
Dice Belarra que «la democracia la trajo la gente peleando en las calles, y los antifascistas, que se dejaron la vida por los derechos que hoy disfrutamos». Bien, también hay gente que cree que Elvis sigue vivo. Yo animo a Belarra a que estudie el franquismo porque es un periodo histórico complejo y apasionante. Lamentablemente yo pertenezco a esa generación a la que no se lo enseñaron en clase. El curso siempre llegaba a su fin precisamente ahí y no daba tiempo para llegar a ese tema, que se resolvía con un trabajo voluntario o un sutil «estudiadlo por vuestra cuenta». Todo estaba reciente –nací en el 78–, así que supongo que nadie quería meterse en temas para los que muchas familias aún no estaban preparadas.
Así que he tenido que estudiarlo por mi cuenta. Y he decir que es un tema interesantísimo. Tanto el franquismo como la figura de Franco son muy complejos y merecen un acercamiento riguroso. Pero la gente como Belarra no quiere aprender lo que sucedió; prefieren ventilarse cuarenta años de historia con la profundidad frívola de un tuit falso. Igual que los nostálgicos neofranquistas, claro, que saben todavía menos de Franco que Belarra y que lo resuelven todo en la misma dirección, pero en sentido opuesto. Ya me contarán el respeto por los hechos que hay que tener para asegurar que en España la democracia la trajeron los antifascistas en la calle. Tampoco es cierto que «los derechos que hoy disfrutamos», por usar sus términos, fueran «una conquista socialista», como aseguró Sánchez. Esos derechos los trajo la Constitución, que es obra de conservadores, democristianos, liberales, comunistas, socialistas, falangistas, ateos, católicos, centristas, monárquicos y republicanos. Entre ellos, de la mayor parte del Movimiento. ¿O vamos a quitar mérito ahora a Suárez y a Fraga? La democracia, igual que la Constitución, es una obra de la élite –lo contrario del populismo–, un pacto de reconciliación que surge de arriba abajo y que, solo como consecuencia de ello, caló en las capas populares, aunque la presión social condicionara indefectiblemente el proceso para que todos cedieran más de lo previsto. De su carácter elitista deriva su éxito, del mismo modo que la situación actual de España deriva del hecho de que las élites hayan desertado y prefieran atender Instagram antes que su responsabilidad histórica.
La democracia española surge del deseo de reforma de la parte aperturista de un régimen crepuscular, bajo el liderazgo de Juan Carlos I, Suárez y Fernández-Miranda y con el apoyo de todo un país. Esto puede no gustar, pero es la verdad y hay que conocerla. Esta semana volveremos a hablar de Franco, aunque a parte de la derecha le incomode. No a mí, que creo que es necesario hacerlo, no solo para no volver jamás a ello sino para no dejar a la izquierda el monopolio de la verdad y la decencia. Pero, sobre todo, para que unos y otros aprendan la verdad que la educación les ha negado: si la paz llegó no fue gracias a los cafres, sino a pesar de ellos.
