Mariano Rajoy y Theresa May durante su encuentro en Downing Street el 5 de diciembre. MATT DUNHAMPOOL /GETTY IMAGES
Debería estarles prohibido a los políticos hablar de historia sin asesorarse antes
Se quejan mis paisanos leoneses de que en un reciente viaje a Londres el presidente Mariano Rajoy manifestara al diario The Guardian su felicidad por estar en la cuna del parlamentarismo cuando la Unesco distinguió a León hace poco precisamente con ese título en recuerdo de las primeras Cortes celebradas en el mundo con participación de representantes del pueblo junto con los de la nobleza y el rey el año 1188 en la basílica de San Isidoro. Como el Marca no publicó la noticia, se ve que Rajoy no se había enterado pese a que fue su propio Gobierno el que instó la declaración de la Unesco.
Para los leoneses llovía sobre mojado, pues no hacía mucho tiempo que el expresident catalán Puigdemont, con ocasión de otra visita a Londres (¡¿qué tendrá esa ciudad que en cuanto la pisan todo el mundo se pone a hablar de historia venga o no venga a cuento?), afirmó que las primeras Cortes del mundo se celebraron en una ciudad de Francia perteneciente entonces a Cataluña en el siglo XI. No dijo el nombre de la ciudad, pero tampoco hizo falta, puesto que Puigdemont no precisa probar las cosas para que sean verdad. El alcalde de León le envió una dolida carta aclaratoria, pero ni siquiera recibió respuesta. No así de Mariano Rajoy, que le contestó en seguida disculpándose por la equivocación —que atribuyó al equipo de prensa, naturalmente—, quizá por ser del mismo partido.
De todos modos, que no se quejen los leoneses de que se tergiverse su historia, puesto que ni son los únicos ni los primeros a los que les sucede. El propio Rajoy lleva presumiendo tiempo de que el país que preside es el más antiguo del mundo sin que nadie le haya explicado que Portugal ya existía como es hoy, plaza de Olivenza al margen, tres siglos antes que España. Debería estarles prohibido a los políticos hablar de historia sin asesorarse antes bajo pena de cárcel en La Codorniz, aquella revista satírica a la que tanto echamos en falta algunos ante la cantidad de barbaridades que hemos de escuchar sin que nadie las ponga freno, al revés: mientras más escandalosas son más éxito popular alcanzan, especialmente en los territorios en los que la historia está al servicio de la política, que ya son la mayoría. Lo peor es que los historiadores callan, unos por sumisión al poder político que los encumbra y otros por falta de audiencia, relegada la Historia como la Filosofía y como las Humanidades todas a un segundo o tercer plano en esos planes de Educación que los gobiernos utilizan para adoctrinar a los estudiantes, no para hacerlos pensar.