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Hamilton ayudó a su rival a ser electo para impedir la elección de un «tirano rebelde». Si sólo…

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 John Adams, Gouverneur Morris, Alexander Hamilton y Thomas Jefferson. (Augusto Tholey / Cortesía de la Biblioteca del Congreso, División de Grabados y Fotografías)

Vine aquí durante las vacaciones para visitar a un viejo amigo que atraviesa tiempos difíciles.

En medio de la actual sensación cultural del musical de Lin-Manuel Miranda «Hamilton» en Broadway, el gran rival del protagonista, Thomas Jefferson, ha perdido momentáneamente su lugar de honor en la narrativa fundacional de nuestro país. Si Alexander Hamilton es el héroe, el sabio de Monticello, aunque no es el villano (que es Aaron Burr) es un obstáculo.

En verdad, Jefferson y Hamilton fueron indispensables, el yin y el yang de la democracia estadounidense: el amor de Jefferson por la libertad y el aprecio de Hamilton por el poder centralizado crearon el equilibrio que generó la superpotencia económica y militar del mundo. Y, en la defensa de su creación, tuvieron una causa común.

Su sistema estaba bajo amenaza en 1800, cuando una anomalía en el Colegio Electoral dejó en manos de la Cámara de Representantes, controlada por el partido Federalista,  la responsabilidad de entregar  la presidencia  a un candidato republicano, Thomas Jefferson o Aaron Burr. Miranda nos muestra a un Hamilton sacado a regañadientes de su retiro para respaldar a Jefferson, pero la correspondencia de Hamilton prueba que buscó con gran entusiasmo convencer a sus compañeros federalistas de que eligieran a Jefferson, a pesar de ser un hombre con quien tenía más diferencias ideológicas que con Burr.

Para el nuevo país, Hamilton argumentó, el peligro no estaba en las disputas ideológicas, sino en la posibilidad de que un hombre sin principios explotara las pasiones públicas. Afirmó incluso que Burr era un nuevo Catilina, el antiguo senador romano que intentó un levantamiento populista contra la República.

Las cartas de Hamilton, escritas hace 216 inviernos, y que he vuelto a leer esta semana, proporcionan mucha relevancia a este momento, cuando nuestro presidente número 45 asume el cargo.

Hamilton no fue precisamente un apologista de Jefferson, cuya política estaba «manchada de fanatismo», y que era «un hipócrita despreciable.» Pero, para Hamilton, como le escribiera al Federalista James Bayard de Delaware, Jefferson no era «lo suficiente fanático para hacer cualquier cosa en cumplimiento de sus principios que contravengan su popularidad, o sus intereses. Él está inclinado, como cualquier hombre que conozco, a contemporizar – para calcular lo que más probablemente promueva su propia reputación y ventaja -; y el resultado probable de un temperamento tal es la preservación de los sistemas aunque originalmente los critique, ya que una vez establecidos, no podrían ser revocados sin peligro para la persona que lo haga. . . . Añádase a esto que no hay ninguna razón para suponerlo susceptible de ser corrupto, que es una garantía de que no va a ir más allá de ciertos límites «.

Algunos federalistas pensaban que el no ideológico Burr sería más manejable. Sin embargo, Hamilton les respondió que un hombre sin teoría no puede ser «un sistemático o capaz estadista.» Burr es «más astuto que sensato . . . inferior en capacidad real a Jefferson, » insiste Hamilton. «Una gran ambición no controlada por principios. . . genera un tirano rebelde».

El ex secretario del Tesoro advirtió que el manejo de Burr de «las influenciables pasiones de la multitud» lo llevaría a «esforzarse por desorganizar a ambos partidos y formar un tercero, compuesto de hombres con ánimos dispuestos a ser conspiradores».

Hamilton contó que cuando a Burr se le dijo que algo no estaba permitido por el sistema americano, respondió que «Les Grands Ames se soucient peu de petit morceaux» – las grandes almas poco se preocupan por cosas pequeñas»-.  Para Hamilton ello significaba que «Burr consideraría visionario un esquema de usurpación.»

Hamilton emitió advertencias similares en el invierno de 1800 a 1801 a James Ross de Pennsylvania, John Rutledge Jr. de Carolina del Sur, Oliver Wolcott Jr. de Connecticut y Gouverneur Morris de Nueva York. Frenar  a Burr, Hamilton escribió a Morris, sería como «atar a un gigante con una tela de araña.»

Ciertamente, había una enemistad personal entre Hamilton y Burr, a quien llamó  un «voluptuoso» en bancarrota. Pero en la agresiva campaña de Hamilton a favor de Jefferson subyacía el temor de que la democracia estadounidense era demasiado frágil para sobrevivir a la ambición de Burr.

«Posee un temperamento para llevar a cabo las empresas más peligrosas, porque es lo suficientemente optimista para pensar que nada es imposible, y con una ambición que sólo se contentará  con el poder permanente en sus propias manos«, escribió a Bayard. «El mantenimiento de las instituciones existentes no le conviene, porque en ellas su poder será demasiado limitado y precario; sin embargo, las innovaciones que podría intentar no ofrecerán sustitutos a un sistema sólido y seguro, calculado para dar una prosperidad duradera, y para unir a la libertad con la fuerza. Será un sistema del momento, suficiente para que esté a su servicio, y sin mirar más allá de sí mismo».

«La verdad», escribió Hamilton, «es que bajo formas de gobierno como la nuestra, es demasiado posible que hombres sin escrúpulos hagan uso de las malas pasiones de la naturaleza humana.»

La opinión de Hamilton sobre Burr se convertiría luego en universal. Jefferson terminaría considerando a su ex compañero de fórmula como «uno de los seres más abominables de la historia».

La intervención de Hamilton le dio al país la triunfal presidencia de Jefferson, ahorrándole a la joven nación un hombre sin escrúpulos que explotaba la pasión pública con el objetivo de usurpar el poder.

¿Seremos tan afortunados en 2017?

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

Hamilton helped elect his rival to keep an ‘unruly Tyrant’ from the presidency. If only . . .

Dana Millbank

I came here during the holidays to visit an old friend who’s fallen on hard times.

Amid the cultural sensation of Lin-Manuel Miranda’s “Hamilton” on Broadway, the protagonist’s arch-rival, Thomas Jefferson, has momentarily lost his place of honor in the founding narrative. If Alexander Hamilton is the hero, the Sage of Monticello, though not the villain (that’s Aaron Burr) is an impediment.

In truth, Jefferson and Hamilton were indispensable, the yin and yang of American democracy: Jefferson’s love of liberty and Hamilton’s taste for centralized power created the balance that built the world’s economic and military superpower. And they had common cause in defending their creation.

Their system was under threat in 1800, when a quirk in the electoral college left the federalist-controlled House of Representatives to award the presidency to one of two republicans, Jefferson and Burr. Miranda portrayed Hamilton as reluctantly drawn out of retirement to endorse Jefferson, but Hamilton’s letters show he was zealous in persuading fellow federalists to choose Jefferson — a man with whom he had more ideological differences than with Burr.

The danger to the new country, Hamilton argued, wasn’t ideological disputes, but the possibility that an unprincipled man would exploit public passions. He called Burr a latter-day Catiline, the ancient Roman senator who attempted a populist uprising against the Republic.

Hamilton’s letters from 216 winters ago, which I re-read this week, provide much relevance to this moment, as our 45th president assumes office.

Hamilton was no apologist for Jefferson, whose politics were “tinctured with fanaticism,” and who was “a contemptible hypocrite.” But, Hamilton wrote to Federalist James Bayard of Delaware, Jefferson is not “zealot enough to do anything in pursuance of his principles which will contravene his popularity, or his interest. He is as likely as any man I know to temporize — to calculate what will be likely to promote his own reputation and advantage; and the probable result of such a temper is the preservation of systems, though originally opposed, which being once established, could not be overturned without danger to the person who did it. . . . Add to this that there is no fair reason to suppose him capable of being corrupted, which is a security that he will not go beyond certain limits.”

Some Federalists thought the non-ideological Burr would be more malleable. But, Hamilton countered, a man without theory cannot be “a systematic or able statesman.” Burr is “more cunning than wise . . . inferior in real ability to Jefferson,” Hamilton wrote. “Great Ambition unchecked by principle . . . is an unruly Tyrant.”

The former Treasury secretary warned that Burr’s trafficking in “the floating passions of the multitude” would lead him to “endeavour to disorganize both parties & to form out of them a third composed of men fitted by their characters to be conspirators.”

Hamilton recounted that when Burr was told something wasn’t permissible under the American system, Burr replied “les grands ames se soucient peu des petits morceaux” — great souls care little about small things. This led Hamilton to conclude that “Burr would consider a scheme of usurpation as visionary.”

Hamilton issued similar warnings in the winter of 1800-1801 to James Ross of Pennsylvania, John Rutledge Jr. of South Carolina, Oliver Wolcott Jr. of Connecticut and Gouverneur Morris of New York. To restrain Burr, Hamilton wrote Morris, would be “to bind a Giant by a cobweb.”

Certainly there was personal enmity between Hamilton and the bankrupt “voluptuary” he called Burr. But underlying Hamilton’s aggressive campaign for Jefferson was a fear that America’s democracy was too fragile to survive Burr’s ambition.

“He is of a temper to undertake the most hazardous enterprises because he is sanguine enough to think nothing impracticable, and of an ambition which will be content with nothing less than permanent power in his own hands,” he wrote Bayard. “The maintenance of the existing institutions will not suit him, because under them his power will be too narrow & too precarious; yet the innovations he may attempt will not offer the substitute of a system durable & safe, calculated to give lasting prosperity, & to unite liberty with strength. It will be the system of the day, sufficient to serve his own turn, & not looking beyond himself.”

“The truth,” Hamilton wrote, “is that under forms of Government like ours, too much is practicable to men who will without scruple avail themselves of the bad passions of human nature.”

Hamilton’s view of Burr would later become universal. Jefferson would come to see his former running mate as “one of the most flagitious [villainous] of which history will ever furnish an example.”

Hamilton’s intervention gave the country the triumphant presidency of Jefferson, sparing the young nation an unscrupulous man exploiting public passion to usurp power.

Will we be as lucky in 2017?

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