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¿Hablas chino?

Lo que tienen en común chinos y europeos es el deseo de afirmar la singularidad de sus grandes civilizaciones: la de Occidente, que ahora se ha refugiado en Europa, y la de China, que está en vías de renacimiento

Impulso a las relaciones UE-China a través de los think-tanks - Fundación  Consejo España China

 

Dado que Estados Unidos se ha vuelto claramente imprevisible en los próximos años, con el riesgo de un período prolongado de diplomacia absurda y peligrosa, una economía en declive y una negación de toda ciencia, en lugar de intentar apaciguar a Trump, que es lo que intentan los europeos, quizá deberíamos pensar una estrategia alternativa: una auténtica inversión de las alianzas. Si miramos un mapa del mundo, destacan tres polos de atracción: Estados Unidos, en proceso de descalificación, Europa, con su identidad aún vacilante, y China. Seamos claros desde el principio: Europa no es enemiga de China. Y China no tiene sentimientos hostiles hacia Europa. El único odio que está creciendo, y que está siendo alimentado artificialmente tanto por los dirigentes chinos como por los dirigentes de Estados Unidos, es entre China y Estados Unidos. Estas dos potencias han entrado en una absurda rivalidad por el primer puesto, como si fuera vital ocuparlo.

Las relaciones internacionales no son una carrera de bicicletas, sino un intento de organizar un orden estable, más bien pacífico, que permita a cada individuo, viva donde viva, llevar una vida próspera en busca de la felicidad personal. Sobre esa base, ¡olvidémonos de Trump! ¿Y qué tienen en común europeos y chinos? Lo que tienen en común es el deseo de afirmar la singularidad de sus grandes civilizaciones: la de Occidente, que ahora se ha refugiado en Europa, y la de China, que está en vías de renacimiento. Los intereses económicos de la Unión Europea y China también convergen: sus actividades son complementarias y no rivales. A diferencia de los dirigentes estadounidenses, que llevan mucho tiempo demonizando a China y a los chinos (toda inmigración china a Estados Unidos estuvo prohibida de 1882 a 1943), los europeos deberíamos intentar comprender lo que realmente quieren los dirigentes chinos. Y en este punto, suelen ser seguidos por su pueblo.

Los chinos aspiran a recuperar su dignidad, socavada por la colonización europea y japonesa en los siglos XIX y XX. No quieren seguir dependiendo de un supuesto orden mundial totalmente dictado por Estados Unidos desde 1945. Quieren que sus valores, como el confucianismo, sean reconocidos con un nivel de dignidad equivalente al de la civilización grecorromana y el judeocristianismo. Toda la historia de China atestigua este deseo de reconocimiento y no de conquista. China nunca ha sido una potencia colonial, con la excepción, claro está, de sus vecinos inmediatos, como los uigures y los tibetanos, a los que China considera que debe incorporar o vasallar. Es lamentable, pero esta voluntad colonial, a diferencia de la occidental, nunca se ha aventurado en otros continentes. Los europeos tienen poca tolerancia con la anexión china del Tíbet, y menos aún con Taiwán, que es una auténtica democracia y una civilización por derecho propio, no exclusivamente china. Preocupa la creación de bases navales chinas en todo el mundo, pero ¿no será para evitar el destino de Japón en los años 30, que se quedó sin suministros por un bloqueo estadounidense? Todo esto sería sin duda negociable en el marco de un acuerdo más general entre Europa y China, que pactara convergencias e intereses económicos, diplomáticos y militares comunes. Parece claro, por ejemplo, que un acercamiento entre Europa y China llevaría a esta última a abandonar su alianza con los países en declive de Irán y Rusia. Es concebible que la paz en Ucrania pueda lograrse a través de Pekín y no de Washington.

¿Es racional prever un acuerdo duradero entre las democracias occidentales y el despotismo chino? En principio, sólo las democracias se llevan bien con las democracias. Pero en realidad, el hecho de que Estados Unidos sea una democracia no lo convierte en un aliado fiable ni predecible. Podemos y debemos esperar que Estados Unidos evolucione y vuelva a su verdadera naturaleza una vez digerido el trumpismo. Pero, ¿cuándo? Y nada es menos cierto. Ya que apostamos por una evolución positiva en Estados Unidos, ¿por qué no apostar por la misma evolución positiva en el lado chino? Desde que el Partido Comunista Chino tomó el poder en Pekín en 1949, tendemos a olvidar que ha evolucionado considerablemente, alternando periodos de liberalización y fases de represión. De 1986 a 1989, por ejemplo, China era un país relativamente abierto donde se podía hablar de todo y donde los activistas de derechos humanos y sus abogados no acababan en la cárcel. Después de Tiananmen, el Partido Comunista Chino volvió a la represión. ¿Después de Xi Jinping? ¿Por qué no imaginar una nueva liberalización de China? Con, como ocurrió en 2005-2006, elecciones locales para empezar y una reapertura del debate público. Esto es sin duda lo que desea una gran parte de los chinos más instruidos, que conocen perfectamente las virtudes de la democracia occidental, aunque sólo sea por su acceso a las redes sociales europeas y estadounidenses. Es más, cada año cien mil estudiantes chinos van a universidades occidentales y vuelven mejor informados sobre las virtudes del liberalismo.

Un vuelco así de la diplomacia política, militar y económica de Europa demostraría a Trump y a los trumpistas que no somos esclavos de sus caprichos, que no tenemos intención de sufrir indefinidamente el reflujo de su ideología delirante. Por supuesto, no tengo el poder ni la influencia para cambiar el curso de la historia, pero al menos podemos introducir nuevas ideas que rompan con las posiciones totalmente fijas que nos están llevando a nuevos callejones sin salida día tras día. En definitiva, sabemos muy poco de China. Y no hablamos mucho con los chinos, lo cual es un gran error. Incluso entablar un diálogo con los dirigentes chinos, tanto nacionales como provinciales, despertaría a los propios chinos y les haría darse cuenta de que Estados Unidos y Europa no son lo mismo. No, los europeos nunca se involucrarán en una guerra que parece querer el complejo militar-industrial estadounidense, que necesita enemigos para prosperar. Los europeos, en virtud de su historia y su cultura, sienten mucha más curiosidad por los demás pueblos y por comprenderlos de lo que Estados Unidos ha sentido o sentirá jamás. El camino a Washington está en construcción y estará bloqueado durante varios años. Tomemos el camino de Pekín: el riesgo de tal desvío es menor y al menos merece la pena explorarlo.

 

 

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