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Intimidades epistolares de Clarice Lispector, María Casares y Silvia Plath

Estas tres grandes mujeres del siglo XX lo contaron todo de sus intensas vidas en sus cartas, cuya edición ahora coincide

Silvia Plath y Ted Hughes mantuvieron una tormentosa relación

 

Si el autor del Grande Sertâo, Joâo Guimarâes Rosa, clasificado muchas veces como el protagonista de la revolución de la prosa brasileña del siglo XX, narró la existencia salvaje e intrépida, las errancias en la aridez del desierto y en la inmensidad de una naturaleza exuberante, la gran escritora que fue Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977), llevó a cabo, desde su primera obra ‘Cerca del corazón salvaje’, de 1944, que la lanzó a la fama internacional, su propia revolución y sus propias y espléndidas transgresiones. Desde sus mismos comienzos alumbraría una prosa enigmática e insólita, de gran y perturbadora belleza, sin ataduras en las tramas y en sus deslumbrantes epifanías de lo cotidiano. Una prosa que incluía una continua fragmentación de la conciencia y una hipnótica exposición de mundos e imágenes simbólicas, míticas y existenciales, llenas de fabulosos efectos poéticos, con los que pretendía traducir la ofuscación, el desgarro interior y la inquietante complejidad psicológica en la percepción de sentimientos y sensaciones por parte de sus protagonistas, invariablemente mujeres.

«Tengo la impresión de una intoxicación de literatura y lectura», escribió Lispector

Enlace de lujo con un Boom latinoamericano en el que siempre estuvieron ausentes las mujeres, Lispector, casada desde joven con un diplomático de su país del que se separó en 1959, vivió casi dos décadas en el extranjero y mantuvo una larga y fructífera correspondencia con amigos, editores, colegas y familiares.

Clarice Lispector

 

El volumen ‘Todas las cartas’ (Siruela) reúne la correspondencia escrita por la autora brasileña a lo largo de toda su vida. El material, organizado por décadas -de 1940 a 1970- ofrece una visión panorámica e inapreciable tanto de la persona como de la escritora, como se demuestra sin cesar a lo largo de esta rica y muy variada correspondencia. En ella, a cada momento, el lector no deja de apreciar su ironía, la lucidez absoluta a la hora de encarar la realidad de una vida no siempre fácil, su arduo trabajo y sus vacilaciones («no sé bien qué quiero, tengo la seguridad de que solo escribo porque no tengo nada más que hacer, y de que escribo no porque comprendo sino precisamente porque no comprendo»), sus traducciones, sus lecturas («tengo la impresión de una intoxicación de literatura y lectura, no sé si fue el desarraigo súbito lo que me hizo perder el norte…») y, en general, la penetración aguda y singular, siempre desacostumbrada, que aplicaba a todos y cada uno de sus escritos, ya fueran sus excepcionales relatos, sus novelas, sus crónicas o su obra periodística, que estos últimos años la editorial Siruela ha ido reuniendo en una magnífica Biblioteca Clarice Lispector.

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«No tenemos nada que hacer, no podemos hacer nada —le dirá la exiliada española María Casares a su amante Albert Camus en una carta de julio de 1949— no debemos hacer nada más que querernos, querernos todo y lo mejor que podamos, hasta el final, en nuestro propio mundo, al margen del resto, en nuestra isla, y apoyarnos mutuamente para lograr que nuestro amor triunfe por su propia fuerza, por su propia energía, en silencio».

 

         María Casares y Albert Camus

 

Hija del político republicano Santiago Casares Quiroga, antiguo ministro y Presidente del Consejo de Ministros durante la Segunda República, bajo presidencia de Manuel Azaña, María Casares (La Coruña 1922- Alloue, 1996), nacionalizada francesa en 1975, es considerada hoy una de las más grandes actrices del teatro francés de la historia. Aunque también sería la intérprete inolvidable de películas míticas del cine francés como ‘Les enfants du paradis’ de Marcel Carné, ‘Las damas del Bosque de Boloña’ de Bresson o el ‘Orfeo’ de Cocteau. Había emprendido el exilio junto a su madre en 1936 y a los 21 años, el 19 de marzo de 1944, tendrá en París un encuentro que le marcará de por vida: en casa del escritor Michel Leiris conoce a Albert Camus, que precisamente había publicado su obra de fama mundial ‘El extranjero’ en el mismo año, 1942, en que María había debutado en el Théâtre des Mathurins.

«Y así, dichosamente borrachos uno y otro, llegamos a nuestro destino», cuenta Casares

Poco más tarde, a raíz de su papel en la obra de Camus ‘El malentendido’ («creo que puedes interpretar el papel de Marthe, lo ha escrito un joven autor al que aprecio», le dirá el director Marce Herrand, tal y como recuerda la actriz en sus maravillosas memorias ahora publicadas, ‘Residente privilegiada’, Renacimiento), la noche del Desembarco, el 6 de junio de 1944, se convierten en amantes: «De madrugada abandonamos la casa de nuestro anfitrión —recuerda María— en una bicicleta que nos llevaba, yo, sentada en el manillar. Y así, dichosamente borrachos uno y otro, llegamos a nuestro destino (…) Fue allí donde me enteré de que pertenecía a la Resistencia y donde me habló por primera vez del periódico clandestino ‘Combat’. Allí donde yo evocaba —para él— España y la imagen de mi padre. Allí donde nos disputábamos el título de mar más bello y oponíamos el uno al otro, aquí ‘mi Océano’, allí ‘su Mediterráneo’, durante horas y horas hasta estallar en risas».

Pasiones compartidas

La suya sería una ardiente, «luminosa» (como la define en el prólogo a la Correspondencia María Casares y Camus ( Debate), la hija de él, Catherine Camus) y cómplice relación de pasiones compartidas y de lealtades más allá de cualquier acontecimiento y situación. La crónica de un gran amor, que solo se vería interrumpido en enero 1960, por la muerte en accidente de Camus: «La muerte los separa, pero no sin haber vivido doce años siendo ‘transparentes el uno para el otro’, solidarios, apasionados, teniendo que alejarse a menudo, llevando una existencia plena, los dos juntos, todos los días a cada hora, con una autenticidad que pocos seres tendrían la fuerza de soportar (…) Les estoy agradecida a ambos. Gracias a sus cartas la tierra es más ancha, el espacio es más luminoso, el aire más liviano, por el mero hecho de que ellos existieran», dirá Catherine en su emocionado prólogo, lleno de admiración por ambos.

 

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«Respecto a mi descubrimiento del año —le escribe en 1956 la poeta Sylvia Plath a su amigo Peter Davison, editor en The Athlantic Monthly Press— este escritor que encontré se llama Ted Hughes. Se licenció en 1954, en Pembroke, Cambridge. Aún no ha publicado de forma profesional. Me he convertido en su agente en América, por así decirlo, y de momento le han aceptado poemas en ‘Poetry’ y ‘Nation’, de un modo bastante entusiasta».

Grandes poetas ambos, Sylvia Plath y Ted Hughes se conocieron en 1956 en Cambridge y formaron una de las parejas literarias de mayor magnetismo de su época

Grandes poetas ambos, la americana Sylvia Plath y el británico Ted Hughes se conocieron en 1956 en Cambridge y formaron una de las parejas literarias de mayor magnetismo y atractivo de su época. Se casaron poco después en secreto (por miedo a perder la Beca Fullbright que le acababan de conceder a ella) y emprendieron un viaje iniciático como joven y apasionada pareja de escritores por España, especialmente por la costa alicantina. Un país por el que Sylvia no deja de mostrarse deslumbrada, ya sea por el paisaje, la gente, la vida sencilla «en un lugar de ensueño primitivo y virgen», por el sol abrasador y «los colores violentos».

Años más tarde también serían los que más ríos de tinta (extraliterarios) harían correr, tras la trágica desaparición de una jovencísima Sylvia, que había sufrido depresiones toda su vida y que se suicidó en 1963. El año antes, en 1962, la excepcional autora de ‘El coloso, Ariel’ y la novela ‘La campana de cristal’, se había separado de su marido.

Eufórico y feliz

Pero ese aire funesto aún no domina las espléndidas ‘Cartas de Sylvia Plath Volumen III’ (Tres Hermanas) ahora publicadas que comprenden un periodo, especialmente eufórico y feliz, lleno de descubrimientos, de avidez insaciable por la vida, los viajes, el amor y la creación, que va de 1955 a 1956, tras dos anteriores volúmenes (del 1940 a 1954) con los que la editorial Tres Hermanas inició la publicación de todas las cartas de esta gran autora. Una joven autora de solo 24 años que tras haber alternado diversos amores anteriores y pasajeros ahora inicia por fin una relación estable con Ted Hughes: «Independientemente del modo en que terminó su matrimonio, mi padre honró el trabajo de mi madre, así como su memoria. Él, quizá, más que cualquier otra persona, reconoció su talento; el fue quien supo ver que era extraordinario», dirá la hija de ambos Frieda Hughes.

 

 

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