No habrá transición en Cuba… ni siquiera al comunismo
La sociedad comunista resulta inviable porque los recursos del planeta no lo permiten y porque la ambición personal forma parte indisoluble de la naturaleza humana
La clásica definición de que el socialismo es una etapa de tránsito hacia el comunismo ha generado históricos debates teóricos y ha sido el parteaguas entre los movimientos políticos que se ubican a la izquierda en el espectro de las ideologías. También ha propiciado destellos de humor como la afirmación de que “lo peor que tiene el comunismo son los primeros 500 años del socialismo”.
Ese instante largamente anhelado en el que “los bienes materiales corren a chorros llenos” y la humanidad podría inscribir en sus banderas la regla de oro “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” ya no aparece como una meta explícita en la próxima Constitución de la República. La palabra comunismo ha sido borrada del proyecto.
Esta omisión, o mejor, esta tachadura, no constituye una sorpresa para quienes habían leído atentamente la Conceptualización del modelo aprobada en el séptimo congreso del PCC. En ese texto que se estuvo cocinando durante casi diez años no se menciona que el resultado final del modelo sea la llegada a la sociedad comunista, ni siquiera se plantea el propósito de “eliminar la explotación del hombre por el hombre”.
Fidel Castro eligió una herejía diferente al proclamar que era posible construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo
Solo en la memoria de quienes rozan o sobrepasan la tercera edad queda el recuerdo de aquellos tiempos en que el Fidel Castro eligió una herejía diferente al proclamar que era posible construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo. Era la década de los 60 y en el poblado de San Andrés en el municipio La Palma de Pinar del Río se pretendió el experimento de suprimir el dinero y ponerlo todo gratis para beneficio de sus 500 pobladores.
Era también la época en que Nikita Jruschov prometía en Moscú que “la presente generación soviética vivirá en el comunismo” y en las universidades cubanas y otros centros de pensamiento se vaticinaba el feliz momento en que la bandera roja del proletariado ondearía sobre el capitolio de Washington.
En la sesión del parlamento cubano donde se discutió este sábado la eliminación de esa palabra, el presidente de la Asamblea Nacional aseguró que su ausencia “no quiere decir que renunciemos a nuestras ideas, sino que en nuestra visión pensamos en un país socialista, soberano, independiente, próspero y sostenible”. Más adelante argumentó que la situación actual de la Isla y el contexto internacional son muy diferentes a las que había en 1976 cuando se escribió la primera Constitución del periodo revolucionario.
Si alguien hubiera tenido la audacia de sugerir la anulación del término comunismo en cualquiera de los congresos del partido presididos por Fidel Castro habría sido acusado al menos de revisionista y probablemente de traidor. Aún hoy debe suponerse que a muchos viejos militantes les cueste trabajo aceptar esta supresión y se estén preguntando a estas alturas cómo es posible que el camino socialista sea “irrevocable” pero el punto final del viaje, el destino obligado de esa ruta, quede sin mencionar.
Los escolares de la enseñanza primaria que cada día expresan la consigna “pioneros por el comunismo, seremos como el Che” deben empezar a buscar un nuevo lema en el próximo septiembre, so pena de llevarle la contraria a la Carta Magna.
La sociedad comunista resulta inviable por dos razones fundamentales. La primera porque los recursos del planeta no lo permiten, la segunda, porque la ambición personal forma parte indisoluble de la naturaleza humana.
Habría que felicitar a Raúl Castro por haber tenido el coraje político o al menos el pragmatismo de eludir el compromiso con una meta inalcanzable
Habría que felicitar a Raúl Castro por haber tenido el coraje político o al menos el pragmatismo de eludir el compromiso con una meta inalcanzable. Pero para ser coherente con semejante decisión tendría que eliminar también en el preámbulo que los cubanos estamos “guiados por las ideas político-sociales de Marx, Engels y Lenin” y finalmente cambiarle el nombre al partido que dirige. Para eso tendría el recurso de apelar al adjetivo “fidelista”, una doctrina fundamentada en el voluntarismo y con la necesaria ausencia de rigor científico que permite validar cualquier solución, cualquier cambio.
Frecuentemente lento en sus decisiones, Raúl Castro nunca se decidió a inscribir al sistema cubano bajo las imprecisas definiciones de “el socialismo del siglo XXI” y lo dejó todo colgando del posesivo plural “nuestro”. Ha desmontado la mayor parte de las quimeras impuestas por su hermano mientras juraba fidelidad a su legado. Ahora, cuando su retiro definitivo no parece demorar más de un lustro ha dejado claro que el destino final de este experimento tendrá que ser definido por otros.
Para muchos comunistas este cambio puede ser tan traumático como sería para un católico escuchar al papa confesar que no habrá una vida después de la muerte, que el mesías nunca regresará o que el paraíso celestial será borrado de las escrituras. Eso se pensaba hace dos mil años, ahora las cosas han cambiado.