Humberto García Larralde: La conflagración final
Es de mal gusto –por pretencioso- comenzar un artículo alardeando que uno tenía razón. “¡Se los venía diciendo!” es un reclamo odioso. Lamento, por tanto, tener que recordar que vengo señalando por años la naturaleza fascista del régimen chavista y que, en momentos en que se viera acorralado, buscaría apresurar una conflagración final para limpiar, de una vez por todas, el panorama de las supuestas “lacras” que impedían la instauración del ansiado Nuevo Orden.
Viene a la mente la imagen de Hitler en su bunker, asediado por las tropas soviéticas a las afueras de Berlín, ordenando, enloquecido, ofensivas de tal unidad del ejército contra el enemigo o de tal otra, cuando en realidad la wermacht ya había sido prácticamente aniquilada. Cuando Himmler, jefe de la SS, se escabulle del bunker para sondear posibilidades de paz con los aliados, Hitler lo tilda traidor y ordena su ejecución sumaria si se le capturaba. En la película “La Caída” se le representa denostando del pueblo alemán por no haber estado a la altura de sus delirios y escogiendo finalmente suicidarse como suprema manifestación de que, para él, no era aceptable ningún resultado distinto del triunfo absoluto.
Guardando la distancia, las manifestaciones últimas de Maduro, los hermanos Rodríguez, Diosdado y ahora también Aristóbulo –¡qué mal te empataste, hermano!– tocan teclas similares. Ante el rechazo abrumador a su destructiva conducción de los asuntos públicos, la plana mayor del fascismo criollo no busca enmendar entuertos: se atrinchera buscando la conflagración final. Insultos, atropellos violentos y burlas a la población alcanzan niveles cada vez más estridentes en la medida en que aumenta su desesperación. Provocan a las fuerzas democráticas esperando que caigan en la trampa de la confrontación violenta, escenario en el cual confían triunfar gracias a su supuesto control de la FAN y a su capacidad de desatar sus bandas malandro-fascistas para reprimir y matar impunemente.
Con las secuaces del CNE, le meten el dedo en el ojo a la gente con excusas pueriles para retrasar el referendo revocatorio y provocar su indignación al invalidar firmas que solicitaban la apertura del proceso. Para mayor irritación, Tibisay advierte que si hay disturbios –léase protestas por sus arbitrariedades y abusos- olímpicamente interrumpe el proceso. Jorge, el enfermo, disfruta acusando cínicamente a los que firmaron de tramposos, insulta a Capriles y reprime con saña a quienes pretenden reclamar el revocatorio en “sus” predios del Municipio Libertador. Maduro, luego de erigirse abiertamente como dictador, desconociendo las potestades de la Asamblea Nacional y desconociendo la Constitución, se emperra con un sistema odioso y discriminatorio de reparto de comida que pretende extorsionar a la población para conseguir su aquiescencia con sus desmanes -los CLAPs- y los impone a la fuerza, no obstante la protesta de la gente. Y Diosdado no desperdicia la oportunidad de enardecer a los opositores con calumnias, falsedades y burlas cínicas a sus reclamos de que se respete la constitución.
Para el imaginario fascista el mundo es de una sencillez pasmosa. Es de un blanco y negro prístino. No hay medias tintas: o se está conmigo o se está en el bando enemigo. Los que están con la revolución, inspirados en la gloriosa gesta de los libertadores, discípulos fieles de Chávez -es decir, la ficción del Noble Pueblo que no pide distingo alguno para sí como individuos sino que se entrega gustosamente por entero al destino colectivo que éste les señaló-, se enfrenta en lucha terminal contra los apátridas, los que reniegan del Nuevo Orden e insisten en sobreponer los derechos humanos y civiles de la Constitución a ese glorioso futuro común. Los buenos –nosotros, los “revolucionarios”– contra los malos –ellos, los otros.
En estos momentos de dificultad no hay plan “B”. El fascismo no sabe lidiar con la complejidad, por lo que desecha el juego político democrático ya que concibe a éste simplemente como una guerra. De ahí que se aferra -¡todavía!- a la estupidez de una supuesta “guerra económica” para explicar la grave situación de desabastecimiento y hambre que aqueja a los venezolanos, en vez de reconocer la necesidad de enmendar perentoriamente sus desastrosas políticas. Esta obcecación coloca al revocatorio como única salida, pero su prosecución es denunciada por el régimen como intento de desconocer los poderes nacionales, desestabilizar el país y conspirar con el “imperio” para “derrocar” a Maduro (¡!). Ya no importa que tales argumentos no tengan credibilidad alguna: se siguen repitiendo porque su intención no es la de convencer a la mayoría de venezolanos hoy enfrentados al gobierno, sino de convertirlos en bandera para aglutinar a los fanáticos violentos en torno a suyo para la batalla final. Toda negociación o diálogo sólo adquiere prestancia cuando permite ganar tiempo para acumular fuerzas para esta arremetida, pero nunca para ceder.
Lo paradójico, hoy, de la práctica Goebblesiana de repetir una mentira hasta convertirla en verdad es que en esta era de tan extendida inter-conectividad no funciona la censura y los únicos que terminan creyendo los embustes del gobierno son los chavistas fanáticos que no leen otro periódico o escuchan otro programa no sea oficialista. Es decir, lo de Goebbels opera al revés, ya que provoca el rechazo de la mayoría. No obstante, sirve de excusa para radicalizar la postura de confrontación violenta a la que se ha comprometido la claque en el poder.
Lo que está detrás de todo esto es la defensa de un régimen de expoliación por parte de la nueva oligarquía militar y civil, que se cobija en consignas “revolucionarias” para buscar legitimación. Diosdado Cabello, ícono del fascismo venezolano como ninguno, hace un llamado a la “rebelión popular” para enfrentar la revocación de Maduro. Pero, hablando de fascismo, es bueno recordar el trágico final de Mussolini, colgado con ganchos de carnicero junto a su amante Clara Petacci, de un poste luego de ser capturado por los partisani, tratando de huir de Italia. De seguir negando el revocatorio y no permitir una salida pacífica y constitucional a la crisis, es bueno que Maduro, Cabello y el resto de la cúpula se pregunten en qué lado de la ecuación van a quedar en un posible desenlace de esta naturaleza. Seguir cayéndose a embustes puede resultarles fatal.
Humberto García Larralde: economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com