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Henry Escalona Meléndez: Maduroshenko

 

A la casa de mis abuelos en Barquisimeto iba a prestar sus servicios una dama de origen extranjero a quien todos llamábamos la señora Vera, ella daba masajes terapéuticos a mi abuela, mi madre y alguna tía que eventualmente se ponía en la cola del servicio de la masoterapeuta. Aquella mujer llamaba la atención por su tamaño, el sonido de su palmadas en la piel de las pacientes y su acento particular al hablar, quizás hay sido esto último lo que más llamó la atención al niño de 7 años que me presta sus recuerdos. Las palabras arrastradas y el castellano de la señora motivaron la curiosidad infantil por saber de dónde venía esa oralidad tan peculiar. . La primera respuesta que me dieron los mayores no satisfizo en nada mi duda, la señora Vera es extranjera me dijeron, lo cual no fue suficiente para detener mi inquisición, , hasta que un día José Benigno Gutiérrez, un pariente de mi abuela, me dijo que Verushka era rusa blanca. Pregunté entonces si es que había rusos negros y me respondieron que así llaman a los naturales de Bielorrusia, un país que en ese entonces formaba parte de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas.

La curiosidad me dio entonces por interrogar sobre si la señora Vera sería un agente del comunismo internacional, pero me aclararon su condición de refugiada que huía de la persecución bolchevique y la ruina de la postguerra de 1945; entonces me atreví a averiguar dónde quedaba Bielorrusia, eso sí, sin preguntar a Vera.

La lectura no tan ágil de un niño de primer grado vagó por diccionarios y enciclopedias hasta formarse una idea de papel de aquel país, hoy wikipedia me ayuda a compartirlo con ustedes así:

Bielorrusia o Belarús, según la nomenclatura de la ONU;   es un país soberano sin litoral situado en Europa Oriental que formó parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta 1991. Limita al norte con Lituania y Letonia, al este con la Federación de Rusia, al sur con Ucrania y al oeste con Polonia. La capital es Minsk.

Un país que no ha tenido tiempo de crearse una identidad nacional, a pesar de tener un idioma propio (el bielorruso), pues ha pasado por distintas dominaciones que han afectado su carácter e historia y hasta 1990 fue la República Socialista Soviética de Bielorrusia y parte de la URSS. En 1991 declara su independencia y comienza una nueva etapa histórica. Aleksandr Lukashenko ha sido su presidente desde 1994, entonces era un político bigotón y poco conocido del que nadie imaginaba su amor por el poder, quien siempre mantuvo su cercanía con Rusia y sus políticas, al punto que el año 2000 Bielorrusia y Rusia firmaron un tratado para una mayor cooperación, con algunos toques para la formación de un estado de la Federación Rusa.

La dictadura de Lukashenko ha dado progreso material a su país, pues tiene estándares superiores a muchos países de la UE en diversos renglones, pero lo ha alejado del progreso democrático y del pluralismo ideológico y económico. Las elecciones amañadas de la dictadura bielorrusa han ganado la crítica de la Unión Europea y de las internacionales políticas. El señor Lukashenko se ha construido un sistema político a su medida y su relación con Rusia le permite lanzar trompetillas a las autoridades paneuropeas y a sus conciudadanos que aspiran a una sociedad con instituciones democráticas y participativas.

Por estos lares del Norte del Sur, otro bigotón como el amigo de Belarus, pide ayuda a Rusia a ver si puede montar un experimento como el de aquel país eslavo, sin los éxitos económicos de Bielorrusia pero con elecciones en las que participe el 20% poblacional y que arrojen resultados del 90% de participación con un 80% de votos favorables al candidato del PSUV, gracias a la supervisión del Consejo Nacional de Opacidad Electoral.

Los resultados del candidato de aquí, al que llamaré Maduroshenko, son celebrados por Rusia y sus socios en la Internacional de Países Opacos, pero no pueden ser contradichos por los venezolanos porque les sale el mismo tratamiento que le da el bigotón eslavo a sus conciudadanos: gas del bueno, palo, plomo, cárcel, tortura, exilio y hasta cementerio.

Todo parecía marchar a toda vela para Maduroshenko en su empeño de tener su órgano electoral a la medida, su oposición hecha a la medida, su ejército y su Rusia respaldándolo, su propio Tribunal Supremo nombrado por él y una Unión Europea aparentemente neutralizada. Pero cuando ya parecía seguro su arribo al puerto del 6 de diciembre, comenzaron a sentirse las variables derivadas del COVID19: el informe de la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, el descontento de los socios políticos que comienzan a alejarse del entorno psuveco y las carencias a las que ha sido sometido el pueblo más pobre, supuesto beneficiario principal del proyecto chavista, han dejado predominar la rabia sobre el miedo y que la gente marche a tomar Bastillas en cada pequeña ciudad o poblado en los que no haya electricidad, agua potable, gas doméstico, alimentos, medicinas, hospitales, efectivo, transporte público, diversiones, empleos, comunicaciones y cualquier atisbo de buena calidad de vida.

No sé cuánto podrá durar la molestia, si crecerá o será extinguida al mejor estilo del señor Maduroshenko, pero al escuchar unas declaraciones del señor Andrés Caleca y otras voces de peso sobre la situación técnica del organismo rector electoral, que es deplorable, se me hace que las elecciones del 6 de diciembre del 2020 tienen suficiente plomo en el ala como para que se pueda negociar su diferimiento y cambio de condiciones y garantías para otra fecha.

Así el amigo Nicolás podría reflejarse en otra imagen, la de un dictador más potable para el mundo democrático y la Unión Europea, digamos el turco Erdogan, más cerca en apariencias de Europa que de Rusia, pero también buen amigo del régimen psuveco, así cabría la posibilidad de que Maduro nos convenza con otro disfraz y nos haga creer que es tu Erdogan o hasta mi Erdogan.

 

En la Villa de Santiago de León de Caracas, el 28 de septiembre de este año de pandemia.

 

 

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