Ignacio Camacho: En defensa de la nación
La amnistía abre un cisma que cuestiona la nación, deslegitima la soberanía y rompe el contrato social de convivencia cívica
LA nación no es un territorio, ni un paisaje, ni una comunidad emocional, ni un mito político, ni siquiera un Estado protegido con fronteras: la nación es antes que todo una idea en torno a la cual los ciudadanos arman, a través de la democracia y de sus leyes, un proyecto de convivencia. La nación la gesta la Historia pero en la sociedad moderna la alumbra un pacto constitucional que articula un modelo y crea un régimen normativo, un sistema. La nación es un acuerdo de unidad definido en Europa desde la Revolución francesa y perfeccionado, no sin grandes conflictos, a lo largo de dos centurias y media. Y cuando está en riesgo ese concepto de tolerancia y coexistencia, la ciudadanía que le da sentido tiene la obligación y la necesidad de salir en su defensa.
Eso es lo que ocurrió este domingo en Madrid, corazón político y simbólico de España. Más que una expresión de rechazo contra Pedro Sánchez, que obviamente también lo era, la concentración constituía un grito de alarma. Muchos españoles, la mitad más o menos, sienten que la estructura de su nación está bajo amenaza. No se trata de cuestionar un pacto legítimo de gobernabilidad sino de denunciar que la alianza parlamentaria en ciernes representa el desmantelamiento de la Constitución sobre la que se basa el armazón de las libertades democráticas. Podrá objetarse que en los manifestantes latía un sentimiento de frustración por el resultado de las elecciones pasadas. Y es cierto, pero no menos que la evidencia de que se está perfilando un acto de exclusión sectaria y de ruptura de los principios de mutua confianza.
El plan de amnistía del golpe independentista no sólo significa una desautorización de la justicia sino una humillación gratuita a las instituciones, Corona incluida, que salieron al paso de un desafío contra el sujeto único de la soberanía. Una carga de dinamita en los cimientos del contrato social que permitió salir de la dictadura franquista. Una voladura del orden jurídico, un cisma capaz de enredar a la población en un clima de hostilidad compulsiva. Una herida por la que pueden desangrarse las ya delgadas venas de la paz cívica.
El inesperado fracaso electoral ha situado al PP de Núñez Feijóo en la difícil tesitura de canalizar la oposición a este cambio radical de las reglas de juego. Y ha de hacerlo sin ahondar aún más la brecha de desafecto abierta por el sanchismo con su estrategia de enfrentamiento y de aniquilación de cualquier atisbo de consenso. La demostración de músculo de Madrid será un mero espejismo callejero si el martes no aflora en el Congreso un sólido modelo alternativo al de la sinrazón disgregadora que caracteriza este tiempo de anomalías, crisis destituyentes y desafueros. Aunque la votación esté perdida, hay un liderazgo por ganar y una esperanza por sembrar en ese pueblo que clama exigiendo respeto a la nación como espacio común de encuentro.