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Héctor Schamis: Piñera, en Chile y América Latina

Se consolida una profunda división ideológica en la región

«No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió». Así dice Joaquín Sabina en Con la frente marchita. Algo de eso ocurrió en la reciente elección de Chile. La izquierda de la Nueva Mayoría y el Frente Amplio hizo campaña con romántica nostalgia por la Unidad Popular, siendo los más nostálgicos los que ni siquiera habían nacido.

El problema es que no hay mucho para evocar del Chile de aquellos años. Un país ingobernable, la economía desquiciada y un conflicto ideológico de tal magnitud que dividió hasta las familias y derivó en el uso de la violencia como forma normal de la política. En realidad, el único romanticismo de entonces que vale la pena es el de Violeta Parra y otros talentosos artistas; ello para seguir con las canciones.

Del otro lado, entre los vencedores de la elección, también hubo nostalgia. Tanto que algunos salieron a festejar la victoria de Piñera exhibiendo retratos de Pinochet. Tampoco es un época que valga la pena desenterrar. Por la represión, las violaciones a los derechos humanos y los crímenes. Y porque los grandes milagros económicos que la derecha chilena siempre celebra ni siquiera fueron tales.

A saber, la economía colapsó dos veces, en 1975 por el ajuste y en 1982 por la devaluación. Se recuperó recién en la segunda mitad de los ochenta debido a la política monetaria activa, necesaria para sostener un tipo de cambio favorable al modelo exportador. Cuyo éxito se debió, inesperadamente, a dos instituciones del periodo anterior: la reforma agraria, que hizo a la agricultura más competitiva, y la nacionalización del cobre—jamás reprivatizado—que garantizó un flujo constante de ingresos fiscales. En definitiva, la gran revolución capitalista del pinochetismo se basó en las transformaciones democristianas y socialistas.

Equidistante de toda nostalgia se situó el presidente electo, con un tono realista y pragmático. Lo primero que dijo fue que sería «el presidente de la clase media», que equivale a decir «un presidente de centro». Le siguió la civilidad de la clase política y las conversaciones de transición entre el gobierno saliente y el entrante. En hora buena, civilidad necesaria dado que Piñera no la tendrá fácil una vez que aterrice en La Moneda y con el Congreso que encuentra.

La economía está estancada, con baja inversión y caída de la productividad. Crear incentivos para recuperar el dinamismo mientras le presta atención a la creciente desigualdad será la tarea fundamental de su gestión. Por cierto que necesitará mucho de ese pragmatismo. El desarrollo nunca es el resultado de dogmas.

Desafíos similares lo esperan en la política, dada una sociedad profundamente decepcionada con ella. Piñera pudo revertir en algo el persistente abstencionismo, pero le queda mucho por hacer para recobrar la vitalidad de la democracia. En Chile, los presidentes vuelven, los políticos de hoy son los mismos de la transición de los noventa y los mismos de la época de Pinochet. Algunos, hasta eran políticos en la época de la Unidad Popular y la de Frei, padre, en los sesenta.

No puede sorprender entonces que los jóvenes no voten y además critiquen. Lo cual no quiere decir que consientan el autoritarismo, como muchas veces infieren las encuestas. Solo quiere decir que aspiran a sentirse mejor representados por la política. La actual no lo ha logrado.

Entre tantos retos, Piñera tiene la oportunidad de construir capital político trascendiendo internacionalmente. Para ello deberá adoptar una política exterior apegada a normas y principios, superadora de la timorata—sino insincera—política exterior de Bachelet en lo que hace a democracia y derechos humanos. Se trata de Venezuela y otros casos, lo cual le dará protagonismo y prestigio en América Latina.

Ocurre que creíamos, dos años atrás, que el ciclo bolivariano había llegado a su fin. La victoria de Macri y de la oposición en la elección parlamentaria de Venezuela, la crisis del PT en Brasil, la derrota de Evo Morales en el referéndum, todo ello sugería una ola de alternancia. No ha ocurrido así en realidad.

Nótese hoy el firme intento de reelección indefinida de Evo Morales, el regreso de Correa a la política en Ecuador, la violencia en la crisis electoral de Honduras y el reciente experimento desestabilizador del kirchnerismo en Argentina, entre otros ejemplos. La victoria de una radicalizada izquierda chilena era la perla imprescindible para iniciar una restauración bolivariana en la región. Los exiliados venezolanos en Chile saben bien que el Partido Comunista recibe apoyo financiero desde Caracas.

De este modo, se va consolidando en América Latina un profundo conflicto ideológico. No es entre derecha e izquierda, la Guerra Fría terminó hace tiempo. La división es entre las democracias constitucionales y aquellos gobiernos que usan el método democrático para llegar al poder, pero que una vez allí lo ejercen de manera autoritaria, incluyendo su intención de perpetuarse en él.

La llegada de Piñera es una bocanada de aire fresco para la América Latina democrática, es decir, aquella que practica la alternancia, observa la separación de poderes y garantiza las libertades y derechos constitucionales fundamentales.

@hectorschamis

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