DictaduraEconomía

Invertir en Cuba es jugar a la ruleta rusa

Las acciones del Gobierno cubano no generan confianza. El patrón más repetido es que el castrismo es omnipotente y hace lo que quiere según su conveniencia.

Rodrigo Malmierca, ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera de Cuba.
Rodrigo Malmierca, ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera de Cuba. SPUTNIK

 

 

 

Es tradición que en los últimos meses del año Cuba se convierta en la «Isla de las Sirenas», que trata de atraer fatalmente a marineros incautos. En esta mitología criolla, la sirena es Rodrigo Malmierca, ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, y los marineros incautos son los empresarios foráneos.

Como la desagradable voz de la sirena Malmierca no hechiza a nadie, para atraer víctimas cada noviembre se realiza un Foro Empresarial donde se presenta una Cartera de Oportunidades. La de este año, usando la magia del marketing con su «rediseño y modernización», ofreció678 posibles inversiones en Cuba, 175 proyectos más que la edición anterior, que representan «oportunidades» para desembolsar en la Isla 12.533 millones de dólares.

Es muy significativo que, con respecto al 2020, el número de proyectos presentados aumentara considerablemente, un 34%, mientras el valor de la inversión ofrecida apenas se incrementara un 4%, lo que indica que el Gobierno está reduciendo sus expectativas y apostando por emprendimientos de más bajo valor.

Y, ciertamente, debe reducir expectativas, pues de los más de 12.000 millones ofrecidos como «oportunidad» el pasado año, solo se han aprobado —que no significa que estén invertidos, ni garantiza que vayan a serlo— 512 millones, para una concreción inferior al 5%.

Desgraciadamente para el neocastrismo, su hechizo ya no funciona como lo hizo en la última década del siglo pasado, cuando embelesados con los cantos de cambio y apertura encallaron en Cuba miles de inversores foráneos, de los cuales muchos tuvieron que partir penando por unas deudas que el Gobierno cubano les reconoce, pero no les paga; quedándose en la Isla solamente aquellos que lograron conectarse políticamente, o satisfacer alguna necesidad gubernamental.

Casi todas las naciones han tenido periodos alternativos de atracción y fuga de capitales debido a vaivenes políticos; no es eso lo que hace única a Cuba. Lo sui géneris del caso antillano es la bipolaridad recurrente del castrismo que, según su propia agenda, es a veces Jekyll y a veces Hyde con respecto a la inversión extranjera, lo que hace de Cuba un sitio donde invertir es jugar a la ruleta rusa.

Toda inversión es especulación, es un intento de otear más allá del hoy, lo que solo puede hacerse buscando patrones de conducta reiterados en el pasado, que puedan indicar recurrencia en el futuro. El patrón más repetido en la Cuba comunista es que el Gobierno es omnipotente, puede hacer lo que quiera según su conveniencia, sin respetar ley alguna, y antes o después acaba haciéndolo.

Sencillamente, las acciones pasadas del Gobierno cubano no generan confianza, y menos la genera que se declare, como explicita la Constitución vigente, dueño de todos los poderes.

En un Estado de Derecho, tanto el poder legislativo, que hace las leyes, como el judicial, que garantiza su aplicación, teóricamente son independientes entre sí y del Gobierno, pero en Cuba todo se mezcla y es lo mismo. Una vez dentro de la Isla¿quién te ampara y protege del castrismo?¿Cómo hacer negocios en un lugar y con una contraparte que puede cambiar a voluntad las reglas del juego, o sencillamente no cumplirlas?

Hay que tomarse muy en serio a Diaz Canel cuando dice que ellos son continuidad. Continuidad de Fidel Castro; es decir, continuidad del irrespeto más absoluto por la propiedad privada y el no acatamiento de ninguna ley, incluso hecha por ellos mismos, si no les conviene.

Las posibilidades objetivas de Cuba para atraer capital extranjero son infinitas, rebasan por mucho los 12.000 millones ofrecidos. Si apenas se alcanzan 500 millones —muy por debajo de los 3.000 millones que logra un país con menos posibilidades de crecimiento, como República Dominicana— es por la desconfianza que ha creado la institucionalidad castrista.

 

 

 

Botón volver arriba