In memoriam: R. P. Alejandro Moreno Olmedo, sdb
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
La mejor fecha para el encuentro definitivo con el creador, la encontró el Padre Alejandro, pues el 25 de diciembre, natividad del Niño Dios, la debilidad se hace carne para salvarla, expresión plena de su entrega en medio del pueblo sencillo y pobre de un barrio caraqueño, donde puso, él también su tienda durante muchos años. Pocos días antes de su muerte, calladamente me dijo que no se sentía bien para participar en un conversatorio, grupo de amigos, sacerdotes y laicos, que nos reunimos con alguna frecuencia para compartir informaciones, ideas y criterios de lo humano y lo divino. Cien horas después nos llegó la noticia de su desaparición física.
De sangre toledana, nacido en Torralba de Oropesa cerca del famoso pueblo de Talavera de la Reina, conocido por su rica cerámica, Alejandro vino a la vida el 22 de febrero de 1934. Su vocación cristiana la bebió en el hogar, y muy pronto, con apenas 16 años sintió su llamado a la vida consagrada a la vera de Don Bosco. Como era costumbre en aquel entonces, el llamado misionero postulaba hacerse a la nueva realidad a la que era enviado. En el Seminario Salesiano de Caracas cursó la filosofía (1950-53), y la teología en el instituto internacional de Ivrea (Italia) de la Sociedad de Don Bosco.
Regresó a Venezuela a ejercer su ministerio sacerdotal con el sello juvenil propio de su congregación. Su dedicación al estudio y la investigación lo indujo a estudiar Psicología en la UCAB (1967) y postgrado en psicología educativa en la Complutense, Madrid (1975), y Magister en la misma disciplina en la Simón Bolívar de Caracas (1979), obteniendo el título de doctor en Ciencias Sociales en la UCV (1993). Docente en diversas universidades nacionales y extranjeras. Su inquietud por hurgar en profundidad el comportamiento del venezolano, lo llevó a fundar y dirigir el Centro Salesiano de Psicología (1967), y el Centro de Investigaciones Populares (1990), donde ha dejado honda huella para conocer mejor la familia venezolana, la figura desdibujada del padre, y el comportamiento del malandro popular, en “Salimos a matar gente”. Con materiales del Archivo Arquidiocesano de Caracas, publicó “pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal”, donde se aprecia la conducta nada edificante del papá del Libertador y la reciedumbre del Obispo Díaz Madroñero, en el expediente que le levantó en visita pastoral a los valles de Aragua.
Pero más allá de su figura de gran intelectual, admiré siempre en él, -y me enorgullezco de haber gozado de su amistad y estima-, su sencillez y cercanía, la agudeza de sus juicios, la pasión por Venezuela y por su gente más humilde, su vocación de salesiano a carta cabal, dedicado a los jóvenes y la evangelización que tiene su raíz en el conocimiento adecuado de su cultura, para poder sembrar en tierra abonada la semilla del evangelio.
Somos deudores de la entrega y servicio sin mezquindades, de un hombre de Dios, desprendido, sin protagonismos, pero con la hondura de una recia personalidad castellana inculturada hasta los tuétanos en nuestro gentilicio. Venezuela toda, no sólo la Iglesia o su familia salesiana, tiene la obligación de reconocer y proyectar su ciencia y su virtud, a este pastor con olor a oveja con una clara vocación samaritana, para que la calidad de vida del venezolano sea la fuente y fecundidad de valores trascendentes. ¡Descanse en paz!