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Héctor Quintero Montiel: Gerontocracia o arterioesclerocracia

 

En el primer debate presidencial del presente año entre los principales candidatos demócrata y republicano, el presidente Biden y el expresidente Donald Trump se intercambiaron opiniones sobre inflación, impuestos, Ucrania y el futuro de la democracia, entre otros temas. No faltaron las agresiones y embestidas personales, las cuales se presumía que se producirían. Los ataques personales eclipsaron las discusiones políticas durante el debate, con los candidatos discutiendo sobre quién tenía mejor desempeño en el golf, sus respectivas capacidades cognitivas y sus problemas legales.

Mientras tanto, en los canales de noticias, en las redes sociales, e incluso entre los asistentes al debate y los estrategas de ambos partidos se preguntaban si Biden podría seguir en la carrera contra Trump. Pocos demócratas pudieron hacer una valoración optimista de la actuación del presidente. La actuación de Biden, titubeante, y la de Trump, relativamente firme y mesurada, dejaron a los demócratas profundamente preocupados por las perspectivas de Biden. 

Varias veces y de manera acertada, el presidente Joe Biden ha dicho que lo que está en juego en las elecciones presidenciales de noviembre es nada menos que el futuro de la democracia estadounidense. Donald Trump ha demostrado ser un peligro significativo para esa democracia, que actualmente, según la percepción de algunos analistas, se tambalea; es una figura errática e interesada que es indigna de la confianza pública. 

Ha atentado de manera sistemática contra la integridad de las elecciones. Sus partidarios han descrito públicamente una agenda para 2025 que le daría poder para llevar a cabo sus promesas y amenazas más extremas. Si vuelve a ocupar el cargo, ha prometido ser un presidente diferente, sin las restricciones que imponen los controles de poderes del sistema político de Estados Unidos.

Biden ha expresado  que es el candidato con más posibilidades de enfrentarse a esta amenaza de tiranía y vencerla. Su argumento se basa en gran medida en el hecho de que derrotó a Trump en 2020. Esa ya no es una justificación suficiente para que Biden sea el candidato demócrata este año. En este primer debate, el presidente necesitaba convencer a los estadounidenses de que está a la altura de las exigencias extraordinarias del cargo que busca ocupar por otro periodo. Sin embargo, no se puede esperar que los votantes ignoren lo que fue evidente: Biden no es el hombre que era hace cuatro años.

El jueves por la noche, el presidente se presentó como la sombra de un gran servidor público. Batalló por explicar lo que lograría en un segundo mandato. Le costó responder a las provocaciones de Trump. Tuvo dificultad para responsabilizar a Trump por sus mentiras, fracasos y planes escalofriantes. Más de una vez le costó trabajo llegar al final de una frase.

Biden ha sido un buen presidente, estiman algunos analistas. Bajo su liderazgo, la nación ha prosperado y ha empezado a abordar una serie de desafíos a largo plazo, y las heridas abiertas por Trump han empezado a sanar. Pero el mayor servicio público que Biden puede brindar ahora es anunciar que no seguirá en la contienda en busca de la reelección.

El presidente está haciendo una apuesta temeraria, tal como está la situación ahora. Hay líderes demócratas mejor preparados para presentar alternativas claras, convincentes y enérgicas a un segundo mandato de Trump. No hay razón para que el partido arriesgue la estabilidad y la seguridad del país al obligar a los votantes a elegir entre las deficiencias de Trump y las de Biden. Es una apuesta demasiado grande simplemente esperar que los estadounidenses vayan a ignorar o descartar la edad y la fragilidad de Biden que ven con sus propios ojos.

Si la contienda se reduce a una elección entre Trump y Biden, el presidente actual sería la elección inequívoca. Tal es el peligro que representa Trump. Pero dado lo que está en juego para el país y las capacidades irregulares de Biden, Estados Unidos necesita un oponente más fuerte al que será presumiblemente el candidato republicano. Pedir un nuevo candidato demócrata a estas alturas de la campaña es una decisión que no se toma a la ligera, pero refleja la magnitud y la gravedad del desafío que implica Trump a los valores y las instituciones de este país, y lo inadecuado que parece ser Biden para enfrentarlo.

Cancelar su candidatura podría ir en contra de los instintos personales y políticos de Biden. Se ha levantado después de tragedias y reveses en el pasado y está claro que cree que puede volver a hacerlo. Los partidarios del presidente ya están tratando de presentar el debate del jueves como un solo punto de referencia contra tres años de logros. Pero la actuación del presidente no puede tacharse de una mala noche ni se le puede achacar a un supuesto resfriado, porque reafirmó preocupaciones que han ido aumentando por meses o incluso años. Incluso cuando Biden intentó exponer sus propuestas políticas, trastabilló. No se puede compensar con otras apariciones públicas porque el presidente las ha limitado y controlado cuidadosamente.

Hay que recordar que Biden retó a Trump a este duelo verbal. Él puso las reglas e insistió en una fecha meses antes que cualquier otro debate previo en unas elecciones generales. Entendió que tenía que responder a la preocupación pública, que viene de tiempo atrás, sobre su agudeza mental y que debía hacerlo lo antes posible. La verdad que Biden debe afrontar ahora es que reprobó su propio examen.

En encuestas y entrevistas, los votantes afirman que están buscando voces nuevas para enfrentar a Trump. Y el consuelo para Biden y sus seguidores es que aún están a tiempo de apoyar a otro candidato. Aunque los estadounidenses están acostumbrados al largo proceso de unas elecciones presidenciales plurianuales, en muchas democracias las campañas se celebran en unos pocos meses.

Es una pena que los propios republicanos no hagan un examen de conciencia más profundo tras el debate del jueves. La actuación de Trump debería ser suficiente para su descalificación. Mintió descarada y repetidamente sobre sus propias acciones, su historial como presidente y su oponente. Describió planes que dañarían la economía estadounidense, socavarían las libertades civiles y deteriorarían las relaciones de Estados Unidos con otros países.

Se negó a prometer que aceptaría la derrota y, más bien, volvió a utilizar el tipo de retórica que incitó el ataque del 6 de enero al Congreso. El Partido Republicano, sin embargo, ha sido cooptado por las ambiciones de Trump. La carga de poner los intereses de la nación por encima de las ambiciones de un hombre recae en el Partido Demócrata.

Los demócratas que han respaldado a Biden deben tener ahora el valor de decirle la verdad al líder del partido. Los confidentes y asesores que han alentado la candidatura del presidente, y que lo han protegido de apariciones en público improvisadas, deberían reconocer el daño que ha sufrido el prestigio de Biden y la improbabilidad de que pueda repararlo.

El jueves por la noche, Biden respondió a una interrogante apremiante. La respuesta no fue la que él ni sus partidarios esperaban. Pero si el riesgo de un segundo periodo de Trump es tan grande como el presidente afirma —y estamos de acuerdo con él en que el peligro es enorme—, entonces su dedicación a este país solo les deja a él y a su partido una alternativa.

El camino más claro para que los demócratas derroten a un candidato definido por sus mentiras es apelar con franqueza a los estadounidenses: reconocer que Biden no puede continuar su contienda y establecer un proceso para elegir a alguien más capaz de ocupar su lugar para derrotar a Trump en noviembre. Es la mejor oportunidad para proteger el alma de la nación —la causa que llevó a Biden a presentarse a la presidencia en 2019— de la deformación maliciosa de Trump. Y es el mejor servicio que Biden puede prestar a un país al que ha servido con nobleza durante tanto tiempo. 

«Si el Señor Todopoderoso me dijera que abandonara la carrera electoral, me bajaría de la carrera, pero el Todopoderoso no va a bajar», dijo el presidente de EE.UU. en una entrevista con ABC. El mandatario, que superaría los 85 años en la Casa Blanca si es reelegido, aseguró: “no creo que haya nadie más cualificado que yo para ser presidente y ganar esta carrera electoral”. “Fue exclusivamente mi culpa, no de nadie más. Fue un mal episodio, no nada grave. Estaba exhausto. No escuché a mi instinto”, dijo. 

Con un nuevo candidato en la palestra,  posiblemente estos comicios, sean el mejor momento para que se produzca el relevo generacional que permita a los Estados Unidos de América restructurar y fortalecer su sistema democrático, que comienza a fragmentarse, evitando a tiempo el resquebrajamiento del régimen democrático liberal occidental y siga con su preclaro mensaje iluminando la comunidad internacional y consolidando al nuevo concierto de naciones  que nace a la luz de hechos recientes.

 

 

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