Cultura y Artes

Inventar enfermedades

En 2017, entre los cuatro mil 500 millones de palabras que consideraron los editores de los diccionarios de Oxford, las palabras que más aumentaron su uso, 365%, fueron la combinación Fake news. Debido a incontables factores, entre los que sobresale la ralea política mundial, los comentarios sobre el impacto de las noticias falsas o falseadas, en español y en otros idiomas, han crecido en forma exponencial. No ha corrido la misma suerte la expresión Disease mongering. El impacto y la trascendencia del término en la sociedad debería generar más comentarios médicos, de los sistemas de salud y de analistas.

Monger tiene muchas acepciones: difundir, calumniar, sembrar, infundir, distorsionar la verdad, crear. Utilizaré el término generar enfermedades así como los mencionados en algunos artículos, “El arte de crear enfermedades”, “mercantilización de enfermedades”, “promoción de enfermedades” y “fabricación de enfermedades”. La proliferación de noticias  falsas y la generación de enfermedades, la inmensa mayoría de las veces sin bases científicas, es una moda/realidad que mucho impacta en la sociedad. En ambas circunstancias, los (ir)responsables mienten, granjean adeptos, ganan poder, y sobre todo, en el caso de las enfermedades, obtienen beneficios económicos.

La falta de límites claros entre enfermedad y salud es una de las razones que ha permitido la fabricación de enfermedades. Disease mongering alude a las políticas de la industria farmacéutica que promueven e inventan enfermedades, con frecuencia inofensivas, con el objetivo de incrementar la venta de medicamentos. Para lograr su propósito desarrollan campañas publicitarias. En forma paralela, el incremento en el número y calidad de estudios médicos disponibles y su sobreuso por parte de los doctores coadyuvan a medicalizar a la población. La sociedad, sobre todo la adinerada, se convierte en blanco: consume más, se atiende más y se enferma más, gracias a las farmacéuticas y a internet.

La espiral no tiene límites: la industria farmacéutica compra médicos por medio de jugosas prebendas, invierte fortunas en televisión, modifica los conceptos sociales sobre la percepción del cuerpo y las consecuencias normales del correr del tiempo. Esa espiral reditúa: clínicas antienvejecimiento, terapias para disminuir la timidez o píldoras para facilitar el orgasmo femenino son algunos ejemplos.

Salud y enfermedad son negocios lucrativos. Fabricar enfermedades es una empresa urdida, antes sotto voce, ahora en forma abierta por compañías farmacéuticas y súbditos médicos, cuya condición es idónea: tienen fe en los dictados de la industria y en la remuneración económica. Uno de los grandes triunfos de la promoción de  enfermedades es someter la salud a las leyes del mercado y a partir de esa premisa modificar las percepciones sobre el cuerpo. Cambiar la idea de los avatares normales de la vida, i.e., envejecer, calvicie, osteoporosis, desarrollar arrugas en la cara, y reinterpretar otras circunstancias como no gatear cuando “debería” hacerse, ser tímido, tardar en embarazarse o no aceptar la disminución eréctil como consecuencia de la edad han devenido la medicalización progresiva del individuo y de la sociedad.

La fórmula de los expertos, médicos, hospitales y compañías farmacéuticas es sencilla: convertir los síntomas en enfermedades, transformar a los “poco” enfermos en “muy” enfermos y convencer a los sanos de que podrían ser más vitales al atender pequeñas mermas o dolencias. Todo un dechado de sabiduría “malévola”: los anuncios en hospitales y en televisión  no mienten, ceñirse a sus dictados reditúa.

El consumo de medicamentos crece en el mundo a una tasa sostenida de 7% a 8% anual en los países desarrollados. El marketing se convierte en ciencia. Sus dictados sobrepasan la sabiduría médica. Al medicalizar a la sociedad se amplía el mercado. Medicalizar la vida es un negocio inmenso. Lo saben los “hacedoros” de la salud. El poder de la industria farmacéutica es enorme: compite en ventas y ganancias con la industria militar y con los narcotraficantes.

Los conceptos sociales y científicos de enfermedad pierden terreno frente a los dictados de las corporaciones farmacéuticas. Fabricar necesidades es norma en las sociedades ricas. La salud se convierte en un bien de consumo y el miedo en invaluable instrumento: la sociedad moderna le exige mucho al nuevo cuerpo.

La creciente distancia entre doctores y enfermos y el peso de los medios de comunicación facilitan la invención de enfermedades. Es más fácil recetar que explicar y más cómodo no cuestionar que cuestionar. La figura del médico se ha erosionado. Su lealtad se ha modificado: el paciente ha sido relegado. Las noticias falsas  y la invención de patologías son males cada vez más presentes, in crescendo, sin fronteras.

 

Arnoldo Kraus
Médico. Profesor en la Facultad de Medicina, UNAM. Es autor de Dolor de uno, dolor de todos y de Recordar a los difuntos, entre otros libros.

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