Ideas para moderados
Un debate artificial entretiene la espera del centro-derecha español antes de la disputa electoral que se adivina intensa y confusa. Ideología o gestión: he aquí el dilema. Toda sociedad propensa a la inmadurez política (y me temo que ya lo son casi todas) es víctima potencial del populismo. El éxito de los extremistas es consecuencia del fracaso de los moderados. La política, espejo de la vida, tiene horror al vacío: el espacio que nadie ocupa abre una oportunidad para los ambiciosos sin escrúpulos. De ahí la responsabilidad que alcanza por igual a los partidos sistémicos que en España llegaron a nutrir un bipartidismo (casi) perfecto y ahora pierden el rumbo ante el auge de opciones radicales, difíciles –pero no imposibles– de combatir.
Hablamos hoy del ámbito liberal y/o conservador. Nuevos tiempos para un Partido Popular que, líderes al margen, oscila entre Escila y Caribdis: bien la confrontación ideológica, a veces de trazo grueso, contra cualquier cosa que parezca ‘izquierdismo’, bien la apuesta por una gestión eficaz liberada de la engorrosa política de las ideas. Falso dilema, a mi juicio, que exige moderación y buen sentido por parte de sus protagonistas si no quieren dar bazas gratuitas a los adversarios, sean internos o externos al bloque de los votantes potenciales.
Los intelectuales contamos con una ventaja no desdeñable: nadie nos exige soluciones para anteayer, como a los políticos; tampoco debemos explicar en el acto lo que todavía no ha ocurrido, como hacen los periodistas. Por eso, el enfoque de la batalla ideológica se plantea a medio plazo, con sosiego y sin urgencias. Es, ante todo, una apuesta por la libertad personal y su correlato natural, el sentido de la responsabilidad: en el marco de la ley, los ciudadanos de un Estado democrático somos todo lo libres que queramos ser para tomar decisiones propias. Pero también somos responsables de nuestros actos, aunque no lo quieran escuchar nuestras sociedades de adolescentes perpetuos; es decir, el hombre masa orteguiano, caldo de cultivo cultural del populismo. Es obligado defender el mérito frente al (falso) igualitarismo. El estudio, el trabajo, el esfuerzo, incluso la suerte, son factores que legitiman el éxito porque favorecen a la sociedad en su conjunto. Es preciso defender la pulcritud y la obra bien hecha: cada cual en su ámbito propio debe hacer su trabajo lo mejor que sepa y pueda. La ejemplaridad del día a día (la lucha «contra la chapuza», en términos coloquiales) mejora la calidad de la vida, el respeto hacia uno mismo y hacia los demás, la dignidad constitutiva de la frágil condición humana.
Trabajo desde hace tiempo en un proyecto académico que lleva por título ‘Biografía de la libertad’, en el marco de las grandes etapas de la cultura europea: Renacimiento, Barroco, Ilustración, Romanticismo, Modernidad y Posmodernidad. La Historia de las ideas políticas es fuente perpetua de aprendizaje. Por eso no consigo entender que el centro-derecha sea renuente a plantear un debate en el que lleva todas las de ganar. Con una precisión importante: la mal llamada guerra ‘cultural’ (no degrademos, por favor, esa hermosa palabra) no significa llevar la contraria a las evidencias más elementales solo porque lo dice la izquierda, aunque a veces el tono del adversario resulta exasperante. Cuando sale el sol, no hay que contestar «buenas tardes», lo diga Agamenón o su porquero. Hablemos, pues, de cosas serias, y no de alimentar ese rencor ideológico que tanto perjudica al debate racional sobre los asuntos públicos. Esta es mi tesis principal: buenas ideas y gestión eficiente son dos factores complementarios de un mismo proyecto. Se llama, otra vez, ‘libertad’. Fueron Adam Smith y los economistas clásicos quienes construyeron la Economía política como fuente de prosperidad frente al Estado ineficiente. Fue John Stuart Mill quien publicó su formidable ‘On Liberty‘ como la mejor expresión teórica de la superioridad ética de la libertad sobre la obediencia servil. Y así, tantos otros ejemplos.
Grave error buscar el contraste entre afinidades naturales. Los moderados jugamos en un mundo propio de convicciones firmes y no somos –como dicen los extremistas– ni tibios, ni confusos, ni mucho menos cobardes. Lo siento por ellos. No hay soluciones mágicas, porque casi todas están inventadas. Aquí va una primera relación de ‘ideas para moderados’, susceptible de muchas adiciones. Libertad y responsabilidad, pareja indisoluble. Imperio de la ley. Educación, respeto, civismo: buenos modales y delicadeza en el comportamiento. Honorabilidad y principios éticos. Rigor, austeridad, honradez. Naturaleza instrumental de los bienes materiales: por fortuna, el dinero no lo puede todo. Reconocer el mérito: el triunfo de los mejores es bueno para todos. Espíritu abierto al mundo. Patriotismo sensato, lejos del localismo ridículo y aldeano. Ideas claras y rechazo del pensamiento débil. Perseverancia e ilusión renovados frente al ambiente apático y superficial. Son las viejas virtudes liberales, de honda raíz humanista. No hay que inventar casi nada, insisto: Atenas, Roma, Jerusalén, Europa moderna, la mejor América (aunque a veces nos decepciona…). Orgullo legítimo y también espíritu crítico sobre la realidad histórica y actual de España, una nación a la altura de cualquier otra, con sus grandezas y servidumbres, faltaría más. Y, por supuesto, la Constitución, la Monarquía parlamentaria, la integración en Europa y el Estado autonómico, plenamente compatible con la soberanía nacional única.
Cuando se saben los nombres, se saben también las cosas. Aquí van unos cuantos protagonistas de la Historia de las Ideas: no hay españoles para no despertar sentimientos de agravio. Entre los clásicos, Aristóteles y Cicerón, el equilibrio por naturaleza. En cuanto a la Modernidad: Locke, liberal genuino; Hume, filósofo del sentido común; Montesquieu, moderado máximo; Burke, conservador inteligente; Tocqueville, aristócrata genial; Stuart Mill, utilitarista de nación. En el siglo XX: Aron, resistente contra los totalitarismos; Hayek, la moral del mercado libre; Berlin y Acton, la elegancia irrefutable; Nozick y su heterodoxo contrato social… ¿Por qué eludir el debate de las ideas contando a favor con estos ‘grandes’ del pensamiento? Y, por supuesto, vamos a jugar en el campo de la Ilustración y olvidar querencias premodernas, ajenas a la estética (y a la ética) del siglo XXI. Buen motivo para discutir con argumentos en favor de la sociedad menos injusta de la Historia. Otro día habrá que aportar ideas para moderados de la izquierda, que también los hay (y no pocos), pero que se muestran igualmente confusos y desorientados ante algunos despropósitos al uso.
Bienvenida, pues, la aportación complementaria desde la ideología y desde la eficiencia. Tanto suman los buenos gestores como los polemistas hábiles. Si se hacen bien las cosas, los populistas (de todos los partidos) tendrán que rendir democráticamente sus armas. Buena noticia para todos.
*Benigno Pendás es presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas