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Héctor Abad Faciolince: Nairo tiene razón

Los que llevamos vivos más de medio siglo recordamos con una nostalgia atónita lo que era la Vuelta a Colombia en los años 60 y 70 del siglo pasado. Digo nostalgia porque oír por radio las etapas de la Vuelta era emocionante: los comentarios de Julio Arrastía (la Biblia); la publicidad gritada con gracia por los locutores; los dramas de las pálidas en las etapas de montaña; las hazañas de trepadores o pasistas; el estruendoso fracaso de casi todos los europeos que se atrevían a venir a correr en la humedad del trópico y en la altitud paramuna de nuestras montañas.

Colombia es hoy una potencia ciclística mundial porque los niños de hace 30 o 40 años nos emocionábamos con Cochise ganando un mundial de pista o una etapa del Giro de Italia. Por eso digo que la nostalgia es atónita: qué dirigencia ciclística habrá podido convertir una Vuelta maravillosa en una carrera por etapas sin importancia alguna, solo corrida por dopados, organizada por corruptos, comentada por periodistas que solo piensan en el negocio, dominada por entrenadores acostumbrados a las tácticas sucias, que combinan el negocio del equipo con el negocio de la venta de sustancias prohibidas. Por algo un ciclista español descalificado en el mundo entero, ganaba aquí, una tras otra, las vueltas diseñadas para él y para sus trampas. Salían de la cárcel en España para venir a Colombia a hacer sus pócimas.

Ahora la Vuelta a Colombia es una carrera que pasa sin pena ni gloria, a la que no viene ningún equipo internacional importante, y que está amenazada con salir del calendario UCI por su irrelevancia. Gustavo Duncan, profesor de la Universidad Eafit, ha denunciado esto varias veces. Antes aprendíamos geografía y pasión ciclística con nuestra Vuelta; ahora ni sabemos en qué fechas la hacen, porque hasta el mes está mal escogido. Países sin tradición ciclística importante son capaces de hacer clásicas válidas para la clasificación mundial, en fechas frías para Europa, pero aquí quienes intentan hacerlas, de la Federación no reciben apoyo, sino trabas y palos en las ruedas, vetos o, lo peor, insinuaciones para aprobarlas: “¿Y ahí nosotros cómo vamos?”. El eufemismo perfecto de la corrupción.

También el profesor Duncan denunció a principios del año las artimañas de Coldeportes y de la Federación de Ciclismo para confirmar una dirigencia (sería mejor decir una mafia) que lleva más de un decenio en el poder, y lo único que ha hecho es convertir los recursos de que disponen en formas de clientelismo. Nairo acaba de denunciarlo con la claridad de su estilo lacónico. Él, que sabe que a la Federación no le debe nada, y mucho a algunos empresarios que lo apoyaron cuando era jovencito, tiene la tranquilidad de su limpieza, de su temple de gran atleta, y habla para que se sepa. Cuando los ciclistas ganan en Europa, pero se quejan del Gobierno, tienen razón, y Santos no podría ofenderse: para ellos el Gobierno es una Federación mañosa, terca, anquilosada y sin oficio. Dicen que los triunfos de nuestros ciclistas son de ellos. No: son a pesar de ellos.

La elección del último presidente de la Federación fue, sencillamente, comprada con favores de último minuto a federaciones regionales mendigantes. El ciclismo colombiano, el deporte que más alegrías, glorias y medallas le ha dado a Colombia, se merecería una federación de alto nivel, manejada por personas limpias que de verdad aman el ciclismo, tipo el Coach (Ignacio Vélez) o el mismo profesor Duncan (una Biblia en el tema, como Arrastía), y no por estos manzanillos que en 20 años no han hecho más que ser un lastre y una rémora para el desarrollo del ciclismo en Colombia. Averigüen quiénes llevaron a Nairo Quintana al Tour del Avenir (que ganó), y sabrán quiénes labraron realmente al campeón limpio, disciplinado e inteligente que hoy tenemos, y que sabe lo ingrata que es la gente con él: ayer le echaban flores, y hoy le tiran piedras, como él mismo dijo, solo por ser serio, limpio, y por decir la verdad.

 
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