctico en esta ocasión: se trataba de los partidarios del secretario de Estado de Benedicto XVI, el cardenal Tarcisio Bertone (nacido en 1934), y los más numerosos de su predecesor, el poderoso y controvertido cardenal Angelo Sodano (1927-2022), decano del Sacro Colegio, más elector pero «creador de papas», y portavoz de los diplomáticos de la Curia, que se habían sentido marginados bajo Benedicto XVI. Estos dos grupos se unieron a la candidatura de Bergoglio, un hombre ajeno a los asuntos curiales (y que, por lo tanto, podía presentarse como un outsider capaz de reformarlos), a cambio de la promesa de un mayor influencia de los diplomáticos del Vaticano, simbolizada por el nombramiento del nuncio Pietro Parolin (nacido en 1955) como nuevo secretario de Estado de Francisco: por lo demás, según la mayoría de los comentaristas, esta elección resultó muy acertada. Por último, durante las congregaciones generales preparatorias, el discurso muy sobrio y sereno del cardenal Bergoglio sobre la necesidad de que la Iglesia salga de sí misma, de ir a sus márgenes, causó una fuerte impresión en sus pares y sin duda convenció a muchos indecisos. Para que no se revele demasiado pronto como el principal candidato progresista, con el riesgo de reducir sus posibilidades, sus partidarios hacen correr el rumor de que su elección se inclina más bien por el cardenal brasileño de origen alemán Odilo Scherer (nacido en 1949), que tiene un perfil bastante similar al suyo. Durante el cónclave, con toda probabilidad, aprovechó la división de los votos de los cardenales conservadores entre el cardenal Angelo Scola (nacido en 1941), arzobispo de Milán, considerado el heredero intelectual de Benedicto XVI, y el prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal quebequés Marc Ouellet (nacido en 1944), a quien Francisco mantendrá en su cargo.

Algo crucial ocurrió en el cónclave de 2005, lo que permite comprender en parte el de 2013, que efectivamente eligió al cardenal Bergoglio como papa tras la renuncia de Benedicto XVI, y que en este sentido tomó la forma de un partido de vuelta.

Jean-Benoît Poulle

Francisco pudo ser elegido gracias a los pacientes esfuerzos de sus partidarios y a las lecciones aprendidas de su fracaso en el cónclave anterior. Su llegada al pontificado, muy inesperada, muestra la magnitud de las recomposiciones que tuvieron lugar en los momentos cruciales del cónclave. La mejor prueba de la sorpresa que supuso su elección se encuentra en el telegrama de felicitación que la Conferencia Episcopal Italiana envió por error, esa misma noche, al cardenal Scola. 19 Por lo tanto, no hay que subestimar el momento de ruptura que supuso el cónclave de 2013 para la Iglesia. Pero el pontificado de Francisco, en su estilo, sus métodos y su programa de fondo, ha resultado aún más desconcertante, incluso para aquellos que lo habían elegido con una clara intención reformadora.

El estilo mediático del papa Francisco

También en la Iglesia católica, el estilo es el hombre. Desde sus primeras palabras en el balcón de San Pedro, el papa Francisco adopta un modo de comunicación que contrasta con la solemnidad habitual de sus predecesores, saludando a la multitud con un cordial «¡Buonasera!»: 20 aparece con una simple sotana blanca, sin ninguno de los demás ornamentos papales, y conserva su cruz episcopal plateada en lugar de la dorada prevista para él. Se presenta primero como «obispo de Roma», y no como jefe de la Iglesia universal, y pide rezar por «Benedicto, nuestro obispo emérito», antes de pedir a la multitud que haga lo mismo por él. Muchos de sus gestos muestran que pretende romper con los honores monárquicos que seguían correspondiendo al sumo pontífice: en lugar de residir en los apartamentos pontificios oficiales, en el primer piso del Palacio Apostólico, elige seguir viviendo en la Casa Santa Marta, la hospedería del Vaticano que ya acogía a los cardenales en cónclave. Al comienzo de su pontificado, dio un primer golpe de efecto al negarse a asistir a un concierto de música clásica, argumentando que no es «un príncipe del Renacimiento»: imagen impactante, en presencia de toda la curia, el imponente trono papal permanece obstinadamente vacío.

En varias ocasiones, muestra su gran sencillez: no solo al negarse a tomarse vacaciones en Castel Gandolfo, lugar de veraneo habitual de los papas, donde se había retirado Benedicto XVI durante el cónclave, sino también al llevar él mismo su propio maletín negro de documentos, como para dar mejor la impresión de que se ocupa personalmente de los asuntos más delicados; desprecia las mulas papales rojas por los zapatos de calle negros de uso general, y su sotana blanca, un hábito heredado de los dominicos, 21 parece estar a menudo desgastada; incluso habría acariciado la idea de asistir al JMJ de Río en 2013, la primera cita importante del pontificado, vestido con un simple clergyman. El deseo de mostrar que no pierde el contacto personal con la gente común parece ser prioritario para el papa Francisco: por eso siempre ha preferido el contacto personal a los canales institucionales, en todos los asuntos. Prefiere las llamadas telefónicas individuales a los actores sobre el terreno, a menudo sorprendidos de tener al papa al otro lado del teléfono… Y lo hemos visto deambulando por las calles de Roma, sin pompa, para comprarse unos lentes nuevos en una óptica popular. El declarado deseo de sencillez también permite realizar golpes mediáticos.

En el ámbito litúrgico también, el estilo sobrio del papa Francisco roza la austeridad: en contraste con las celebraciones solemnes de Benedicto XVI, las suyas se caracterizan por una evidente sencillez, y ha demostrado en múltiples ocasiones que esta cuestión no era prioritaria para él, delegando el tratamiento de este asunto en prelados que tienen ideas muy definidas y que a menudo se han acogido a su voluntad tácita para poner en práctica sus propias concepciones.

Del proyecto de una «Iglesia sinodal» a la realidad de un gobierno autoritario

En cuanto a su gobierno, Francisco fue elegido con una hoja de ruta sencilla: reformar la Curia. Se puso manos a la obra desde el principio de su pontificado, con la creación de un nuevo organismo que, en cierto modo, la elude: el Consejo de Cardenales, o «C8», luego «C9», compuesto, además de su mano derecha, el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, por ocho altos prelados, 22 generalmente arzobispos en funciones en metrópolis de los cinco continentes, y no cardenales de la Curia. Se supone que estos jerarcas deben hacer valer su experiencia sobre el terreno para dar al papa una visión programática general. Pero el C9 no se ha librado de las vicisitudes: su moderador, el cardenal hondureño Óscar Maradiaga, acusado de malversación de fondos y encubrimiento de abusos sexuales, tuvo que ser apartado; lo mismo ocurrió con otro miembro de este organismo, el cardenal australiano George Pell (1940-2023), que, a pesar de sus orientaciones mucho más conservadoras, desempeñó un papel clave en las reformas del papa como secretario para la Economía del Vaticano, encargado de la reforma de sus finanzas: acusado personalmente de agresión sexual, condenado en primera instancia y luego encarcelado en Australia, Pell fue finalmente absuelto en apelación en 2019.

En lo que respecta a la buena gobernanza de la Santa Sede, es innegable que se han registrado notables progresos en materia de transparencia, cumplimiento de las normas internacionales, etc. El organigrama de la Curia se ha simplificado, con la reunión de varios Consejos Pontificios en dos grandes Dicasterios (= ministerios), uno para el «desarrollo humano integral» y otro para «los laicos, la familia y la vida» (2016), confiados a hombres de confianza del papa. Estos cambios culminaron en 2022 con la promulgación de la constitución apostólica Praedicate Evangelium23 de espíritu decididamente misionero, otorga por primera vez la preeminencia al Dicasterio para la Evangelización, presidido por el papa mismo (fusionado con el de la Nueva Evangelización, una de las pocas innovaciones institucionales de Benedicto XVI), sobre el de la Doctrina de la Fe: como si el anuncio de la Buena Nueva, el kerigma, prevaleciera ahora sobre la defensa de la ortodoxia doctrinal. 24 A partir de ahora, todos los jerarcas de la Curia están obligados a presentar su dimisión al papa al cabo de cinco años de ejercicio de su cargo, pudiendo el pontífice optar por mantenerlos durante otros cinco años o destituirlos. Por primera vez, nombró a una religiosa, la italiana Simona Brambilla, al frente de un dicasterio, el de la vida consagrada, lo que no hace sino reflejar el abrumador predominio numérico de las congregaciones religiosas femeninas sobre las masculinas en la Iglesia.

El papa Francisco es saludado por jóvenes durante una audiencia para colegios pertenecientes al grupo «Cavalieri», que promueve la vida cristiana, en el Aula Pablo VI, en el Vaticano, el viernes 2 de junio de 2017. © L'Osservatore Romano/Pool photo Via AP

 

En el fondo, el papa escenificó de manera espectacular sus conflictos con la Curia, porque encontró en ellos el apoyo de un eficaz relato que le permitió preservar su dominio carismático y su aura mediática frente a una burocracia que siempre frenaría sus intuiciones y consignas. Esta «distribución de papeles» del «buen papa» contra los «malos consejeros» tenía la ventaja de salvaguardar el trabajo de fondo de la Curia y de sus hombres de la sombra. Sin embargo, ha habido verdaderos episodios de tensión entre el papa y la curia; el más resonante fue el discurso del 22 de diciembre de 2014, en el que, en lugar de los esperados deseos de Navidad, el papa Francisco enumeró las «15 enfermedades» que minan la curia (chismes, rigidez, funcionariado, pero también «Alzheimer espiritual» o «cara de funeral»…). Es cierto que se ha mostrado como un «jefe» extremadamente duro y exigente con sus propios empleados, sin dudar en reprenderlos en público.

En el fondo, el papa escenificó de manera espectacular sus conflictos con la Curia, porque encontró en ellos el apoyo de un eficaz relato que le permitió preservar su dominio carismático y su aura mediática frente a una burocracia que siempre frenaría sus intuiciones y consignas.

Jean-Benoît Poulle

Pero una de las claves de lectura del pontificado sigue siendo el marcado contraste entre el permanente llamado a la «sinodalidad», 25 es decir, la inscripción de la Iglesia en una gobernanza colectiva y compartida, que prolonga y profundiza la «colegialidad» deseada por el Vaticano II, y la realidad de la práctica del poder pontificio, más centralizada y autoritaria que nunca. Francisco gobierna con motu proprio (decretos ejecutivos personales), a menudo elude a su propio entorno con sus imprevisibles tomas de posición, y prefiere que los problemas sean tratados por comisiones ad hoc en lugar de por los servicios dedicados de la Santa Sede. Así sucedió con la crisis de gobernanza de la Orden de Malta en 2017: para resolver las divergencias de línea entre sus dirigentes, 26 Francisco, tras una breve entrevista, exigió y obtuvo la dimisión inmediata del gran maestre de esta orden militar y hospitalaria, teóricamente «soberana». Posteriormente, prescinde del cardenal protector de la orden, el muy conservador estadounidense Raymond Burke, con quien sus relaciones son notoriamente difíciles, y nombra a su propio delegado especial ante la orden de Malta, monseñor Angelo Becciu, sustituto de la Secretaría de Estado. Sin embargo, el mismo Becciu, que se ha convertido en cardenal y prefecto para la Causa de los Santos, pronto es acusado de dudosas inversiones inmobiliarias realizadas en nombre de la Santa Sede, en beneficio de sus allegados: el papa le retira entonces todas sus prerrogativas (2020), y en el Vaticano se celebra un juicio penal por malversación de fondos, aún en curso. Sin prejuzgar la culpabilidad en este asunto del prelado sardo, que además procede del séquito curial, nos encontramos ante un problema recurrente del pontificado: Francisco ha concedido demasiado pronto su confianza a hombres que no la merecían, incluso, a veces, en escándalos de abusos sexuales a menores: así, apoyó durante demasiado tiempo al obispo chileno Juan Barros, declarado culpable de encubrir actos pedocriminales cometidos por miembros de su clero, y reconoció en 2018 un grave error de juicio, lo que llevó a la dimisión colectiva del episcopado chileno. Recientemente, se han alzado voces para que el papa se distancie claramente de otro jesuita, el esloveno Marko Ivan Rupnik, un apreciado artista de mosaicos en el Vaticano, que ya había sido objeto de sanciones por los mismos motivos.

En este último ámbito, es innegable que Bergoglio, siguiendo la estela de Benedicto XVI, ha iniciado reformas que han supuesto grandes avances, con la formación de una Comisión Especial para la Protección de Menores, presidida por el cardenal estadounidense O’Malley. Sin embargo, estas medidas siempre parecieron ir con retraso en comparación con los escándalos cada vez más sonados que estallaban en un número creciente de países, y parecen haber chocado en el Vaticano con bloqueos inexplicables (el deseo del papa no está en tela de juicio aquí), que llevaron a la dimisión sucesiva de varios miembros de esta comisión, reconocidos expertos en el tema. En el caso francés, la audiencia en el Vaticano de Jean-Marc Sauvé, redactor del informe encargado por el episcopado sobre la violencia sexual contra menores, se aplazó sine die.

Un balance diplomático e interreligioso tibio

En cuanto a la acción diplomática propiamente dicha, el balance de Francisco es ambiguo: por un lado, tras un cierto eclipse bajo Benedicto XVI, el Vaticano ha vuelto con fuerza a la escena internacional, es una voz que vuelve a contar, especialmente por su red diplomática muy bien informada, sus ofertas de mediación y buenos oficios. Por otro lado, todas las iniciativas diplomáticas de Francisco no han tenido ni mucho menos éxito. Si bien a veces sabe anteponer la ética de la convicción a la de la responsabilidad (como en la denuncia del genocidio armenio o, más recientemente, de la persecución de los católicos por parte de la dictadura nicaragüense), la diplomacia vaticana se resiste a menudo a cortar todo contacto con los regímenes autoritarios, pareciendo a veces preferir un diálogo de sordos o un mercado de ilusiones a la ausencia de toda relación. Uno de los puntos más criticados es el acuerdo provisional que se alcanzó en 2018 con la República Popular China, a costa de la eliminación de la Iglesia clandestina que se resistía al régimen, y justo cuando este, dirigido por Xi Jinping, radicalizaba su represión religiosa en todos los frentes. Del mismo modo, en el momento del conflicto en Ucrania, la ausencia de una condena clara por parte de Francisco del conflicto bélico iniciado por el régimen de Putin conmocionó al bando occidental: el papa, que defiende aquí un pacifismo integral, no ha perdido toda esperanza de imponer su mediación a las partes beligerantes, por ahora sin éxito. Hasta cierto punto, las concepciones geopolíticas del papa Francisco parecen estar marcadas por un cierto tercermundismo al estilo sudamericano: gran desconfianza hacia Estados Unidos, país que el papa ha confesado conocer muy poco, apoyo a países «neutrales» o «no alineados» como Cuba, que desempeñó un papel notable en el encuentro inédito entre Francisco y el patriarca Kirill de Moscú, una crítica estruendosa de la «globalización neoliberal», así como del «colonialismo ideológico» del Norte hacia el Sur. 27 El papa Bergoglio tiene sin duda en mente las enormes diferencias de riqueza de su continente natal cuando estigmatiza la producción de armas o el dinero como el «estiércol del diablo»; de hecho, reconoció ante un periodista europeo que no había tenido suficientemente en cuenta en sus análisis el auge de las clases medias. En resumen, la actividad internacional de Francisco ha tenido un cierto aroma a Ostpolitik.

En lo que respecta al diálogo interreligioso, el papa Francisco continuó con los esfuerzos de sus predecesores y tuvo cierto éxito: mantuvo relaciones pacíficas con los principales representantes del islam sunita (el rector de la mezquita de Al Azhar, con quien publicó una declaración conjunta, conocida como la Declaración de Abu Dabi en 2018) 28 y chiíta (el ayatolá iraquí Ali Al Sistani, con quien se reunió en 2021), mantuvo la muy buena relación con el judaísmo, una constante desde Buenos Aires y, en lo que respecta al ecumenismo, mantuvo relaciones más que cordiales con los jerarcas protestantes y ortodoxos, como el patriarca Bartolomé de Constantinopla, también muy comprometido con la acción medioambiental. En este sentido, ha profundizado voluntariamente en una línea abierta desde el Concilio Vaticano II, en lugar de introducir innovaciones notables.

La actividad internacional de Francisco ha tenido un cierto aroma a Ostpolitik.

Jean-Benoît Poulle

¿Existe una doctrina Francisco? La atención a las periferias, teorías y prácticas

No es fácil trazar los contornos de una «doctrina Francisco», en primer lugar porque el papa Francisco no es un hombre de doctrina. Siempre ha preferido la acción y los gestos simbólicos a las largas exposiciones teóricas, un género en el que no se siente cómodo. Es muy significativo que haya publicado pocas encíclicas (solo tres, Laudato Si‘ y Fratelli Tutti, son de su mano, Lumen fidei (2013) es en gran medida obra de Benedicto XVI), documentos pontificios hechos para impartir una enseñanza doctrinal magistral, y muchas más exhortaciones apostólicas, con un tono mucho más pastoral y pragmático. 29 Si hay que destacar una constante en el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, sería la exhortación a la descentración, a salir de uno mismo para ir a los márgenes, márgenes sociales, geográficos, existenciales de los marginados; el término clave de «periferias» es para él, por así decirlo, un lugar teológico, y el papa no odia nada tanto como la «autorreferencialidad», que asimila a lo que para él es la peor de las pecados, la «mundanidad espiritual», una especie de narcisismo cristiano. Otra imagen clave, que ha evocado desde el comienzo de su pontificado, es la de la Iglesia como un «hospital de campaña» que acoge a todos los heridos de la vida con el remedio de la misericordia: en nombre de este último concepto, decretó un Jubileo extraordinario en 2015. En la figura del pastor atento a todas sus ovejas, de las que «conoce el olor», 30 el papa Francisco quiere inscribir sus pasos en los de un Cristo sanador de todas las dolencias, o de un buen samaritano al lado de la humanidad herida: un vicario de Cristo que «no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores» (Lucas 5, 32), sin duda el versículo evangélico más emblemático del pontificado.

La atención a las periferias se encuentra, de hecho, en múltiples niveles de su acción: primero en gestos personales fuertes, por ejemplo, cuando abraza a un hombre desfigurado durante una audiencia, lava los pies de enfermos de sida o de presos menores durante el Jueves Santo, besa los pies del presidente de Sudán del Sur para suplicarle que ponga fin al conflicto civil en su país (sorprendente inversión de una tradicional muestra de devoción hacia el soberano pontífice, la osculatio pedis). El descentramiento es programático en su persona y se refleja incluso en sus nombramientos cardenalicios. Abandona las diócesis de las metrópolis de las grandes naciones católicas, donde la obtención de la púrpura era casi automática: hecho casi inédito, las prestigiosas sedes de París, Lyon, 31 Milán, Venecia, Filadelfia o Toledo se encuentran sin cardenal al frente. Por el contrario, naciones con muy pocos católicas ven por primera vez a uno de sus ciudadanos acceder al Colegio Cardenalicio: Tonga, Lesoto, Birmania, Mongolia, Bangladesh, Malasia o Papúa Nueva Guinea tienen ahora su cardenal, reflejo de una geografía de la Iglesia en la que los países del Sur ganan cada vez más terreno sobre un Occidente en declive. De todos modos, Francisco crea cardenales teniendo en cuenta a la persona, y no el prestigio del cargo: el jesuita polaco Michael Czerny, simple sacerdote, pero subsecretario de la sección de migrantes y refugiados de la Santa Sede, un tema que tanto le importa al papa, es elevado al cardenalato, al igual que el nuncio en Siria, Mons. Mario Zenari, para llamar la atención sobre el conflicto civil que asola ese país. Los viajes del papa también reflejan su preocupación por las periferias de la Iglesia: ha viajado a Albania y Bosnia-Herzegovina, a Estonia y Letonia, a Suecia, Grecia, Sri Lanka y Bangladesh, países en los que los católicos son una minoría muy pequeña, o a naciones del Sur global, que superan con creces al Norte. Éxito innegable, por primera vez un papa pudo visitar Irak y pisar la Península Arábiga inaugurando una iglesia en los Emiratos Árabes Unidos. Si visitó Francia en tres ocasiones, fue primero para ver las instituciones europeas en Estrasburgo, luego para participar en los Encuentros sobre el Mediterráneo en Marsella y, por último, para presidir un encuentro sobre la piedad popular en Córcega (el protocolo simplificado en este último caso fue el mismo que para un viaje a Italia). Todo el mundo recuerda su negativa rotunda a asistir a la ceremonia de reapertura de Notre-Dame, que sorprendió a muchas cancillerías, tanto en la forma como en el fondo. Sorprendentemente, Bergoglio aún no ha regresado a Argentina, a pesar de haber sido ampliamente aclamado en sus otras visitas a países latinoamericanos. Se han aducido razones políticas para ello, que han quedado en evidencia desde la elección de Javier Milei como presidente, así como la importancia que tiene, en el pensamiento jesuita, la separación radical entre dos etapas de la vida, con la necesidad de no mirar atrás.

El descentramiento es programático en su persona.

Jean-Benoît Poulle

Para Francisco, la atención a las periferias también designa la solicitud pastoral para todos aquellos que se han alejado de la Iglesia. Desde este punto de vista, es cierto que su enseñanza sobre cuestiones de moral sexual y bioética presenta un claro cambio con respecto a las de Benedicto XVI y, sobre todo, de Juan Pablo II, mucho más centradas en estos temas. De manera muy significativa, el Instituto Juan Pablo II para la Familia ha sido rebautizado como «para las ciencias de la familia», como para marcar una distancia sociológica con un programa familiarista. Sin declarar haber cambiado en absoluto la doctrina católica de condena del aborto (Francisco incluso tendrá palabras bastante duras al respecto, comparando en varias ocasiones el aborto con el recurso a un asesino a sueldo) y de la homosexualidad, el papa adopta una actitud pastoral de acogida, escucha y comprensión, que a veces pasa por frases impactantes: es el caso del emblemático «¿Quién soy yo para juzgar?», pronunciado al comienzo de su pontificado cuando se le preguntó sobre el caso de una «persona gay, que busca sinceramente al Señor». Al parecer remitirse él mismo al subjetivo sentido individual, Francisco demuestra así la concepción particular que tiene del Magisterio del pontífice romano, aunque tradicionalmente descrito como el oficio del «juez supremo y doctor infalible» 32 en la Iglesia: rechaza tomar decisiones doctrinales con la autoridad de la cátedra petrina y prefiere iniciar procesos que darán sus frutos en su momento. Según un adagio algo críptico que le gusta, «el tiempo es superior al espacio», lo que parece querer decir que hay que saber renunciar a la ilusión de un control uniforme en todos los terrenos, en favor de la lenta maduración y el discernimiento, tan importantes en la tradición jesuita.

Así, en muchos puntos de tensión entre progresistas y conservadores en la Iglesia, el papa Bergoglio siempre pareció dar garantías a los primeros, sin ofrecerles nunca plena satisfacción, dando así la impresión de que retrocedía ante los segundos. Dejó que los partidarios del cambio se reivindicaran de él, pero no se comprometió plenamente con ellos, dando a veces un empujón y otras frenando. Así, en una reivindicación de larga data de los sectores avanzados de la Iglesia, el acceso a la comunión para los divorciados vueltos a casar, su forma de avanzar «como cangrejo», si se nos permite decirlo, es muy significativa: en 2014, convoca una sínodo de obispos sobre los desafíos pastorales de la familia. El informe provisional de este organismo, un documento de trabajo que recomienda flexibilizar la disciplina eclesiástica para los divorciados vueltos a casar y los hogares homosexuales, se enfrenta a un bombardeo de la oposición conservadora, por lo que el informe final es mucho más prudente. ¡Qué más da! Francisco lanza automáticamente una segunda sesión del sínodo para 2015, una especie de segunda ronda en la que el episcopado mundial parece más dividido que nunca, y en la que las propuestas más innovadoras no consiguen obtener la mayoría canónica de dos tercios. Pero las recomendaciones del sínodo de los obispos 33 solo pueden aplicarse si el papa decide retomarlas en su exhortación apostólica postsinodal: esto se hizo de manera extremadamente prudente en Amoris Laetitia («la alegría del amor») publicada en 2016, donde hay que esperar a la nota 52 del capítulo VIII para que se abra de manera sibillina la posibilidad, dejada a discreción del confesor, de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. En una carta privada a los obispos chilenos, publicada posteriormente en las Actas Apostólicas de la Santa Sede, Jorge Mario Bergoglio confirma que esta interpretación liberal es la correcta. Ha sido necesario avanzar con extrema prudencia para no dar la impresión de cuestionar la indisolubilidad del matrimonio, que es una cuestión doctrinal, y no solo disciplinaria.

 

Una partida de futbolito durante la audiencia general del papa Francisco en el Aula Pablo VI, 18 de agosto de 2021, Vaticano. © Grzegorz Galazka/SIPA

El mismo método se aplica unos años más tarde (2019) para una periferia geográfica, esta vez, la Amazonía. El papa convoca de nuevo un sínodo especial para responder a los desafíos de la evangelización de esta vasta zona transnacional, donde la atención a los grupos indígenas católicos muy aislados por el clero es estructuralmente deficiente. En esta situación tan específica de escasez, muchos sostienen que la solución residiría en la ordenación sacerdotal de hombres casados y con experiencia, de viri probati: la idea vuelve como un leitmotiv a lo largo del sínodo. Sin embargo, se observa que, al alegar la escasez de sacerdotes, que afecta igualmente al Viejo Continente, la cuestión va mucho más allá del marco amazónico, que podría servir de laboratorio para extender la experiencia. Pero, finalmente, la exhortación apostólica postsinodal (Querida Amazonia) cierra la puerta entreabierta: el papa se niega a levantar la disciplina del celibato eclesiástico para los sacerdotes de rito latino (una solución intermedia propuesta fue la creación de un «rito amazónico» católico específico), explicando en una entrevista que no se sintió autorizado a hacerlo. Esta vez se trata de un retroceso táctico con respecto al programa progresista.

Por último, el propio Francisco pudo verse superado por procesos que él mismo había aprobado o incluso iniciado. Esto es lo que ocurrió con el sínodo (o, más exactamente, con el «camino sinodal» alemán). Este fue decidido en 2021 por la Conferencia Episcopal Alemana bajo la presión de la base de fieles (reunidos en el Zdk, el comité central de laicos alemán), consternados por la magnitud de los abusos sexuales revelados en su país, y autorizada, y tal vez incluso alentada por el Vaticano en sus inicios. Sin embargo, ha experimentado una forma evolutiva que le ha llevado a dejar cada vez más espacio en los procesos de toma de decisiones a los laicos y a las mujeres, en igualdad de condiciones con los obispos, al mismo tiempo que sus reivindicaciones se radicalizaban: entre sus propuestas se encuentran no solo la bendición, o incluso el matrimonio de parejas homosexuales en la Iglesia, sino también la ordenación diaconal y presbiteral de mujeres, la selección y el control de los obispos por parte de comités de laicos; en resumen, una especie de «revolución cultural» que pretende poner fin a la perpetuación de los abusos sexuales y espirituales «sistémicos» supuestamente permitidos por la institución clerical. Ahora bien, aunque el propio papa Francisco ha denunciado a menudo el «clericalismo», está claro que no puede dar su consentimiento a esta hoja de ruta, que va mucho más allá de Alemania y afecta a la Iglesia universal. De ahí el temor a un nuevo cisma. Bergoglio, en este asunto, nunca ha dado un puñetazo sobre la mesa, y se ha salido con la suya con una pirueta a las preguntas de los periodistas: «¡La Iglesia protestante en Alemania ya es formidable, no hay necesidad de crear una segunda!».

Hay otro tema en el que el papa Francisco no está en sintonía con una parte importante de la opinión pública europea: la cuestión de la migración. Sin embargo, en su voluntad de acogida, el papa Francisco se sitúa plenamente en la continuidad de sus predecesores: 34 el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes se creó en 1988. Pero lo que constituye la verdadera novedad es la insistencia del papa en este tema: en sus repetidas estancias en campos de refugiados, en Lampedusa o Lesbos, en sus numerosos llamados a la acogida incondicional, o casi incondicional, 35 de las poblaciones migrantes (ya sean solicitantes de asilo o refugiados socioeconómicos) por parte de las sociedades desarrolladas, encontramos esta misma concepción de descentramiento hacia las periferias. La condición de migrante se eleva entonces al rango de «lugar» teológico, que vale como metáfora de la humanidad herida o de la Iglesia peregrina en la tierra. Si el compromiso constante y reiterado del Vaticano en esta cuestión ha sido aplaudido por las ONG especializadas, el papa Francisco sin duda ha subestimado hasta qué punto esta cuestión divide las opiniones de los países occidentales. Las divisiones sobre la cuestión migratoria se han reducido con demasiada frecuencia a un efecto de alboroto procedente de una extrema derecha residual, sin distinguir los movimientos de fondo que convergen, en Europa, hacia la idea de una preocupación civilizatoria, 36 se considere fundada o no. Paradójicamente, Francisco ha sido erigido en defensor de los valores cristianos y de la tradición europea de hospitalidad frente a los nuevos «populismos», representados sobre todo por los gobiernos húngaro y polaco, sin duda emblemáticos de un «cristianismo identitario», cuando él mismo ha estado fuertemente marcado por un «populismo» en el sentido original del término, el peronismo: como ha repetido muchas veces, para él, el pueblo no es una categoría sociológica, sino «mística». Y Bergoglio ha reivindicado a menudo un vínculo orgánico entre la base de los laicos y él, asimilando de alguna manera el «sentido común popular» al sensus fidei, mientras que la designación de «élites» es a menudo peyorativa en su boca. No obstante, es en torno a la cuestión migratoria donde se ha cristalizado la incomprensión entre muchos católicos y la figura papal.

La condición de migrante se eleva entonces al rango de «lugar» teológico, que vale como metáfora de la humanidad herida o de la Iglesia peregrina en la tierra.

Jean-Benoît Poulle

Las relaciones también son difíciles con los tradicionalistas. Una vez más, el papa Francisco demuestra que es un hombre de paradojas: con respecto a los lefebvrianos de la Fraternidad de San Pío X, conocida por su oposición al Concilio Vaticano II y sin un estatuto canónico regular, ha tenido varios gestos de benevolencia, reconociendo la licitud de las confesiones y bodas celebradas en su seno, e incluso alabando su eficacia pastoral. Al mismo tiempo (2019), suprime la comisión pontificia Ecclesia Dei, que reunía a los institutos tradicionalistas vinculados al seno romano. Pero el verdadero quiebre se produce en julio de 2021, con el motu proprio Traditionis Custodes, que vuelve a una concepción muy restrictiva de la misa tradicional (la «misa en latín») que Benedicto XVI había liberalizado en 2007: los libros litúrgicos de 1969 se definen como «la única forma del rito romano», y el uso del misal tradicional se concede ahora con mucha parsimonia (y su extensión, francamente obstaculizada), dejándolo a discreción de los propios obispos bajo la meticulosa supervisión de la Santa Sede. En una época de desinterés generalizado por la práctica religiosa, semejante fijación sorprende. Francisco parece temer sobre todo la «rigidez doctrinal» procedente de clérigos retrógrados y psicológicamente inmaduros, y por ello propensos al más obtuso clericalismo. También en este caso no ha medido el riesgo de represalias que estas acusaciones suponen para los fieles laicos tradicionalistas, cada vez más jóvenes, dinámicos y visibles.

Sin embargo, hay un ámbito en el que el compromiso del papa Francisco ha coincidido con las aspiraciones profundas de las élites, tanto católicas como secularizadas: la ecología, la preocupación por la «casa común».

El papa Francisco ha corrido el riesgo que su programa demasiado audaz de descentramiento implicaba: la incomprensión de los católicos de base.

Jean-Benoît Poulle

Ciertamente, no ha sido el primer papa en hablar de la preocupación por el medio ambiente, pero Bergoglio ha sido el primero en comprometerse con tanta perseverancia. La encíclica Laudato Si’ (2015), sin duda el documento de su pontificado que ha recibido la mayor audiencia, es emblemática de lo que se ha definido en términos bastante fuertes como la «conversión ecológica» de la Iglesia. No solo se reafirma claramente el origen antropogénico del cambio climático, sino que por primera vez se definen los daños al medio ambiente como un tipo específico de pecado y se definen las necesidades de las generaciones futuras mediante un texto magistral. Se señala con el dedo el cortoplacismo del «paradigma tecnocrático globalizado», y se propone como remedio un enfoque que vincule los factores económicos, sociales y medioambientales, una «ecología integral» en definitiva, al servicio del «desarrollo humano de la persona». Ese mismo año, durante la COP21 de París, la Santa Sede se posicionó claramente a favor de unos ambiciosos objetivos cuantificados de reducción de gases de efecto invernadero. Lejos de ser un fuego de paja, la encíclica encontró posteriormente un verdadero eco prolongado entre los católicos de numerosos países, y suscitó a su vez iniciativas multifacéticas de parroquias, movimientos juveniles y asociaciones laicas. Ya se puede afirmar que este perfil ecológico constituye una de las marcas más profundas y, sin duda, uno de los éxitos del pontificado.

Con la muerte del papa Francisco, se desvanece el perfil de un líder religioso difícil de definir, que se complació en desconcertar a interlocutores y comentaristas.

Elegido al trono de Pedro para llevar a cabo importantes reformas estructurales y de fondo, Jorge Mario Bergoglio no rehuyó esta tarea hercúlea, que llevó a cabo en parte, sin poder resolver la nube de nuevos problemas que se planteaban a la comunidad católica. Su compleja acción ha sido esquematizada y caricaturizada con demasiada frecuencia en el mundo de los medios de comunicación, pero también entre los católicos: los sectores progresistas han impuesto la figura demasiado pulida del «papa de los pobres», simple y popular, con el riesgo de olvidar el autoritarismo e incluso la extrema dureza que a menudo ha mostrado, tanto hacia los demás como hacia sí mismo. El papa de la apertura al mundo también ha estado profundamente marcado por el ascetismo voluntarista jesuita que hace de la sociedad un enemigo, y presta especial atención a la lucha espiritual contra el «Adversario» de la que Bergoglio ha hablado con frecuencia. En cuanto a los conservadores y tradicionalistas, con demasiada frecuencia se han visto atrapados entre el obediencia incondicional, casi ciega, a la figura papal y la crítica sistemática de su acción, lo que conduce a ambos a callejones sin salida.

En el fondo, el papa Francisco ha corrido el riesgo que su programa demasiado audaz de descentramiento implicaba: la incomprensión de los católicos de base. Como papa de la acogida del hijo pródigo de la parábola (Lucas, 15, 11-32), se ha enfrentado constantemente a las recriminaciones del hijo mayor: ¿no se ha pagado la amor por los márgenes y los marginados con desinterés, e incluso con lo que pudo percibirse como desdén hacia los fieles y los clérigos ordinarios, que son sin embargo el corazón de la Iglesia? Sin embargo, al final de la parábola, el padre tiene palabras de consuelo para su hijo mayor, y los dos hijos festejan juntos: un programa de unidad recuperada y concordia feliz, que aún no se ha actualizado por completo.

Notas al pie
  1. Los camaldulenses son semiermitaños que pertenecen a la familia benedictina.
  2. Él mismo dejó claro que quería que lo llamaran simplemente «Francisco», y no «Francisco I», como hicieron algunos medios de comunicación tras su elección, reforzando aún más el deseo de ruptura con el pasado.
  3. Albino Luciani, elegido papa en 1978, se limitó a añadir los dos nombres de sus predecesores inmediatos Juan XXIII (1962-1965) y Pablo VI (1965-1978), los papas del Concilio Vaticano II, para tomar el nuevo nombre de Juan Pablo I. Tras su efímero pontificado de 33 días, su sucesor Juan Pablo II optó por seguir sus pasos.
  4. Según un aforismo popular argentino, los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos.
  5. Tras convertirse en papa, hizo distribuir rosarios en envases similares a los de un medicamento con un nuevo nombre, «Misericordina».
  6. La causa de esta neumonía se cita a veces como tuberculosis tratada con neumotórax, y a veces como tabaquismo excesivo. Jorge Bergoglio se convirtió en un gran aficionado al mate, la bebida nacional argentina.
  7. No irá finalmente hasta 2019, como papa.
  8. https://www.catholic-hierarchy.org/diocese/dqsj0.html. En 2022, esta cifra se habrá reducido a 14 mil.
  9. En realidad, la decisión de pasar a la lengua vernácula se tomó ya en 1967, y se había puesto en práctica en muchas celebraciones antes de esa fecha. Sin embargo, en la mente colectiva, la reforma litúrgica de Pablo VI de 1969 sigue asociándose con el fin de la «Misa en latín».
  10. Jean-Robert Armogathe y Andrés Di Cio, «Théologie du peuple et pastorale populaire» Communio, 2021/6, nº 278, p. 8-11.
  11. Horacio Verbitsky, El silencio: de Paulo VI a Bergoglio: las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA, Sudamericana.
  12. Tras su acceso al pontificado, circuló una foto burdamente trucada en la que aparecía un sacerdote parecido a él dando la comunión a Videla.
  13. Bergoglio es un amante de la literatura francesa, y es a través de la literatura que se ha familiarizado de alguna manera con la cultura europea: además de su compatriota Borges y Dostoievski, es particularmente aficionado a Pascal y a Joseph Malègue, el autor de Augustin, ou le maître est là.
  14. No obstante, la presidirá durante dos mandatos de tres años, de 2005 a 2011.
  15. Se trata de las Congregaciones para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para el Clero, para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el Pontificio Consejo para la Familia y la Pontificia Comisión para América Latina.
  16. Según la reconstrucción propuesta por un «diario del cónclave» anónimo de un cardenal elector (tal vez Attilio Nicora), confiado por éste al cardenal Achille Silvestrini, no elector, y luego por éste a la revista italiana de geopolítica Limes.
  17. En el cónclave de 2013, 42 cardenales electores (de 115) habían participado en el cónclave de 2005, a los que hay que añadir 78 cardenales demasiado mayores para ser electores en la misma situación, pero cuya opinión, sin embargo, tuvo peso en las congregaciones generales preparatorias. En comparación, en el cónclave de 2005, sólo 2 cardenales electores (incluido Ratzinger) y 9 no electores habían estado en el cónclave anterior, que fue el de 1978.
  18. El propio Martini parece haber sido muy crítico con la posibilidad de elegir papa a Bergoglio en 2005, destacando su supuesta falta de talla intelectual.
  19. «Les évêques italiens ont remercié Dieu pour l’élection de… Scola», Reuters France, 14 de marzo de 2013.
  20. La fórmula utilizada en este momento crucial es «¡Alabado sea Jesucristo!».
  21. Desde la elección del dominico e inquisidor Michele Ghislieri como papa Pío V en 1565, con la elección de un exjesuita, algunos han especulado sobre un cambio a favor de la sotana negra…
  22. Además de Maradiaga, Parolin y Pell, entre los miembros iniciales figuran Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, Reinhard Marx, arzobispo de Munich, de ideas progresistas, Sean O’Malley, arzobispo de Boston, muy implicado en la lucha contra los abusos sexuales, Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo emérito de Santiago de Chile, Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, y luego su sucesor Fridolin Ambongo Besungu, y Giuseppe Bertello, presidente de la Comisión de Estado del Vaticano.
  23. Sustituye a la Pastor Bonus (1988), la anterior «constitución» de la Curia Romana, obra de Juan Pablo II.
  24. Además, Francisco se lleva muy mal con el cardenal Müller, el prefecto para la Doctrina de la Fe nombrado por Benedicto XVI, al que en muchos aspectos está muy unido: cuando expiró su mandato al frente de la CDF, Müller se encontró sin destino cardenalicio mucho antes de alcanzar la edad de emérito.
  25. Incluso está previsto celebrar un «sínodo sobre la sinodalidad» en 2023.
  26. La crisis se desencadenó por la distribución, encubierta por el número 2 de la Orden, de material anticonceptivo y abortivo en países en vías de desarrollo. Puso de manifiesto el conflicto latente entre dos visiones de la Orden de Malta, la de una organización humanitaria eficaz y la de una orden de caballería católica con normas muy restrictivas.
  27. Sin embargo, hay aquí una inflexión de «colonialismo», que en boca de los jerarcas católicos puede significar sobre todo la promoción de las identidades LGBT.
  28. Viaje apostólico del Papa Francisco a los Emiratos Árabes Unidos, Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común, 4 de febrero de 2019.
  29. Se trata de Evangelii gaudium (2013), sobre la evangelización y el rechazo del proselitismo; Amoris Laetitia, sobre el matrimonio y el amor conyugal; Gaudete et exsultate, sobre la «llamada a la santidad»; Christus Vivit, sobre los jóvenes; y Querida Amazonia, sobre la Amazonia (véase más abajo).
  30. Expresión tomada de uno de sus primeros discursos, la homilía de la Misa Crismal del 28 de marzo de 2013: https://www.vatican.va/content/francesco/fr/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130328_messa-crismale.html
  31. Un hecho muy significativo de la pérdida de influencia de Francia en la Santa Sede y en la Iglesia universal es que, durante un breve periodo, Francia no tuvo ningún cardenal en activo al frente de una diócesis.
  32. Según el bonito título del artículo de Bruno Neveu, «Juge suprême et docteur infaillible: le pontificat romain de la bulle In Eminenti (1643) à la bulle Auctorem fidei (1794)», Mélanges de l’École française de Rome, 1981, 93-1, p. 215-275.
  33. Este último no es más que un instrumento consultivo del gobierno de la Iglesia por el papa, recientemente instituido tras el Concilio Vaticano II, a diferencia de un concilio ecuménico, reunión de todos los obispos bajo la autoridad del papa, cuyas decisiones tienen un alcance inconmensurablemente mayor.
  34. Como reconocen incluso autores muy contrarios ellos mismos a la inmigración, como Laurent Dandrieu, Église et immigration, le grand malaise, Presses de la Renaissance, 2017. Por el contrario, véase Erwan Le Morhedec, Identitaire. Le mauvais génie du christianisme, París, éd. du Cerf, 2017 o P. Benoist de Sinety, Il faut que des voix s’élèvent. Accueil des migrants, un appel au courage, París, Flammarion, 2018.
  35. En algunos momentos, pareció cambiar de postura, reconociendo la posibilidad de que los Estados dicten normas vinculantes en materia de inmigración.
  36. Véase, entre una abundante bibliografía, Laurent Bouvet, L’insécurité culturelle, París, Fayard, 2015.

 

 

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