Héctor Abad Faciolince: El viejo decrépito contra el hombre cohete
Me alegré el otro día cuando Kim Jong-un, el tirano de Corea del Norte, llamó dotard a Donald Trump, según la traducción oficial al inglés de su discurso en lengua coreana. Cuenta el New York Times que la palabra usada por Kim en su lengua nativa fue “neukdari”, la cual, según el mismo diario, es de uso corriente en Corea para designar a un viejo chuchumeco, chocho o decrépito.
Lo curioso es que la versión oficial use un término docto y clásico en inglés para traducir una palabra vulgar y corriente en coreano. Pero digo que me alegré pues en un principio, decepcionado de mi mal inglés, corrí a buscar en el diccionario el significado en español de dotard (“un viejo que chochea”) y luego supe que también millones de gringos habían tenido que buscar la misma palabra para averiguar su significado. El antiguo vocablo, usado varias veces por Shakespeare, pero que en los últimos 37 años solo ha aparecido 10 veces en el New York Times, estaba a punto de morir, por falta de uso. Pero hoy, gracias a alguna anónima traductora de los discursos del dictador coreano, es un epíteto renacido, un insulto rejuvenecido, y será probablemente la palabra del año en inglés. Y no digamos -pero también- la mejor definición de Donald Trump, el lengüilargo presidente de Estados Unidos, que dice tantas bobadas a la semana, que de verdad parece haber llegado a una especie de climaterio mental.
Los romanos dividían las edades de la vida en algo que llamaban “climaterios”. Hoy en día la palabra se usa en general solamente para designar el periodo de la vida en que hombres y mujeres dejamos de reproducirnos, pero según la medicina romana cada siete años las personas sufrían una crisis, o climaterio. El primer climaterio (a los siete años) indicaba que un niño había superado los años más peligrosos para la mortalidad infantil de la época y también que empezaba el uso de razón; el segundo climaterio marcaba la adolescencia y el principio de la fertilidad en la mujer y la fecundidad en el varón; el tercer climaterio (21 años) el final de la maduración y la mayoría de edad. Y así sucesivamente.
Trump, a los 71 años, está empezando su décimo climaterio, que marca el comienzo de la senectud. Por mucho que se tiña de rubio su copete, y por mucho que la corbata le cubra incluso las gónadas, el hombre no es un ejemplo de esa venerable sabiduría que, supuestamente, se alcanza con la vejez. Su intento desesperado por ser juvenil, en plena andropausia, más bien lo vuelve pueril, impulsivo y tan poco confiable como un adolescente. Kim Jong-un, a los 33 años, la edad de Cristo, está llegando apenas al quinto climaterio de los romanos, pero él también, en vez de parecer un hombre joven en la plenitud de sus atributos físicos y mentales, manifiesta en su corte de pelo unas ridículas ansias de juventud y un angustioso miedo a envejecer: al raparse los huesos temporales (los que señalan el paso del tiempo), intenta él también devolver inútilmente el calendario. Su reblandecimiento es, pues, muy prematuro, y le llegó incluso mucho antes que a Donald Trump.
Uno estaba acostumbrado a que algunos líderes inmaduros y temperamentales, en general de países sin peso en el contexto internacional, usaran el púlpito de la ONU para decir exabruptos y llamar la atención con frases altisonantes, apodos y groserías. Trump rebaja la dignidad de una gran potencia, Estados Unidos, país fundador y benefactor de las Naciones Unidas, al nivel de una republiqueta bananera o de un líder populista del tercer mundo. En el templo de la paz, amenaza con aniquilar a todo un país (ni siquiera a su régimen). Es por eso que su colega le contesta con ladridos parecidos y hasta se permite llamarlo “un perro asustado”. A lo que Trump le responde por Twitter con un “loco”. Nunca en mi vida, que ya va por el octavo climaterio, me había tocado un mundo en peores manos. Si no fuera por la hábil señora Merkel y el culto Macron, el pesimismo sería total.