Ibsen Martínez: El petróleo blanco del ‘Chapo Furrial’
Chapo Furrial es el apodo que la sorna venezolana ha colgado del desaforado capitán Diosdado Cabello.
“Chapo”, por su presunta afinidad ocupacional con el mexicano Joaquín El Chapo Guzmán, despiadado y ubicuo capo del cártel de Sinaloa; “Furrial”, por llamarse así su pueblo natal.
A menudo descrito como el “segundo hombre fuerte” del “chavismo sin Chávez”, nuestro Chapo es, sin embargo, y a simple vista, el único hombre fuerte de Venezuela: últimamente, Nicolás Maduro se ha tornado invisible.
Quien domina la escena gubernamental es el omnipotente jefe militar de una nutrida facción del PSUV (partido del Gobierno), actual presidente de la Asamblea Nacional, y hombre señalado por la DEA como capo de un cartel de generales que pretende sojuzgar a Venezuela desafiando todo indicio, económico o electoral, de que el ciclo autoritario del delirante colectivismo “petroestatal” bolivariano se acerca a su fin.
En poco más de dos años, Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, ungido in articulo mortis por el mismísimo caudillo, se ha reducido a ser presidente pelele de una caribeña satrapía militarizada. Un títere mortífero, por cierto, pero únicamente mascarón de Chapo Furrial y su panda.
Maduro es rehén, además, de otros muchos generales quienes, aun sin llegar a ser narcotraficantes, se cuentan entre las logias militares más corruptas que registra la historia de América Latina. Esa condición, sin embargo, no impide (al contrario: facilita) la participación de la familia extendida de Cilia Flores, la “Primera Combatiente”, en el acarreo internacional de cocaína y el lavado de dólares.
Tal configuración (un ruin y dócil “jefe de estado” civil, cómplice rehén del estamento militar), no es nueva: es decimonónicamente latinoamericana y pervivió hasta la octava década del siglo pasado. Venezuela ha retrocedido hacia ella por vía de la “democracia no-liberal”, tan favorecida por el neopopulismo continental. Y entre las novedades que trajo el “socialismo del siglo XXI” está el papel que juega la metastásica voracidad del narcotráfico en complicidad con la jerarquía militar.
“No hay negocio en el mundo tan dinámico, tan incansablemente innovador, tan leal al más puro espíritu del libre mercado como el negocio global de la cocaína”, afirma Roberto Saviano, escritor italiano que lleva ya una década viviendo como vivió Salman Rushdie: oculto y sentenciado a muerte por la Camorra, implacable mafia napolitana cuyos secretos expuso Saviano, estremecedora y concienzudamente, en su best-seller Gomorra.
En su último libro, Cerocerocero (Anagrama, 2013), dedicado a los manejos del narcotráfico global, Saviano argumenta que el narco es un mercado moderno e innovador en el sentido “destructivo-creativo” que Schumpeter dio a esa palabra. “La cocaína es un activo seguro, un activo anticíclico, que no le teme a la escasez de recursos ni a la inflación”. Quienquiera sea el cerebro del cartel de los generales (¿el Chapo Furrial?, ¿el antiguo jefe de la inteligencia militar, también general, apodado Pollo Carvajal?), arribó hace tiempo a las mismas conclusiones.
Quizá el aporte a los métodos del narco que singulariza al cártel de los generales bolivarianos es saber dar uso, sin melindres, al poderío del ejército, la aviación y la armada en la protección de las rutas de la cocaína desde Colombia hacia el resto del mundo. Y, al mismo tiempo, disponer de la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa) como lavandería. Digamos mejor: como colosal “refinería” de dinero irónicamente negro.
Mañana martes tomará posesión de sus escaños la nueva Asamblea Nacional. Y con seguridad, Chapo Furrial hará lo inconcebible —sí, lo inconcebible— por no ser despojado jamás de sus inmunidades ni vestir un overol anaranjado para ser conducido ante un juez federal estadounidense.
Twitter: @ibsenmartinez