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Implicaciones de la participación de Corea del Norte en la guerra Rusia-Ucrania

Putin y Kim, un encuentro de conveniencia

 

En un mundo cada vez más interconectado, los conflictos armados trascienden fronteras, generando implicaciones que van más allá de los territorios directamente involucrados. La guerra en Ucrania, que estalló en 2022, ha sido un punto focal de tensiones geopolíticas en Europa, pero también ha despertado el interés de naciones fuera de la región, incluyendo Corea del Norte.

Este país, históricamente aislado y con una agenda militarista, ha encontrado en la invasión de Rusia a Ucrania una oportunidad no solo para consolidar su posición en el escenario internacional, sino para impulsar su objetivo de convertirse en una potencia nuclear y poner en jaque a su histórico enemigo: Corea del Sur.

La participación de Corea del Norte en la guerra no es un fenómeno aislado, sino parte de una estrategia más amplia que busca desafiar el orden internacional establecido. Desde el inicio del conflicto, Corea del Norte ha ofrecido apoyo a Rusia, tanto en términos de declaraciones políticas como mediante el suministro de armamento. Es importante destacar que la relación entre Rusia y Corea del Norte no es nueva; se remonta a la fundación de ese país en 1948. Tras la II Guerra Mundial, el régimen de Joseph Stalin respaldó a Kim Il-sung, abuelo del actual líder, ayudándolo a establecer un sistema político similar al de la URSS, el JUCHE, pero adaptado a la cultura y tradiciones coreanas. 

Moscú apoyó a su aliado durante la Guerra de Corea (1950-1953) y, en las décadas siguientes, junto con China, se convirtieron en defensores del régimen de la dinastía Kim, proporcionándole generosos recursos económicos y materiales.

No obstante, las relaciones entre Pyongyang y Moscú se deterioraron tras el colapso de la Unión Soviética. En el actual escenario bélico, esas relaciones han cobrado particular relevancia tras la firma, hace tan solo seis meses, de un «Acuerdo de Asociación Estratégica Global», que reafirma el compromiso de ambos países de cooperar en áreas estratégicas, incluyendo la defensa y el intercambio de recursos militares. Este pacto, además incluye un acuerdo de defensa mutua que prevé asistencia militar en caso de que uno de los dos países sea atacado por un tercero. Su artículo 4 establece que: «si una de las partes se encuentra en guerra debido a un ataque armado de uno o más Estados, la otra parte le prestará inmediatamente asistencia militar, por todos los medios a su alcance, de acuerdo con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas y las leyes de la República Popular de Corea del Norte y de la Federación Rusa».

Lo lamentable es que uno de los firmantes es un agresor histórico, no el agredido. Pero más grave aún es que establece que el acuerdo está conforme con el artículo 51 de la Carta de la ONU. Según esa interpretación, pueden actuar a su antojo en el ámbito del derecho internacional, sin que haya forma de detener su agresión. Vale señalar que el resto de los países miembros del devaluado organismo internacional no se ha dado por aludido con el pacto de agresión firmado por esos dos países. 

Ciertamente, el mensaje que los habitantes de este planeta estamos recibiendo no es positivo y explicaría el porqué de la delicada situación en Medio Oriente, Asia, África y América Latina. Es un tema que merece ser reflexionado.

Si bien este acuerdo se enmarca en un contexto de creciente aislamiento internacional de Rusia debido a las sanciones impuestas por Occidente tras su invasión a Ucrania, también es cierto que, para Corea del Norte, fortalecer la alianza con Moscú representa una oportunidad no solo de recibir apoyo militar y económico, sino también de elevar su perfil internacional y desafiar la influencia de Estados Unidos y sus aliados en la región. 

Las disposiciones del acuerdo permiten a Corea del Norte acceder a tecnología militar rusa, lo que podría tener implicaciones profundas en su capacidad bélica, maximizando sus beneficios en un entorno global incierto. Esto plantea interrogantes sobre el impacto de su participación en la estabilidad regional y global.

Así mismo sugiere, que los aliados de Corea del Sur, especialmente Estados Unidos, podrían verse obligados a intensificar su presencia militar en la península coreana, incluyendo el despliegue de sistemas de defensa sofisticados y el incremento de la presencia militar en la región, agudizando las tensiones ya existentes. A nivel interno, en Corea del Sur, el impacto también podría ser significativo. Un aumento en la percepción de amenaza provocaría un cambio en las prioridades políticas, enfocándose más en la defensa y la seguridad nacional, lo que podría llevar a una postura más militarista y menos abierta al diálogo con el Norte.

El rol de China en esta dinámica no debería subestimarse, ya que, como principal aliado y benefactor económico de Corea del Norte, podría desempeñar un papel importante tanto en moderar las acciones de Pyongyang o, por el contrario, respaldar sus decisiones, dependiendo de cómo evolucione la situación. Las relaciones entre China, las dos Coreas y otros actores internacionales podrían volverse aún más complejas, afectando la estabilidad geopolítica en la región de Asia-Pacífico.

Cabe señalar que la colaboración militar entre Rusia y Corea del Norte no solo prolonga el conflicto en Ucrania, sino que también establece un precedente peligroso para futuras alianzas entre regímenes autoritarios. Este escenario genera serias preocupaciones sobre la estabilidad y la seguridad global en los años venideros.

A lo interno de Corea del Norte, el escenario es aún más incierto. El exdiplomático norcoreano Ri Il-kyu, que desertó a Corea del Sur, ofrece una visión alarmante del régimen de Kim Jong-un en una reciente entrevista con la BBC. Asegura que el jefe de la dinastía Kim está intensificando su control y terror debido a la creciente deslealtad entre la élite, a medida que muchos comienzan a cuestionar su autoridad. Asimismo, sostiene que el régimen de Corea del Norte nunca abandonará sus armas nucleares, aunque podría buscar acuerdos engañosos para congelar su programa a cambio de un alivio de sanciones.

En cuanto a las relaciones entre Corea del Norte y Rusia, Ri considera que el conflicto en Ucrania ha beneficiado a Pyongyang, permitiéndole avanzar en su desarrollo militar. En esa misma entrevista, aseguró que «Kim Jong-Un es muy consciente de que la lealtad está menguando y por eso está intensificando su régimen de terror», además del descontento popular que está en aumento, enfatizando que la vigilancia del régimen es demasiado eficiente como para que se produzca un cambio inmediato.

Responder a esta alianza no será sencillo. La relación entre Rusia y Corea del Norte evidencia que las sanciones económicas, aunque poderosas, no siempre logran aislar por completo a los regímenes autoritarios. Ambos países, enfrentando un aislamiento similar, han demostrado que pueden apoyarse mutuamente para resistir la presión internacional.

Dentro de la Comisión Europea y la OTAN, se han expresado crecientes preocupaciones por el apoyo de Corea del Norte a Rusia en la guerra de Ucrania. Si bien las declaraciones son cautelosas, señalan que la intervención norcoreana podría representar una «escalada grave» y un peligro significativo para la estabilidad mundial. Uno de los actores más afectados en este escenario ha sido la ONU, que parece más a la deriva que nunca, incapaz de responder a crisis que van desde los estallidos de violencia en Sudán y Nagorno-Karabaj hasta el golpe de Estado en Níger. Ya en septiembre de 2023, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió en la reunión anual de la Asamblea General que se avecinaba una «gran fractura» en el sistema de gobernanza global.

La guerra entre Israel y Hamás amenaza con dar el golpe de gracia a la credibilidad de la ONU en su capacidad de responder a las crisis. Pronto, los gobiernos nacionales y los funcionarios de la ONU tendrán que enfrentar la cuestión de cómo puede contribuir la ONU a la paz y la seguridad en un momento en que los puntos en común entre las grandes potencias se reducen día a día. Desde el fin de la Guerra Fría, los Estados y las organizaciones de la sociedad civil han pedido a la ONU que se ocupe de los conflictos grandes y pequeños como una cuestión de costumbre, pero ahora la institución parece estar chocando con sus limitaciones geopolíticas.

En 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala de Ucrania, que tuvo como resultado la mayor guerra terrestre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque las fuerzas bajo mando ruso y ucraniano son las únicas que luchan sobre el terreno, la guerra ha transformado la geopolítica al involucrar a docenas de otros países. Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han ofrecido un apoyo financiero y material sin precedentes a Ucrania, mientras que China, Irán y Corea del Norte han ayudado a Rusia de maneras cruciales. 

Menos de dos años después de la invasión rusa, Hamás llevó a cabo su brutal ataque terrorista del 7 de octubre contra Israel, provocando un ataque israelí altamente letal y destructivo contra Gaza. El conflicto rápidamente se amplió hasta convertirse en un asunto regional complejo, que involucra a múltiples estados y una serie de actores no estatales.

Tanto en Ucrania como en Oriente Próximo, lo que ha quedado claro es que el alcance relativamente estrecho que definía la guerra durante la era posterior al 11 de septiembre se ha ampliado drásticamente, se podría afirmar que estamos presenciando el fin de una era de guerra limitada y ha comenzado otra era de conflicto integral.

 

Luis Velasquez

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