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Héctor Abad Faciolince: ¿Quién tiene la culpa?

El otro día iba en un taxi en Barcelona. Había mucho tráfico, la librería a la que iba quedaba más bien lejos y por hablar de algo le comenté al taxista lo encapotado que estaba el cielo de la ciudad. “No son nubes, no es lluvia”, me informó el hombre e hizo una pausa dramática. Giró la cabeza hacia atrás, me miró fijamente, pensé que nos íbamos a chocar: “Lo que pasa es que nos están fumigando”. Por encima del cielo gris, me explicó, “aviones militares silenciosos dejan caer su veneno sobre nosotros. ¿No ha sentido hoy un poco de dolor de cabeza?”. Yo le dije que sí, que algo. “Es el efecto de la fumigación”, me explicó.

Pasó a hablar sobre las consecuencias de las vacunas contra el COVID: no eran para prevenir el virus, sino para inocularlo. Lo mismo las PCR; cada vez que nos metían un tampón por la nariz, nos contagiaban. ¿Me había enfermado yo de algo durante la pandemia? De varias cosas, le dije: rodilla, diarrea y lo contrario, corazón… “¿Y se vacunó alguna vez?”. Cuatro veces, le dije. “Ahí tiene. Por cada pinchazo una enfermedad. Todo es efecto de las vacunas. Los dueños del mundo nos quieren matar; los que nos están fumigando también aumentan la inflación; todos los gobiernos de Europa están implicados”.

Desde que los humanos, con este cerebro hipertrofiado que creemos inteligente, descubrimos que hay causas y efectos, nos pasamos la vida tratando de entender quién tiene la culpa de lo que nos pasa. No tanto a qué se debe, sino quién tiene la culpa, algún sujeto más o menos racional parecido a nosotros, y con poderes. La lluvia o la sequía, la enfermedad, los terremotos, los eclipses, los huracanes. Se han dado explicaciones de toda índole: religiosas, ideológicas, míticas, supersticiosas, conspiranoicas, etc. Las únicas confiables, las científicas, surgieron hace muy poco en la historia del mundo, y a muchísima gente son las que les resultan más detestables y falsas.

El último fenómeno que nos asedia y preocupa es la inflación combinada con la devaluación del peso. Ambas son reales como la lluvia: la vemos, nos moja, nos afecta. Cada día que vamos al mercado nos damos cuenta de que todo cuesta más. La gente que puede cambia pesos por dólares. ¿Pero por qué? Me hubiera gustado preguntarle al taxista de Barcelona por la causa de esto. Estoy seguro de que habría tenido una respuesta inmediata, muy clara y evidente para él, y con seguridad detrás habría la mente maligna de algún grupo de poderosos. Probablemente los mismos que nos fumigan por encima de las nubes y los mismos que nos inoculan el virus con las vacunas.

La economía, por desgracia, no es tan exacta como la aritmética. Son tantas las variantes en juego que a veces uno tiene la impresión de que los economistas tantean y adivinan. Hay un consenso de que al subir las tasas de interés la inflación se modera y se controla la devaluación. Pero cuando lo empiezan a hacer al mismo tiempo los grandes bancos centrales del mundo, Europa, Estados Unidos, Japón, China, y detrás de ellos todos los países, pareciera ser que hay devaluación en todas las monedas menos en una. Todos buscan lo mismo al mismo tiempo y en provecho de su propia economía, pero terminan ganando las economías más fuertes, no porque una mente muy mala lo calcule así, sino porque la mayoría de los humanos de cualquier país buscan refugio en aquello que consideran más seguro. Es normal que usted, si tiene algún ahorro, lo quiera poner en la moneda que menos se desvalorice.

No tengo ahorros ni sé nada de economía. Lo que acabo de escribir lo digo porque lo he leído en las fuentes que más confío. Sería más fácil decir, como el taxista, que un comité de malos fumiga el peso para que este pierda su valor. Que son ellos los que nos quieren arruinar. Es más fácil señalar un culpable que buscar una causa racional y científica. Los conspiranoicos buscan culpables y los acusan; hacen sermones; gritan en Twitter. Los buenos gobernantes, en cambio, buscan soluciones; actúan.

 

 

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