Héctor Abad Faciolince: La solución venezolana
Luis Almagro, quien fuera por cinco años ministro de Relaciones Exteriores durante la Presidencia de José Mujica, ha sido siempre un amigo de la justicia y un defensor de los derechos humanos. Fue él quien recibió en Uruguay refugiados sirios y detenidos sin juicio de la sórdida cárcel de Guantánamo. A sus denuncias precisas como secretario general de la OEA se debe que hoy el mundo conozca mejor no solo la incompetencia, sino también las arbitrariedades y los horrores de la tiranía chavista en Venezuela. En su posición frente a Maduro ha dado muestras de valor e independencia.
Creo, sin embargo, que se equivoca al decir que “de una dictadura se sale por elecciones”. Por desgracia no suele ser así. Según la clásica definición de Karl Popper lo típico de la democracia es que en esta los gobernantes se cambian pacíficamente mediante elecciones. Lo que caracteriza la tiranía, en cambio —y este es el caso de Venezuela—, es que las elecciones se cancelan o se postergan indefinidamente, o bien, cuando estas se dan y no le son favorables, se desconocen o se anulan sus efectos. Quitarle las atribuciones al Congreso (Asamblea), como acaba de hacer el Supremo venezolano, controlado por el ejecutivo, es exactamente eso. Y si un gobierno tiránico no se deja cambiar a través del voto, entonces corresponde a los ciudadanos derrocarlo por otros medios.
Llevo más de diez años escribiendo sobre lo pernicioso que ha sido para Venezuela el régimen chavista. Los abusos y la corrupción de esa tiranía arbitraria, ladrona e inepta están más que documentados. Pero por desgracia en Venezuela la oposición también ha sido torpe, mezquina, pusilánime y, en muchos casos, lamento decirlo con esta dura palabra, cobarde. La tal “sensatez” de sentarse a negociar con un régimen que no negocia nada, ha producido una inercia del poder bolivariano que sigue hundiendo a todo un país en la miseria, en la delincuencia y en el hambre. Y los líderes de la oposición, cuando no se están peleando entre ellos por rencillas de comadres, se pasean por el mundo mendigando declaraciones en contra de Maduro.
Es difícil tener que admitirlo, pero a una tiranía así solamente la derroca la calle, el cacerolazo, la protesta pacífica, pero permanente e implacable, que no abandona la plaza hasta la caída del gobierno tiránico. Nunca hay que matar, pero hay situaciones en las que no hay más alternativa que sacrificarse, es decir, dejarse matar, con tal de no seguir soportando una situación totalmente indigna. En este momento el llamado al diálogo y a la calma son disfraces de la cobardía y más bien un llamado a resignarse al oprobio y a tolerar lo intolerable.
Ha llegado la hora de hablarle a la oposición venezolana con las palabras de Laurencia (que bien podría llamarse Elyangélica) en Fuenteovejuna: “¿Vosotros sois hombres nobles? / ¿Vosotros, que no se os rompen / las entrañas de dolor, / de verme en tantos dolores? / Ovejas sois, bien lo dice, / de Fuenteovejuna el nombre… / Liebres cobardes nacisteis; / bárbaros sois, no españoles. / Gallinas, ¡vuestras mujeres / sufrís que otros hombres gocen! /… ¡Y que os han de tirar piedras, / hilanderas, maricones, / amujerados, cobardes, / y que mañana os adornen / nuestras tocas y basquiñas, / solimanes y colores!”.
Sí, la oposición venezolana (ya del régimen me cansé de enumerar sus oprobios) ha sido floja y pasiva incluso para rebelarse y poner el pecho. Se sacrificaron Leopoldo López y unos cuantos más, es cierto, pero esos pocos ejemplos no bastan. La multitud de los humillados, ofendidos, burlados, despojados, no puede quedarse en la casa (y menos en Miami o en Bogotá) esperando a que un Trump o un Uribe los saquen del aprieto. Si buscan en los nefastos populistas de derecha la solución al nefasto populismo de izquierda, lamento decirlo así, están jodidos. Son los mismos venezolanos, que no tienen comida ni medicinas ni libertad ni dignidad ni nada, quienes tienen que derrocar a sus tiranos.