Héctor E. Schamis: Trump habló de socialismo
Nadie viola más la soberanía que quien masacra al pueblo, el único soberano
El socialismo promete prosperidad, pero produce pobreza. Promete unidad, pero genera odio y división. Promete un futuro mejor, pero siempre regresa a los capítulos más oscuros del pasado. Siempre genera tiranía. Los socialistas prometen diversidad, pero persisten en la más absoluta conformidad.
El socialismo no es acerca de la justicia, no es acerca de la igualdad, no es acerca de elevar a los pobres. El socialismo es acerca de una sola cosa: el poder para la clase dominante. Y cuanto más poder tienen, más desean.
Parafraseando, esos son los conceptos formulados por Donald Trump en ocasión de su discurso frente a la comunidad venezolana en Florida. Su propia lectura del «socialismo realmente existente»; los eurocomunistas de los años setenta no estarían en desacuerdo con él. Fueron ellos quienes trituraron analíticamente dicho sistema; atrofiado, decían, por una burocracia convertida en elite dominante.
Ocurre que el socialismo realmente existente es, fundamentalmente, una atroz desigualdad de derechos, lo cual a la larga también produce desigualdad material, tal como lo ilustra Venezuela, el país con mayor pobreza y mayor inequidad del continente. Hoy lo dice Trump, paradojas incómodas para los socialistas.
El discurso tuvo varios blancos al mismo tiempo. Primero, Venezuela. Denunciar la crisis humanitaria, la elección fraudulenta y la usurpación de Maduro, la pérdida de derechos, precisamente. Y, a propósito, que Trump ha adoptado la posición correcta en relación a Venezuela lo reconoce hasta el Boston Globe, paradigma de periódico liberal progresista americano.
Segundo, Venezuela y Cuba, dos dictaduras en tándem. «Durante décadas, las dictaduras socialistas de Cuba y Venezuela se reforzaron mutuamente en un acuerdo corrupto. Venezuela dio petróleo a Cuba. En recompensa, Cuba dio a Venezuela un Estado policial gestionado directamente desde La Habana.»
Es la brutal realidad. Inteligencia, documentación, migraciones y oficiales cubanos en los cuárteles del ejercito venezolano son el ADN de esa relación parasitaria. Y es parasitaria porque la producción venezolana de petróleo ha colapsado, pero el envío a La Habana continúa. Todo lo cual invita la reflexión de muchos: es con el G2 cubano con quien debe negociarse la partida de Maduro.
El discurso también fue un mensaje al Partido Demócrata. No es casual que fuera en Florida, estado fundamental para toda elección dado su carácter de «swing state», o sea, que puede ir para cualquiera de los dos partidos. Se trató, entonces, de un acto de campaña electoral para movilizar la base cubana y venezolana.
Que el mensaje para hacerles entender a los demócratas era, y sigue siendo, necesario lo confirmó el Senador Bernie Sanders casi de inmediato. En una entrevista con el periodista Jorge Ramos, rehusó reconocer a Juan Guaidó como presidente legitimo y se negó a caracterizar a Maduro como dictador. Tal vez Sanders y los demócratas de izquierda no sepan que es común a toda forma de autoritarismo que la ideología predomine por sobre los principios y los derechos. Maduro es un tirano, pero se dice de izquierda y les alcanza con eso; ellos hacen lo mismo.
Escribí esta nota en Cúcuta, siendo testigo del dantesco espectáculo de los camiones con la ayuda humanitaria incendiados por la fuerza de choque de Maduro. «En defensa de la soberanía», repetía el dictador mientras bailaba su habitual danza macabra.
No fue lo que se esperaba ni se deseaba, pero la caída de una dictadura nunca es fácil ni es un proceso en línea recta. Ante ello, la comunidad internacional debe ponerse las pilas. Deben dejar de formularse advertencias por twitter, que al no cumplirse empoderan al régimen. Debe abandonarse la narrativa del optimismo desmedido y la euforia por oler—y tan solo oler—el poder real a la distancia.
«No hay vuelta atrás», como dicen los venezolanos, pero se trata de aumentar la presión donde duele. O sea, hay que asumir que lo ocurrido en esos puentes y en la frontera con Brasil califica como crimen de exterminio y que el mismo amerita invocar la Responsabilidad de Proteger. La obligación de acudir en rescate de una población civil en riesgo, esto es.
Y al activarse la doctrina de la Responsabilidad de Proteger, la noción de soberanía que invoca Maduro se relaja de manera inmediata. Después de todo, nadie viola más la soberanía que quien masacra al pueblo, el único soberano.
@hectorschamis