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‘Indiana Jones y el dial del destino’: Magnífica despedida a un actor, a un personaje y a su vestimenta

Lo que nos muestra James Mangold, el digno sucesor de Spielberg en la serie, es a un Indiana Jones joven, en plena forma y haciendo lo que sabe hacer con un patio de butacas: ponerlo de puntillas

Fotograma de ‘Indiana Jones y el dial del destino’ W.D.P.

 

Todo es muy bueno en este último Indiana Jones, salvo lo que es excelente y de prodigioso ingenio. El tiempo no maltrata a este héroe (el héroe como adversario y antagónico del superhéroe) ni tampoco a su protagonista, un Harrison Ford que está viejo, y joven, y ágil, y torpe, y que le da sentido él mismo a la aventura que se cuenta, que es un alarde de ritmo, de gracia, de magia cinematográfica y de máximo divertimento hasta que…, hasta que se eleva hasta el mismo cielo del cine y te viene a decir que de lo de atrás, lo pasado, aún está por llegar. Se sale de ver ‘Indiana Jones y el dial del destino’ con un de oreja a oreja en la sonrisa que recuerda a aquel primer Indiana Jones, cuando no podía ni sospecharse que iba a ser eternamente joven.

Lo primero que nos muestra James Mangold, el digno sucesor de Spielberg en la serie, es a un Indiana Jones joven, en plena forma y haciendo lo que sabe hacer con un patio de butacas: ponerlo de puntillas. Como ya nada de lo que le ocurra a Indiana puede sorprenderte, aceptas enseguida a un Harrison Ford también digno en su vejez, en gayumbos y con el bate de béisbol de Clint Eastwood en ‘Gran Torino’ para enfrentarse a ese liquidillo marrón y tan cantable de los tiempos cambian y una juventud que se ríe (¿de qué?).

Y entra en acción nada menos que Arquímedes, el del teorema, el de la palanca, el de la catapulta y el de otras ingenierías de tantísimo provecho hace más de dos mil años y que ahora sirven, básicamente, para que suspendan el examen los chavales de primaria. Alrededor de la figura de Arquímedes, del enigma de su tumba y de sus reflexiones (exageradas) sobre el tiempo se organizan las tramas de la historia, que se benefician de un respeto a lo ya contado y de una inventiva asombrosa acorde con ello.

Como es natural, el protagonista absoluto es Harrison Ford, pero qué bien le roen el terreno ella, Phoebe Waller-Bridge, un personaje y una actriz merecedora de quedarse en una historia que termina aquí, y Mads Mikkelsen, un actor tan sólido, tan serio, que hace de la villanía de su personaje un terreno apetecible, al menos en la pantalla. Y está Antonio Banderas, al que el guion sólo le da bolilla en una parte de la aventura, pero tener bolilla junto a Indiana Jones es mucho, es una bola tan grande como aquella que lo perseguía en la gruta cuando se dio a conocer.

No merece la pena insistir mucho en sus cualidades técnicas y artísticas, ni en lo bien que soluciona James Mangold los problemas e inconvenientes de abordar esta aventura, ni en sus bondades coreográficas, sus niveles de tensión, su desparpajo en retorcer lo verosímil y su casi codicia por entretener y divertir. Pero sí hay que insistir en lo bien que soluciona el teorema, como afina la cuadratura de la parábola, con Arquímedes, sí, pero también con un tono de despedida, de homenaje, al actor y a su vestimenta.

 

 

 

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