Hablando de un Estado palestino
«Propiciar hoy el reconocimiento de un Estado palestino, además de inútil, puede dar aliento a los más radicales y agudizar el conflicto»
El líder de Hamás, Ismail Haniya, rodeado del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del ministro de Exteriores, José Manuel Albares. | Ilustración: Alejandra Svriz
Confieso que me irrita abordar el problema palestino a propósito de las actividades del presidente del Gobierno español porque me he tomado el problema palestino muy en serio siempre y doy por hecho que el presidente del Gobierno español no, que lo usa ahora por diversas razones como algo que puede serle de alguna utilidad, como ha manejado antes otros asuntos y usará varios más en el futuro en esta constante escalada de demagogia y engaño que es la vida política de este señor.
Me salieron los dientes en el periodismo con el asunto palestino. Beirut fue uno de mis primeros destinos profesionales y Yasser Arafat, mi primer entrevistado de postín. Fui ciegamente propalestino en los primeros años de mi carrera y, después, cuando fui conociendo el tema con más profundidad, atemperé ese impulso y empecé a entender mejor la causa israelí. No sólo por las conversaciones que tuve ocasión de mantener o de los libros y artículos que tuve la suerte de leer, sino por una sencilla experiencia personal: en Israel se vivía mejor y con mucha más libertad que en cualquier país árabe.
Siempre hubo buenas razones para ser propalestino. Las más evidente es la situación de sometimiento y pobreza a la que está condenada la población que habita en los territorios ocupados por Israel y, aunque ese país ha hecho esfuerzos apreciables por incorporar a la población palestina que vive dentro de las fronteras de su Estado, es innegable que siguen siendo extranjeros en la tierra en la que nacieron.
«Fui ciegamente propalestino en los primeros años de mi carrera y, después, cuando fui conociendo el tema con más profundidad, atemperé ese impulso y empecé a entender mejor la causa israelí»
Merecen, pues, un Estado palestino. Esta es una realidad que entendí hace más de 40 años, que es menos del tiempo que han estado trabajando con ese objetivo las personas que de verdad creen en él. Para crear un Estado palestino era imprecindible, en primer lugar, garantizar la existencia de Israel, que había sido el blanco de sucesivas guerras de aniquilación por parte de todos los países árabes fronterizos desde el mismo momento de su nacimiento.
Una vez cumplido ese propósito, era necesario encontrar fuerzas moderadas y dialogantes en ambos bandos para crear un clima de paz y convivencia que pudiera dar paso a la existencia de dos Estados -uno judío y otro árabe- en lo que había sido el espacio compartido de la Palestina británica. Surgieron en esa labor dos figuras muy notables: Isaac Rabín, en el lado israelí, y Anuar el Sadat, en el lado árabe. Ambos fueron asesinados.
Hubo múltiples intentos de negociación. No hubo un sólo presidente norteamericano hasta Trump que no intentase sinceramente un arreglo entre israelíes y palestinos. Bill Clinton estuvo a punto de conseguirlo, pero a Arafat le tembló el pulso en el último momento al rubricar un acuerdo con sus enemigos históricos y el pacto que se acariciaba se fue al traste por unos detalles insignificantes vistos con perspectiva histórica.
Todos los radicales celebraron con champán ese fracaso. En primer lugar en el mundo árabe, que nunca creyó realmente en la existencia de un Estado palestino bajo los auspicios de Estados Unidos y como fruto de un acuero con Israel. Siempre han temido que un Estado surgido en ese contexto corría el riesgo de convertirse en un país democrático, y eso es una afrenta intolerable para toda esa cadena de dictaduras islámicas suníes o chiíes. Fuera de Sadat, no he conocido un sólo líder árabe que, al margen de la propaganda rutinaria, se involucrara en conversaciones serias para crear un Estado palestino.
«No he conocido un sólo líder árabe que, al margen de la propaganda rutinaria, se involucrara en conversaciones serias para crear un Estado palestino»
El fracaso de Clinton también abrió el espacio para los radicales en Israel y dio lugar a la larga era -con algunas interrupciones- de Benjamin Netanyahu, quien siempre había soñado con tener el conflicto en el punto en el que hoy lo tiene: una guerra de supervivencia en la que todo parece justificado ante el riesgo de un nuevo Holocausto. Netanyahu nunca creyó en la negociación ni creyó en los palestinos moderados. De hecho, cuanto mejor le iba a Hamás y peor le iba a Al Fatah (la fuerza mayoritaria en Cisjordania), mejor para Netanyahu.
Recuerdo todo esto porque proponer precisamente ahora el reconocimiento de un Estado palestino es de una superficialidad rayana en la irresponsabilidad. Daño no hace, dicen algunos. Es posible que no. Tampoco haría daño ilegalizar el cáncer y los efectos serían similares. No es sólo que sea imposible hoy establecer las fronteras y la población de ese Estado. No es sólo que para reconocer un Estado dentro de las fronteras que actualmente ocupa otro país sería conveniente hablar primero con ese país. Es que, además, hoy el reconocimiento de un Estado palestino no supone un premio al esfuerzo de los moderados que se jugaron la vida al acudir a las conversaciones de Oslo. El reconocimiento de un Estado palestino hoy es el premio a la última hazaña cometida por Hamás, la masacre de hombres, mujeres y niños de octubre de 2023. El reconocimiento de un Estado palestino es, desgraciadamente, oxígeno para los fanáticos, como acaba de demostrar el ataque de Irán contra Israel.
No se puede hoy ser propalestino sin ser al mismo tiempo proisarelí. La única manera de favorecer la creación de un Estado palestinos es la de trabajar para garantizar la seguridad de Israel hasta el punto de que los ciudadanos de ese país estén en condiciones de deshacerse de Netanyahu. La manera de favorecer la creación de un Estado palestino, lejos de agasajar a los tiranos árabes, es la de ponerles presión con el fin de potenciar también en los países países árabes fuerzas moderadas y tolerantes para los que el exterminio de los judíos no sea la única razón de su existencia.
En definitiva, crear un Estado palestino, siendo una medida tan justa, es algo mucho más complicado que anunciar el reconocimiento de una entidad que ni existe ni tiene perspectivas de existir. Antes de un Estado propio, los palestinos necesitan la paz, ayuda económica, perspectivas de futuro. En eso es en lo que hay que trabajar, discretamente, concienzudamente, con convicción en esa noble causa.
Los palestinos han sido siempre un mero eslogan en la boca de los líderes árabes que, en el fondo, los odiaban y los temían. Era, como se decía durante un tiempo, la madre de todas los eslóganes. Ahora se ha apoderado de él también el comandante en jefe del populismo pseudoizquierdista.