Humberto García Larralde: No apto para gobernar
El diario El Nacional reseña los siguientes denuestos de Maduro en el acto conmemorativo del intento de golpe de Estado de Hugo Chávez, del 4 de febrero de 1992:
“Lorenzo Mendoza eres un verdadero ladrón. Llamo al pueblo a desenmascararlo en las calles (…) Si no puedes con tus empresas entrégaselas al pueblo (…) aquí te espero, traidor. Da la cara, oligarca, bandido, ladrón…”
Con tales insultos buscó responder a unas propuestas del presidente de Empresas Polar sobre cómo superar la terrible crisis económica que ha precipitado el régimen Chávez-Maduro. Reacción tan destemplada revela un complejo de culpa que lo atormenta, que no sabe cómo enfrentar. Tan perturbadas pataletas expresan su impotencia por enfrentar la crisis y la falta de coraje para sacarse de encima los disparates del legado de Chávez –el “socialismo del siglo XXI”-, que, en su fuero interno, reconoce como la causa del descalabro que sufre la población venezolana. La frustración de saber que se montó en el tren equivocado –recuerden el comienzo de la película, Manhattan, de Woody Allen- y que Lorenzo Mendoza, el “enemigo” que infructuosamente ha tratado de venderle al país, se lo recuerde de cuando en vez con sus sensatas ponderaciones, consigue escape solo en violentas irrupciones de malcriado como las reseñadas. Desesperado porque ve como el poder se le escurre entre los dedos sin saber cómo evitarlo, explota frenético.
Tal conducta, reprobable en menores de edad, es absolutamente inaceptable en quien ocupa el máximo cargo de conducción de los destinos de la nación. Es expresión palmaria de que Nicolás Maduro no es apto para gobernar un país, diría que ni siquiera una Junta de Condominio.
El ejercicio fascista del poder se construye edificando, con la propaganda y el dominio de los medios de comunicación, una falsa realidad en la que “nosotros” –los buenos- se enfrentan en combate épico con los “otros” –los malos. Emplea contraposiciones simbólicas diseñadas para exacerbar las pasiones de sus partidarios y para alimentar odios contra quienes son señalados como enemigos. Se nutre de mitos fundacionales cuidadosamente cultivados que incitan a una epopeya “revolucionaria”. Si bien toda lucha política apela a lo emocional, en el fascismo la sin razón de la pasión es su signo distintivo. Ello rinde frutos cuando un líder carismático es capaz de evocar lealtades ciegas entre sus seguidores con base en representaciones emblemáticas –sean o no verídicas- que refuerzan la noción de que él es la única persona que puede redimirlos y que hay una conspiración montada que amenaza al sueño evocado, que obliga a cerrar filas en torno a él. El histrionismo de Chávez y la generosa chequera petrolera pudieron lograrlo; Maduro, no.
La sustitución sistemática de la realidad por artículos de fe transforma la gesta fascista en una guerra de fanáticos, que no encuentra salida sino en una confrontación final definitiva que limpiaría a la colectividad del fruto podrido. Las gríngolas autoimpuestas –máxima expresión de la irracionalidad política- impiden rectificar y conducen inexorablemente a la destrucción del movimiento. La película, “La Caída”, que exhibe a un Hitler extraviado con sus generales en su búnker, invocando batallones que no existen para lanzárselos a los soviéticos que se encuentran a las puertas de Berlín, ilustra magistralmente hasta dónde pueden llegar los extravíos del fanatismo. Prefirió la destrucción total antes que explorar posibilidades de pactar una rendición que podría haberle asegurado un final menos traumático, como buscó el mariscal Göering días antes. Éste tuvo que salir huyendo ante la ira del Führer, que lo acusó de alta traición. En estas circunstancias ningún atisbo de razón tiene cabida. Hitler culpó al pueblo alemán por no estar a la altura de sus designios y se suicidó.
Este tipo de comportamiento expresa una sociopatía criminal. En el caso venezolano, no importa el sufrimiento de la población, no tiene significación alguna las muertes que han empezado a producirse por no conseguir medicamentos, por no poderse operar o simplemente por hambre. La vocación totalitaria prohíbe ceder ante planteamientos más que razonables sobre la urgencia de rectificar. Entrampado por su cobardía para enfrentar el legado de su mentor –única fuente de legitimidad que le queda, aunque encogiéndose rápidamente-, y azuzado por las mafias que se han lucrado con los controles y el intervencionismo discrecional del “socialismo del siglo XXI”, arremete contra Mendoza, cuyas sensatas propuestas constituyen, para Maduro, una “guerra declarada”:
“En estos momentos de dificultades, espero acciones contundentes (…) La oligarquía parasitaria viene con todo con la guerra económica…”
Los desvaríos de seguir repitiendo -¡a estas alturas!- la idiotez de una guerra económica como único escudo –más bien, como hoja de parra mal colocada- para no desmontar la economía criminal que está acabando con la vida de los venezolanos, confirman que quien pretende mantenerse en el poder a toda costa, no está en sus cabales. Y como Hitler, no le ofrece al chavismo posibilidad alguna de sobrevivencia. Prosigue la reseña de El Nacional con los desvaríos del presidente:
«¿El pueblo va a permitir que la oligarquía, que ganó la Asamblea Nacional por la confusión de un sector de nuestro pueblo” –(¡!)– “tome el poder político en Miraflores? (…) Para eso es que nos estamos preparando, para no permitirlo ni por una vía ni por la otra, ni por las buenas ni por las malas (…) el pueblo” –que votó en su contra– “no debe permitir que la oligarquía trunque este camino hermoso de revolución».
Como buen fascista, todo lo concibe en términos bélicos, nada de negociar. ¡Hay que echarle la culpa a quienes amenazan su ejercicio despótico del poder, a ver si logra destruirlos! Y procede a culpabilizar a la Asamblea Nacional controlada por la oposición por la crisis económica (¡!):
«…no le importa la situación económica, se pusieron de espaldas al país y andan con una agenda improvisada, pirateando todos los días, (porque) es una Asamblea pirata. (…) La asamblea burguesa pirata que quiere venir ahora a sabotear a los ministros y quieren que los ministros se la pasen metidos allá perdiendo el tiempo con ellos».
¿No hay dentro del chavismo gente sensata -que debe existir; no todos pueden ser pillos y bribones- que lo convenzan de que colocarle epítetos a sus adversarios para negar sus planteamientos no basta para conservar el poder, y que debe renunciar antes de que termine de acabar con el país y con el propio chavismo? ¿Cómo no darse cuenta que no está apto para continuar como presidente? ¿Será que la oligarquía de militares y “revolucionarios” corruptos, tan comprometida con la expoliación del país, convencida de que no tienen salida, que no podrán disfrutar sus dineros mal habidos sino en Bielorrusia o Corea del Norte y que a muchos les espera prisión, está dispuesta a atrincherarse con Maduro hasta el final, aun cuando el festín terminó? ¿Dónde están los oficialistas que honestamente creen en el proyecto chavista –equivocados o no- que puedan negociar una transición constitucional con el país para resguardar su sobrevivencia política? Tienen la palabra.
Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV