Henry Escalona Meléndez: La Sospecha Como Actitud Existencial
Luego de un par de diligencias hogareñas regreso a la casa y mi internet Aba debió estar funcionando muy bien. Apenas abrir la puerta, mi teléfono celular comenzó a sonar alocadamente advirtiéndome de la llegada de tweets, whatsapps, emails y hasta mensajes sms que se referían mayoritariamente a la fuga (¿o sería más apropiado decir la salida?) del dirigente político Leopoldo López Mendoza de la residencia del embajador del aún Reino de España ante la República Bolivariana de Venezuela.
El señor López se encontraba allí desde los sucesos del 30 de abril de 2019 que fue el día de su última salida, esta vez de su casa de residencia donde estaba confinado por el régimen madurista por sucesos derivados de un proceso político al que sus promotores llamaron La Salida. Confieso que el señor López, a quien no llamo Leopoldo como es costumbre en ese reducto de la parejería criolla que es el medio político nacional, no es ni ha sido santo de mi devoción por circunstancias que no vienen al caso explicar. Pero la noticia me produjo un cierto alivio parecido a la satisfacción que genera el hecho de que al villano de la película le den un sorpresivo bofetón que lo deje turulato o le estampen en la cara un pastel de crema que lo avergüence y confunda.
En ese casi nirvana que produce un hecho que confunda y aturda a un régimen del que me siento opositor, me sorprendió percibirme sonriendo por algo que podría ser sólo una pequeña travesura de un dirigente político que gusta de sentirse en la cresta de la ola y que lo vean allí. Así estuve por un rato hasta que empezaron a llegar más mensajes relativos a la fuga del político retenido por el madurismo. Unos diciendo conocer todo el plan evasivo. Otros afirmando conocer los supuestos destinos a donde se dirigiría el evadido. Otros tan solo comentaban sobre la hora de la salida y las posibles complicidades internas y externas con las que habría contado López para su ya notoria escapada de la sede diplomática en la que se encontraba como «huésped» y sumamente bien vigilado por la seguridad madurista. Pero al rato, a esos comentarios medio impertinentes a los que ya casi estoy acostumbrado, siguieron los que me desagradan en las redes, los de los odiadores y sospechadores de profesión y actitud, tanto de la oposición y de su contraparte (que a veces se confunden por lo parecido de sus opiniones). Lo que inmediatamente borró mi sonrisa, pues comenzó el rosario de descalificaciones y sospechas con base en las más escabrosas teorías, dirigidas a descalificar al dirigente fugado y a los motivos de la fuga, sin proponer alguna solución positiva derivada de la libertad de un actor político que puede aportar bastante en la estrategia de recuperar esta democracia agonizante que tenemos.
Los difusores de sospechas, de acuerdo a sus intenciones, emitieron basura emocional por las redes, medios sociales y los medios radioeléctricos que aún funcionan, aunque pocos veamos o escuchemos. Las acusaciones tenían la intención de sembrar sospechas sobre cualquier tema, desde la actitud del señor Silva embajador de España, la participación de la CIA, el cambio de López por Alex Saab, la estrategia cubana, el descabezamiento de Juan Guaidó. Todo venía de grupos con intereses en candidaturas, periodistas odiadores que viven gracias a un público odiador. Hasta del trumpismo criollo que asustaba con el comunismo del senador Biden pasando por los laboratorios de manejo informático que los manipuladores emocionales asalariados del madurismo usan para manejar a los menos formados y peor informados.
Nada extraño tiene esa actitud de vivir de la siembra de sospechas como actividad fundamental de supervivencia política y económica. Esto ya es habitual no sólo en Venezuela sino en casi la totalidad del espacio planetario, en el que impera la banalización de la cultura y la frivolidad de la política, o como diría Mario Vargas Llosa «la civilización del espectáculo», en la que todos tenemos derecho a opinar independientemente de nuestra preparación y nuestras intenciones, sin valores éticos ni estéticos.
Los operarios de la duda levantan sospechas sobre cualquier evento que no les convenga, lo que les da rédito y supervivencia a muchos de ellos. Pareciera que destruir es una plaga que contamina a todos y las facilidades de la comunicación electrónica y sus complejidades y debilidades facilitan la creación de medios que amplían las sospechas destructivas. Tal virus pareciera apoderarse de todos los medios de opinión y facilita la justificación de totalitarismos antidemocráticos que se van afianzado en el mundo, desplazando al amor y la democracia como valores y aupando el individualismo y la mezquindad como actitudes válidas.
La reacción del gobierno psuveco, con el apoyo de su canalla electrónica, fue salir a perseguir sombras y a sembrar el miedo con sus esbirros, al punto que tocaron la puerta de la casa de mi madre, una señora ya en sus 94 años, que reside en un edificio en el que varios apartamentos son habitados por funcionarios diplomáticos y consulares españoles.
Peor actitud de atemorización a la población en general y al activismo político en particular fue la detención del comunicador social Roland Carreño, de quien se sospecha participación en una supuesta conspiración armada con el respaldo de quién sabe qué agencia imperialista, ojalá no lo conviertan de sospechoso en preso político.
No fastidio más con esta criticadera porque he asumido la actitud de sospecha frente a cualquier cosa que se origine en Maduro o su asamblea constituyente, ya no tanto por su validez o legitimidad, en la que ya muy pocos creen, como este CNE y las elecciones del 6 de Diciembre, sino en cosas más sencillas y hasta útiles, como el supuesto fármaco descubierto en el antes tan respetado Instituto de Investigaciones Científicas (IVIC) que liquidaría al COVID 19. En este caso no es que se me haya inducido a la duda por un complejo sistema de generación de sospechas, sino que pareciera que Maduro aprendió a mentir y piensa que lo hace bien, pero como se le ve la costura, le sale la sanción que el abuelo de un buen amigo sugería al decir a un embustero descubierto: «El problema no es que me hayas mentido, sino que ahora no te puedo volver a creer».
Así que espero que esta nueva salida de Leopoldo López no sea otra salida en falso, porque en esa rueda de prensa madrileña me dio nuevas esperanzas y devolvió, a mí y a otros con los que conversé, una sonrisa que esperamos mantener.
Caracas, 27 de octubre del año del Covid 19.