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Hamlet, un ‘breadcrumbing’ que acabó en tragedia

                                Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’. Segundo artículo

Foto: Ofelia. John Everest Millais

 

“En cuanto a Hamlet, y a ese devaneo de sus favores, considéralo una moda, solo un capricho de su lozanía…”

Laertes a Ofelia, Acto I. Escena III.

 

El otro día estaba en un bar con una amiga, departiendo de lo divino y lo humano, pues por suerte todavía tengo gente con quien hablar durante un largo tiempo, sin tener la barrera digital del móvil. Sin embargo, en un momento de la conversación, el móvil de mi amiga comenzó a vibrar desesperado, una y otra vez, y a mi acompañante se le iluminó la cara; sin mediar palabra, ni pedir disculpas por abandonar nuestra animada conversación, cogió el móvil cual zombi, y comenzó a escribir y contestar esos mensajes con un ritmo frenético. Mientras, yo miraba a mi alrededor y coqueteaba también con mis redes sociales, por no parecer tonta en un mundo en el que mirar al frente y ver al que pasa está ya casi mal visto. Después de, aproximadamente, 20 minutos levantó un poco más tranquila la cabeza del aparato y como si no hubiese pasado nada dice: bueno, de qué estábamos hablando? Pero como comprenderán, después de 20 minutos mirando a otro lado, viendo pasar el mundo, hojeando algunas páginas de ropa, artículos de actualidad, estaba completamente olvidada de cualquier discurso que antes hubiésemos llevado. Entonces yo le comenté, porque era la segunda vez que esta escena se repetía: bueno, creo que debes contarme qué te traes entre manos. Entonces ella, con una expresión entre la timidez y la excitación, me dijo: creo que me estoy enamorando, pero no quiero decir nada porque, bueno, tú sabes, es un hombre muy ocupado, me ha escrito hoy, ya hacía dos días que no sabía de él, pero dice que tiene muchas ganas de verme. En cuanto mi amiga dijo está muy ocupado, pero tiene muchas ganas de verme, saltaron todas mis alarmas, porque ya en sí misma esa frase tiene una contradicción. Es como un sí pero no, ya que cuando hay interés esas muchas ganas se hacen realidad.

Pasaron los días y, tras esa conversación, volví a ver a mi amiga un par de veces, las dos últimas desesperada. Me dijo que había visto a ese chico, pero que él prefería ser el que establecería el contacto, porque estaba liadísimo, tal y cual. Por desgracia, mi amiga parecía no darse cuenta de que estaba viviendo lo hoy se llama un breadcrumbing, o una de cal y otra de arena, como podíamos llamarle, de toda la vida. Este concepto, en inglés, significa “dar migajas” es decir, dar pistas de interés sin consolidar nada realmente; es una práctica un tanto narcisista que pueden llevar a cabo tanto hombres como mujeres, pues nadie suele estar libre de ella. Pero un concepto que nos parece hoy tan moderno, resulta que no lo es. Casualmente, en medio de esa historia fallida de mi amiga, yo releía una de mis tragedias favoritas de Shakespeare, Hamlet, y qué casualidad que el propio Hamlet parecía, en sus relaciones con Ofelia, el hermano mayor de ese chico con el que estaba quedando mi amiga. Digo hermano mayor, porque a Hamlet se le fue la mano con el breadcrumbing a Ofelia tanto que ella acabó suicidándose. Y supe que mi amiga, y otras, podían ser perfectamente Ofelias que, en su ingenuidad, creyeron poder convertirse en algo más para algunos Hamlets indecisos que, sin duda, viven por el mundo. Y es que si algo nos muestra esta tragedia es la duda constante del personaje principal, y cómo esa duda va minando la vida de algunos de los protagonistas de esta tragedia.

He iniciado este artículo con la advertencia que Laertes hace ya a su hermana Ofelia en el acto I, escena III, y en la que viene a dejarle claro que ella para Hamlet es solo un capricho, y no permanente. Ellla ingenua pregunta: ¿Eso y no más? Y su hermano, convencido, contesta: No pienses que es más que eso… y continúa un largo monólogo donde justifica el porqué no se fía de Hamlet; un monólogo muy parecido al que yo le solté a mi amiga, y al que hizo oídos sordos, al igual que la protagonista de Shakespeare.

A lo largo de la tragedia, Hamlet despliega su estrategia de dar migajas a Ofelia. En el acto II Escena I Ofelia asustada, se dirige a su padre porque Hamlet ha venido a verla como sonámbulo, y Polonio pregunta sobre él y sobre su actitud hacia ella. Ofelia le dice que lo ha rechazado. Pero Hamlet sigue en su conquista y, en el acto III escena II, le dice directamente a Ofelia, sin cortarse: Señora ¿Puedo echarme en vuestro regazo? y aunque ella en principio le dice que no, ya está totalmente derretida por él.

Ofelia, entregada como mi amiga a los cantos de sirena del príncipe Hamlet, incluso cree que es en un momento dado el objeto de locura de Hamlet; la propia reina y madre de Hamlet así se lo hace saber en el Acto III, escena I pero, tras el largo y famoso monólogo de Hamlet que comienza con esa perorata existencial del: Ser o no ser, de eso se trata. Se inicia un diálogo entre Hamlet y Ofelia, y éste se muestra dudoso acerca de sus sentimientos por ella, y le dice cosas realmente duras como: ¿Eres honesta? ¿Eres hermosa? Y la pobre Ofelia, confusa ya, pregunta: ¿Qué quiere decir vuestra señoría? Y aquí Hamlet ya concluye: Que si eres honesta y hermosa, tu honestidad no debería aceptar ningún trato con tu hermosura… y se enzarzan en un diálogo que acaba con la perlita más grande que se puede soltar: Métete a un convento ¿Por qué querrías ser procreadora de pecadores?, e incluso insiste en eso del convento dos veces. Ofelia, a pesar de las duras palabras de Hamlet, hasta reza porque sus palabras no sean ciertas, pero él sigue diciendo: … “cásate con un tonto, pues los hombres inteligentes saben muy bien qué monstruos hacéis de ellos. A un convento, vamos, y aprisa además. Adiós”. Como comprenderán los lectores, estas palabras de Hamlet no quedan en saco roto: primero que si puedo ponerme en su regazo, luego voy a verte arrobado, casi sonámbulo… ¡Pobre Ofelia! Este señor le hizo un breadcrumbing en toda regla. Ella ya no puede aguantar más y, dolorida por todo lo ocurrido, enloquece y el rey y la reina intentan evitar esa locura, inducida por el amor poco claro del príncipe, y tras la muerte de su padre Polonio.

Finalmente Ofelia se suicida entre tanta confusión y dolor y, ya tarde, después de ese breadcrumbing sostenido en toda esta tragedia, todavía Hamlet nos tiene guardado la última puntilla de la obra, en el Acto V, escena I, mientras se produce el entierro de Ofelia, con todos los personajes apenados. Hamlet, incrédulo, comienza a valorar a Ofelia y tiene hasta el atrevimiento de decir en un momento dado: Yo amé a Ofelia. Cuarenta mil hermanos (con su cantidad de amor) no podrán igualar mi suma ¿Qué harías tú por ella?

Laertes, su hermano se pone violento, porque desde luego para él Hamlet nunca lo ha engañado con sus actitudes zalameras hacia su hermana, tal y como ese chico, con el que estaba quedando mi amiga, tampoco me engañaba a mí con sus actitudes. Por suerte, mi amiga consiguió cortar con ese Hamlet con el que quedaba y, hoy día, parece que ya tiene claro lo que es que te den migajas sin tener previsto darte algo más.

En la actualidad todo es menos trágico, pero no menos dañino. Tras releer Hamlet, se lo recomendé a mi amiga y, asombrada, comprobó que los clásicos pueden hacer que nos sintamos identificados con actitudes y emociones habituales del ser humano, porque siempre nos hablan de cosas inevitables de las que nunca podremos escapar: la vida, la muerte y el amor.

 

 

 

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