Héctor Abad F.: Libertad, Igualdad, Fraternidad
El sanguinario y cobarde atentado de Niza va en contra de las ideas que estaban celebrando los franceses ese mismo día, el 14 de julio, fecha de la Fiesta Nacional. Precisamente por ser un atentado en contra de los derechos del hombre y del ciudadano, un acto de terror contra la libertad, la igualdad y la fraternidad, lo último que puede hacer Francia, y todo aquel que defienda los valores liberales de Occidente, es renunciar a los ideales de la Ilustración por culpa de unos cuantos miles de extremistas y terroristas que odian esas ideas. Está pasado de moda defender las ideas del viejo iluminismo, pero es por la incapacidad de dar una respuesta decidida y serena al terror, que los populistas se están apropiando de la respuesta al terrorismo, como si ellos de verdad tuvieran la fórmula exacta de lo que hay que hacer.
Los extremistas religiosos, los fanáticos de ideologías que se oponen a la libertad de vivir según nuestros deseos, nuestro pensamiento y nuestra conciencia, asumen rostros distintos: se visten de homofobia, odian a los gays y los masacran en una discoteca (Orlando); detestan a quienes defienden la libertad de la crítica, la caricatura y la risa (Charlie Hebdo); abominan la ciudad símbolo de la Unión Europea (Bruselas); pretenden masacrar a quienes celebran las conquistas de la Revolución y de la unión de los franceses (Niza).
Pues bien, el peor error sería renunciar a los ideales que los terroristas odian y que los terroristas atacan. La peor renuncia sería parecerse a ellos, con el pretexto de combatirlos. Cuando un político como Donald Trump usa estos atentados para su demente propaganda populista, y al mismo tiempo escoge a un homófobo como su fórmula a la presidencia, vemos exactamente cuál sería el peor error que se comete ante la amenaza terrorista: querer parecerse a los terroristas. Proponer reacciones emotivas, iracundas, antiliberales, significa renunciar a los valores que los terroristas detestan. Portarse como ellos es prohibir ideas, hacer leyes en contra de la libertad sexual, generalizar sobre los musulmanes o los mexicanos, satanizar a los inmigrantes, limitar el movimiento de los ciudadanos, controlar la entrada de determinados grupos étnicos o religiosos. En resumen: parecerse a los fanáticos que cometen estos atentados.
Las víctimas de Bruselas, París, Orlando, Niza, son mártires de la defensa de la libertad de vivir según la propia conciencia. Ejercían el periodismo libre, gozaban la dicha de vivir una sexualidad libre, celebraban la fiesta de la libertad: son estas libertades y estos valores los que quieren atacar y matar los fanáticos del camión y los fusiles de guerra. Contra el terrorismo no hay medidas militares suficientes que aseguren que no habrá atentados. Un fanático dispuesto a inmolarse siempre podrá hacer daño a unas decenas o a unos cientos de ciudadanos libres.
Pero no se puede renunciar, por esos terroristas, a los viejos ideales. Entramos en una época en que los fanáticos y terroristas podrán siempre hacer daño. Un daño tremendo, sí, que no debería doblegar a nadie. Hay que tener el valor de no renunciar a la justicia y a la razón, pese a la tristeza, a causa del miedo.
Nada alegra más a los Le Pen y Trump de este mundo que atentados así. Ante el desconcierto de los demás, ellos dicen conocer las fórmulas exactas para combatir el terror. Pero no. Sus recetas son lo contrario de los derechos humanos que Francia promulgó antes que nadie. Esos derechos humanos no son para defender solamente a los hombres francesas o a las mujeres americanas. Se refieren a todos los hombres y mujeres, incluyendo a los musulmanes, sin importar su raza, su nacionalidad o sus creencias. Cuando los populistas de izquierda o derecha proponen renunciar a estos derechos universales y tener carta blanca para combatir el terrorismo, lo que consiguen es, precisamente, parecerse a ellos, y hacer que el mundo entero acabe actuando del mismo modo que el terrorismo.