Ninguna historia es tan apropiada para este mes destinado a crear conciencia mundial sobre los retos del autismo como la de R.J.Peete, encargado del club-house de los Dodgers de Los Ángeles, que Steve Pemberton recoge en su obra The Lighthouse Effect.
Hijo gemelo de una hermana normal, de una exitosa pareja del jet-set nacional; él, quarterback estrella del fútbol americano y ella actriz y cantante famosa por sus papeles en popularísimos culebrones, R.J manifestó a los dos años el padecimiento que afecta a uno de cada 54 niños en su país, en un nivel que le condenaba a una vida absolutamente marginal, según la agria especialista a quienes sus padres acudieron atribulados.
Pemberton, sin embargo, pudo incluirlo entre sus casos de recuperación porque el pequeño logró salir adelante gracias al empeño familiar y la bondad de una legión de gentes ordinarias que –como los 22.900 faros esparcidos sobre el planeta que inspiraron el título de su libro- llegan a ejercer un impacto trascendental en otras, necesitadas precisamente de respaldo.
Como el propio autor, internado en un abominable orfanato, que logró salvarse por la intuición y el afecto de John Sykes, un maestro de secundaria de Massachusetts, a quien dedica una de las semblanzas más hermosas.
“En un mundo plano –escribe– el faro es la estructura más elevada en el mar; enclavado en un ambiente alternativamente pacífico y turbulento, es noble, desinteresado, fiel y leal, no precisa de reconocimiento ni busca recompensa alguna; rara vez tiene nombre; lo identifican su belleza y su poético diseño; no juzga ni pregunta cómo el viajero llegó a verse en peligro, porque al fin y el cabo comparten la misma tormenta, ni le interesan su status socioeconómico o su credo político, porque su única misión es protegerlo
Después del apoyo familiar que le permitió completar el bachillerato y devenir una suerte de portavoz de sus compañeros de infortunio, los Dodgers fueron el faro de R.J, cuando el vicepresidente ejecutivo del team escuchó en tv su solicitud de empleo y de acuerdo con uno de sus copropietarios, el basquetbolista Magic Johnson, fue contratado como asistente del club-house.
Una posición en la que R.J ha ido ascendiendo desde hace siete años hasta ganar el respeto de dirigentes, peloteros y público por la seriedad con que enfrenta tareas para nada subalternas y sí muy exigentes, de las que dependen hasta cierto punto la armonía dentro de la cueva e influyen naturalmente en el éxito en el campo de juego; hasta su consagración, cuando, radiante de alegría, fue colocado con los coaches y jugadores en la línea de primera base en el juego inaugural de un campeonato.
“Puede que yo tenga autismo, pero el autismo no me tiene a mí”, es el lema de quien al mismo tiempo trabaja como guía en el Centro de Dicción y Terapia del Lenguaje de Los Ángeles que lo atendió en su niñez, es aficionado a la música rap y el modelismo y junto con su madre ha escrito un libro y realiza giras nacionales para hablar de su experiencia personal contra el síndrome.
Con el paso de los años –concluye Pemberton- R.J ha hecho de los más jóvenes su prioridad y se transforma al rodearse de otras personas en su misma situación, “su energía se concentra y entrecierra los ojos mirando a su nuevo amigo como si leyera en él y siempre interroga a sus consejeros o maestros sobre sus capacidades, tratando de establecer con ellos cualquier tipo de conexión y ellos responden e interactúan como si compartiesen un lenguaje especial del que carece el resto de nosotros”.
Winterthur, abril de 2023.