Héctor Quintero: Democracia liberal estadounidense al garete
La situación política en los Estados Unidos de América es un tema complejo y en constante evolución. Hay muchos factores que influyen en la política estadounidense, incluyendo la polarización política, la desconfianza partidista, la economía, la inmigración, la seguridad nacional y la política exterior. La polarización política es uno de los mayores riesgos sistémicos para los Estados Unidos. La agitación política también puede obstaculizar los esfuerzos para hacer frente a graves crisis financieras y de otro tipo. Además, la actitud de no pocos políticos, gran parte de la ciudadanía y hasta de algunos sectores claves de la prensa puede poner en peligro la democracia del país.
Cuando la Cámara de Representantes se sumió en el caos unas semanas atrás, muchos republicanos, demócratas y expertos independientes advirtieron que la anarquía que asolaba la política estadounidense enviaba un peligroso mensaje al mundo exterior. Pero nadie podía prever con qué rapidez la parálisis de Washington pondría a prueba la reacción del país ante una crisis mundial de gran envergadura. El cierre de la Cámara de Representantes creó un símbolo especialmente dañino del desorden en el que se encuentra Estados Unidos y el sistema democrático de gobierno que promueve en todo el mundo.
La creciente sensación en el exterior de que los problemas políticos de Estados Unidos están limitando su capacidad de liderazgo mundial también podría tener un efecto devastador sobre su poder. Esto sólo puede jugar a favor de los enemigos en Beijing, Moscú y Teherán, que han intentado influir en las elecciones estadounidenses, según las agencias de inteligencia del país, y todos tienen fuertes incentivos geopolíticos en ver fracasar la democracia norteamericana.
Una situación tan peligrosa requiere una respuesta tranquila, unida y meditada, apoyada por todo el espectro político. Pero la agitación en la política estadounidense —plagada de extremismo interno, amenazas a la democracia y la hiperpolitización de la política exterior— significa que será una tarea imposible unir al país en un momento tan peligroso. En casa y en el extranjero, el caos es amigo de Trump, que busca fomentar las condiciones clásicas que benefician a los aspirantes a autócratas que prometen un gobierno de hombre fuerte.
Además, Estados Unidos se dirige a una temporada electoral sin precedentes. Un presidente con bajos índices de aprobación que se enfrenta a incógnitas sobre su avanzada edad podría enfrentarse a un posible candidato republicano que podría ser un delincuente acusado el día de las elecciones. Esto significa que, en el mejor de los casos, Estados Unidos pasará los próximos meses preocupado por su propia situación política. En el peor de los casos, la superpotencia mundial garante de la democracia podría agravar los trastornos y la inestabilidad mundiales.
La comparecencia de las presidentas de tres prestigiosas universidades Penn, MIT y Harvard ante el Congreso, universidades de élite estadounidenses, instituciones educativas donde se forma al liderazgo empresarial de importantes transnacionales y autoridades gubernamentales estadounidenses y del mundo, marca un antes y un después en el acontecer político de esta nación.
El hecho de que estas tres autoridades se hubiesen negado a responder con un sí o un no claros si el genocidio de los judíos era inaceptable y si ese lenguaje de odio era castigado por la reglamentación interna de esas casas de estudio, es ejemplo no de polarización, sino de bancarrota moral, lo contrario a lo que uno suponía que representaba Estados Unidos.
Pasó lo que pasó, porque hay una profunda crisis, división ante hechos donde había existido históricamente consenso, y según entrevistas hechas al azar por los medios de comunicación, tampoco había condena masiva entre los alumnos que no son judíos. El problema está institucionalizado, la sociedad estadounidense necesita hoy un intenso debate. También se requiere acción por parte de la Justicia, el Congreso y la Casa Blanca, toda vez que desnuda una problemática donde el miedo de estudiantes y académicos judíos ha ido acompañado de populosas manifestaciones de apoyo al terrorismo de Hamas, las cuales no se veían desde las protestas contra la Guerra de Vietnam, y actitudes hacia Israel y los judíos que envidiarían los rectores de universidades alemanas durante el régimen nazi.
La verdad que se ha demostrado en estos días es que la única razón que podría impedir en el futuro un nuevo holocausto es la existencia de Israel, toda vez que lo observado en EEUU es también una conducta que desde hace años es fácil encontrarla a través de occidente y el tercer mundo, tan solo que el país del Norte es el lugar donde uno suponía que todavía había defensa contra este tipo de odio, representativo de la fobia más antigua de la humanidad.
Profesores y estudiantes son parte de una nueva élite, que al parecer no cree en la idea de los EEUU como líder político del mundo, sino que más bien sea reemplazado por una agenda global, donde Washington es el que debe amoldarse. Al ser instituciones privadas, a diferencia de las públicas, no están 100% sujetas a la primera enmienda constitucional. Pero, al recibir fondos federales sí están obligadas a proteger a todos los estudiantes, tanto del acoso como de la discriminación.
La guerra cultural, la polarización, la falta de consensos, el proceso de deterioro que varios analistas y periodistas han denominado la “latino americanización” de la política estadounidense, con una prensa militante y sesgada, encontrando que parte de la élite no gusta de los EEUU como potencia, así como mucha lentitud para reaccionar unida ante el desafío planteado por China y, asimismo el empeoramiento del desinterés en un mundo exterior que parafraseando a Ciro Alegría se le ve como “ancho y ajeno”.
Un revés duro se propinó a la idea de Estados Unidos como “faro de luz” para el mundo, además, de cuestionar la calidad de la enseñanza recibida. Sus estudiantes gritan “del río al mar” sin saber de cuál río o mar se habla, por lo que hay que luchar por volver a una cultura de mérito, una selección de alumnos y profesores basada en su cerebro más que en su apariencia. Claramente existe crisis ética cuando en el sistema universitario los intereses de investigación se subordinan a los estímulos del dinero gubernamental o, institucionalmente, a la penetración de dinero chino y petrodólares, que han disminuido la importancia de la filantropía judía, tal como ahora ha sido evidenciado.
Los capitolios estatales de Georgia, Kentucky, Mississippi, Montana, Connecticut y Michigan enfrentaron amenazas de bombas las cuales provocaron evacuaciones y cierres peatonales. Michon Lindstrom, portavoz del secretario de Estado de Kentucky, mencionó que los secretarios de estado de todo el país recibieron una amenaza “masiva por correo electrónico”.
Dice Peter Turchin, en su libro Final de partida: “élites, contra élites y el camino a la desintegración política, que Estados Unidos vive una crisis de manual cuyos ingredientes, en otros momentos históricos análogos, han provocado el derrumbamiento de imperios y la desaparición de regímenes por medio de una revolución”. Compara la situación actual de su país de residencia con la que vivió su país de nacimiento, Rusia, en los primeros años del siglo XX, que acabaron con la toma del Palacio de Invierno. La diferencia aquí es que el Lenin norteamericano no saldría de los revolucionarios de izquierdas, sino de los de derechas.
Turchin divide las sociedades en tres elementos: el Estado, las élites que controlan ese Estado y el pueblo. Cuando las élites y el pueblo mantienen un acuerdo que beneficia a ambos, la paz está asegurada, pero ese equilibrio es siempre inestable, y lo es aún más en las sociedades abiertas, libres y democráticas, pues también sabemos que la paz de las autocracias es la de los cementerios y de las cárceles: no hay voces alborotadoras porque las han acallado, no porque no haya motivos para soliviantar a las disidencias.
La situación en Estados Unidos es particularmente intensa, con Trump protagonizando un tumultuoso retorno a la escena pública. Los intentos de detener sus aspiraciones políticas mediante procesos judiciales plantean un dilema fundamental: ¿hasta qué punto puede la restricción de un individuo para postularse dañar los cimientos mismos de la democracia estadounidense?
A su vez, en la primera potencia del mundo, el viraje político de Donald Trump en las últimas semanas ha sido equiparable a una montaña rusa, destacando la volatilidad y la polarización que persisten en el espectro político estadounidense. Desde declaraciones xenófobas que lo comparan con figuras históricas controvertidas hasta amenazas de represalias contra aquellos que cuestionan sus acciones pasadas, Trump ha mantenido la atención mundial. Su afirmación de ser «dictador por un día» si retoma la Casa Blanca añade una capa más al debate ya candente sobre los límites y la salud de la democracia estadounidense.
A esa actitud del precandidato republicano se ha referido el presidente Biden quien dijo “La campaña de Donald Trump es sobre él. No sobre Estados Unidos. No sobre vosotros. La campaña de Donald Trump está obsesionada con el pasado, no con el futuro. Está dispuesto a sacrificar nuestra democracia para llegar al poder”; ha agregado Biden: “No hay confusión sobre quién es Trump o qué pretende hacer”. Ha añadido “Todos sabemos quién es Donald Trump, la pregunta que tenemos que responder es quiénes somos nosotros”. Estos intercambios de palabras duras, ásperas, rudas nos señalan el camino que seguirán las elecciones primarias que se inician a mediados del presente mes.
La batalla legal sin precedentes para evitar que Trump se postule en las elecciones presidenciales de noviembre ha desencadenado un análisis profundo sobre la esencia misma de la democracia. ¿Es la restricción de un candidato una defensa necesaria o un riesgo potencial para la integridad del sistema? Aunque aún falta celebrar las primarias, que se inician el próximo mes, los candidatos para las elecciones presidenciales en Estados Unidos serían los mismos que en las de 2020: el demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump, que representan modelos antagónicos del país. Muchos estudiosos del acontecer político estadounidense ya piensan y consideran que ha llegado la hora para que se produzca un relevo generacional en sus organizaciones políticas.
De ocho aspirantes presidenciales, solamente tres republicanos calificaron para el debate del 10 de enero en Iowa: Nikki Haley, Ron DeSantis y Donald Trump, quien, nuevamente, no asistió al encuentro. La contendiente Nikki Haley presiona al exmandatario para que asistiera al debate presidencial que organizó CNN camino a la primera elección primaria del partido. “Con sólo tres candidatos calificados, es hora de que Donald Trump aparezca”, dijo Haley en un comunicado. “Conforme el escenario del debate continúa reduciéndose, a Donald Trump le resulta cada vez más difícil esconderse”.
El otro aspirante que cumple con los requisitos es el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien ha criticado en varias ocasiones al expresidente Trump por rechazar participar en los debates presidenciales. El debate programado para el 10 de enero terminó siendo un cara-a-cara entre Haley y DeSantis, luego de que los otros aspirantes no cumplieran con los requisitos para participar en el encuentro. Ni el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, quien luego anunció su retiro candidatural, ni el empresario Vivek Ramaswamy lograron al menos el 10% de respaldo de posibles votantes en tres encuestas nacionales y/o realizadas en Iowa por separado.
Trump mantiene el liderazgo en las preferencias electorales de su partido, con un 61.3% de preferencias según el recuento de encuestas de Five Thirty Eight. Al exmandatario le sigue Haley con 11.4% de respaldo y DeSantis se coloca en tercera posición con 11.3%. Poco a poco la exgobernadora y embajadora ha ido acercándose, hasta lograr sobrepasar al gobernador de Florida, lo que abre la posibilidad de que ella sea la primera finalista en las primarias republicanas.
Sin embargo, una encuesta del grupo independiente American Research Group encontró que Nikki Haley se acerca a Donald Trump en New Hampshire con solo cuatro puntos porcentuales de diferencia. La exgobernadora de Carolina del Sur está ganando terreno entre los votantes independientes en New Hampshire, otro dolor de cabeza para Trump y su carrera por regresar a la Casa Blanca. Además, los resultados de esta encuesta ponen de relieve la importancia que tienen los votantes independientes en estas elecciones.
La encuesta proyectó que alrededor del 37% de los votantes de las primarias republicanas no serán republicanos registrados. Esta cifra coincide con el 36% estimado de las primarias de 2016. Este importante segmento de votantes podría inclinar la balanza en las primarias del 23 de enero. El sondeo encontró que Trump cuenta con un 37% de apoyo entre los probables votantes de New Hampshire. Mientras que Haley tiene un 33% de apoyo, y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, en el último lugar con un 5% de apoyo. Las sencillas reglas electorales de New Hampshire permiten a estos votantes no declarados decidir el día de la votación y en qué primarias, demócratas o republicanas, participar.
El Tribunal Supremo de EE.UU. aceptó a trámite el caso sobre la expulsión del expresidente Donald Trump de las primarias republicanas del Partido Republicano en Colorado. La decisión coloca a La Suprema Corte en la posición de establecer un punto de vista a nivel nacional sobre si Trump puede participar en las elecciones presidenciales de 2024 o si, por el contrario, el papel que jugó en el asalto al Capitolio de 2021 lo hace inelegible, de acuerdo con lo establecido en las secciones segunda y tercera de la enmienda XIV de la constitución.
En un breve escrito judicial, el Tribunal Supremo indica que ha admitido a trámite el caso y que los nueve jueces celebrarán una audiencia pública el 8 de febrero para escuchar los argumentos de las partes. La petición para que el Alto Tribunal estudiara el caso venía del equipo legal de Trump, que había recurrido una decisión anterior del Tribunal Supremo de Colorado.
Observamos que esta nueva contienda electoral en los Estados Unidos de América será compleja, espinosa, áspera, sinuosa, delicada, ceñida con calificativos personales, degradantes, ignominiosos, ofensivos como pocas veces se ha visto en los anteriores procesos electorales estadounidenses.